Psicología Biológica - José Ingenieros
NCastro18 de Abril de 2013
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La Psicología Biológica
Dr. José Ingegnieros
La psicología contemporánea es una ciencia natural. Siendo el objeto de su estudio los fenómenos psíquicos y produciéndose éstos en seres vivos, es también una ciencia biológica. Las funciones psíquicas no son patrimonio exclusivo de la especie humana; ellas se constituyen desde las más elementales manifestaciones de la vida y se elaboran progresivamente a través de la evolución de las especies. Por eso la psicología no estudia solamente las funciones psíquicas del hombre; aunque las de nuestra especie animal nos interesan más que las de otras, sólo podemos considerarlas como una expresión compleja de las demás, derivando tal complejidad de las necesidades progresivas de la materia viviente en su evolución adaptativa a las condiciones del medio en que existe.
En este sentido puede admitirse con James que la psicología es una “ciencia natural”, pero no sabríamos aceptar la interpretación que da a sus objetos de conocimiento; la concibe como un cuerpo provisorio de verdades relativas a los “estados de conciencia y a los conocimientos que ellos tienen el privilegio de darnos”.
No podemos admitir que las “funciones psíquicas” son siempre “estados de conciencia”, y creemos que los conocimientos dados por éstos sólo son una mínima parte de las funciones que la psiquis desempeña en la evolución biológica de las especies.
La existencia real de las funciones psíquicas es un dato primitivo de la experiencia; el hombre observa en sí mismo y en los demás hombres, como también en todas las especies vivientes, proporcionalmente a la gerarquía evolutiva de ellas. Y el hombre observa también los resultados de estas funciones; su intervención es decisiva en la conducta, es decir, en la adaptación de todos los actos de los seres vivientes a las condiciones del medio en que ellos se realizan.
Estos breves postulados cuyo examen particular excedería a los límites de una introducción a los estudios que la Sociedad de Psicología ha emprendido, permiten señalar el criterio que, en mi concepto, puede servirle de guía, y también nos dejarán entrever cuál es la orientación general de los estudios encaminados al conocimiento de las funciones psíquicas. Sería esteril o peligroso arriesgarse a cruzar tan obscuros dominios sin llevar una clara noción de los caminos posibles, aunque osaríamos demasiado pretendiendo determinar en líneas precisas su vía maestra definitiva.
La tarea no es fácil, a punto de no haberla resuelto los más preclaros ingenios humanos que en larga serie de siglos han pretendido fijar las condiciones de los fenómenos del espíritu y establecer sus leyes generales.
Pero tampoco podríamos negar que sus dificultades han disminuido en los últimos lustros, gracias al prodigioso desenvolvimiento de los métodos que refuerzan y precisan las observaciones humanas y al auxilio poderoso de las ciencias afines, reconstituidas vigorosamente al calor del positivismo filosófico. Los psicólogos contemporáneos pueden afirmar que una ciencia comienza a organizarse sobre los escombros de las antiguas especulaciones metafísicas, más preocupadas de adaptar la realidad a las construcciones aprioristas del espíritu que de construir sistemas fundados en la intelección de la realidad, tal como nos la revela la experiencia. Los clásicos de la filosofía se consideraron obligados a penetrar en el dominio de los fenómenos psicológicos trayendo alguna idea filosófica, moral o física: el alma, la sensación, el átomo, la voluntad, el bien, el instinto, las imágenes, las facultades, etc.; hoy comenzamos a salir de esa corriente y a concebir la actividad psíquica como un proceso biológico en formación continua y no como una simple suma o combinación de elementos que preexisten por separado; en este sentido, los postulados más ruidosos de Bergson y James (“impulso vital”, “corriente de la conciencia”), pueden ser afirmaciones elementales de la psicología biológica evolucionista, sin que esto implique opinar sobre la validez o invalidez de sus inferencias metafísicas.
Encaradas las funciones psíquicas como simples fenómenos naturales, como datos particulares de la realidad universal sometida a nuestra experiencia, su estudio es menos difícil y el “cuerpo provisorio de verdades” que a ellos se refiere, la psicología, puede constituirse en condiciones cada vez más favorables. Con toda razón podemos repetir que ya no estorba nuestro camino el espiritualismo clásico, enmarañado por las distintas facultades preconstituidas en el alma, ni las teorías escolásticas encarriladas a cimentar el sentido común en la sofistica, desviándose del buen sentido, ni las psicologías analíticas que llevaban a concebir la actividad mental como un agregado de elementos primitivos dotados de existencia autónoma, ni el asociasionismo empírico que hacía del alma humana un conglomerado estático.
La moderna renovación filosófica, que ha puesto en las diversas ciencias el eje de toda interpretación hipotética de la realidad, señala otros horizontes a la psicología. El pensamiento filosófico ya no es subjetivo; su contenido ya no es la inteligencia abstracta sino la realidad que se nos revela por la experiencia, tal como se nos revela. El genio de los filósofos griegos nos admira por su potencia imaginativa, pero no arrastra nuestro consentimiento; Sócrates, Platón y Protágoras son simples casos para el estudio de la imaginación creadora. Ellos fueron relámpagos en épocas de forzosa penumbra, forzosa porque el conocimiento es una obra colectiva que el genio sintetiza o previene, pero no crea de la nada. Y así también Bacon, Leibnitz, Spinoza, Descartes, Locke, Hume, Condillac, Mill, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, cumbres preclaras del pensamiento filosófico, son puntos de orientación en la historia del conocimiento humano, pero poco representan ya en el capital positivo de la ciencia moderna: grandes imaginativos, creadores geniales, ellos son magníficos artistas de la metafísica, pero no pueden orientar al estudioso que se ensaya con criterio científico en la comprensión de las funciones psíquicas.
La psicología moderna es más modesta, pero quiere ser menos insegura. Si su objeto de estudio son fenómenos propios de los seres vivos, justo es que tome los criterios y métodos de las ciencias biológicas; si la experiencia revela que las funciones que observa están especialmente condicionadas por la estructura y las funciones del sistema nervioso, justo es que haya buscado en éste la clave de su mecanismo. Por eso es la palabra de los biólogos, naturalistas, fisiólogos y alienistas la que ha aportado los materiales constitutivos de su nuevo edificio. El método especulativo está destronado; la experiencia se integra por otras vías más contiguas a la realidad: la observación introspectiva y extrospectiva, directa o indirecta, sensorial o instrumental. El pensamiento se enfoca sobre sí mismo, en vez de buscar fuera de sí su propia explicación; los psicólogos abandonan las cimas culminantes, y con frecuencia inaccesibles, de la metafísica, buscando en la experiencia de las disciplinas naturales los auxiliares para sus indagaciones. El pensamiento se busca a sí mismo en el cerebro, como en su propia casa, recorre todos sus meandros, examina sus comunicaciones, consigna sus hábitos, tantea los resortes, todo lo escruta obstinadamente. El fenómeno natural es estudiado como tal; la naturaleza desciende de las antiguas individualizaciones construidas por el misticismo de los filósofos geniales y reintegra a la psiquis en sus funciones biológicas, limitadas pero esenciales.
Ya no es para nosotros el pensamiento un misterioso atributo que la imaginación ignorante atribuía a seres o entidades ajenas a nuestra experiencia. Hoy todo nos lleva a creer que pensar es una de las funciones de esa otra función mas vasta, que es vivir; la energía psíquica es un modo de la energía vital, como ésta parece serlo de la energía química, y ésta de la energía mecánica. Al concepto de un mundo creado para que el hombre lo piense, o de un pensamiento creado para dar existencia real al mundo, tiende a substituirse el monismo energético.
Las funciones psíquicas no son más que una función especializada de la energía biológica; la conciencia es una de sus maneras de manifestarse. Pensamos con todo el organismo, pero el cerebro es el sistema orgánico destinado a representar la naturaleza que percibimos, a reunir las imágenes de la realidad que impresiona nuestra sensibilidad, a conservarlas, reproducirlas, asociarlas, abstraerlas, sintetizarlas, en el continuo flujo y reflujo de todos los procesos biológicos. Es así como las funciones psíquicas reflejan y resumen el medio ambiente en que el organismo vivo se desarrolla; así registran su historia. Consideradas como una de tantas manifestaciones de la energía, ellas tienen que obedecer a leyes similares de las que también rigen a las demás; consideradas como función, ellas emanan de órganos, y es en ellos donde podemos investigar las visibles condiciones anátomofisiológicas que condicionan su producción y las íntimas combinaciones fisicoquímicas que las acompañan.
Esta tendencia a reducir los fenómenos psicológicos a una modalidad ulterior y más diferenciada de los fenómenos biológicos, parece ser la conclusión más general y consolidada de toda la psicología contemporánea. Tal criterio y tales métodos son ya corrientes en todos los tratadistas, sin distinción de escuelas, desde Spencer y Sergi hasta James y Bergson; los mismos partidarios del neoidealismo los aceptan y aplican, no obstante sus reservas puramente verbales o sentimentales respecto de los problemas metafísicos que parecen
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