Saúl Peña: Psicoanálisis De La Corrupción
Ambiitar16 de Diciembre de 2012
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Ingrid Betancourt —liberada hace pocos meses tras casi siete años de cautiverio en la selva colombiana como rehén de las FARC— acompañando el pasado 9 de diciembre en el avión procedente de Bogotá con destino a Paris al ex guerrillero Wilson Bueno, Alias Isaza, a quien Francia ha otorgado el asilo político por haber permitido la liberación de Oscar Tulio Lizcano, ex parlamentario secuestrado por las FARC ocho años atrás, sentada a su lado y conversando con él: no encuentro mejor imagen para ilustrar «La complacencia recíproca entre victimario y víctima que entraña el peligro de transformar al primero en héroe», a la que se refiere Saúl Peña en su libro Psicoanálisis de la corrupción (Ed. Peisa, Lima 2003).
La imagen, antecedida por la de los presidentes Uribe y Sarkozy poniéndose de acuerdo sobre la posibilidad de acoger como asilados políticos en Francia a los miembros arrepentidos de las FARC, puede parecer insólita, y sin embargo constituye probablemente uno de los mejores ejemplos de ese «abordaje complaciente por el que nos dejamos atrapar y domesticar» y que no puede sino «producir una catástrofe que nos inmovilizará, condenándonos a transmitir a nuestra descendencia una historia no metabolizable», como escribe lúcidamente el psicoanalista peruano.
Ello nos interpela ciertamente sobre esa relación extraña que tiende a establecerse entre víctimas y victimarios, gobernantes corruptos y ciudadanos honestos. Una relación que constituye el núcleo central de la reflexión de Saúl Peña en su libro, con los problemas afines de la agresividad y de la ética en su dimensión consciente e inconsciente, individual y colectiva, afectiva e histórica.
Ningún suceso es totalmente neutral, todos dejan huellas más o menos profundas en nuestro inconsciente, heridas afectivas, lesiones emocionales, traumas psíquicos, imposibles de erradicar. Es el caso de los regímenes dictatoriales de Fujimori y de su asesor Montesinos que el psicoanalista va desmenuzando, analizando e interpretando en el marco de la milenaria y emblemática lucha entre Eros y Tánatos, entre los instintos de vida —sexuales, eróticos y libidinales— placenteros y constructivos y los instintos de muerte, agresivos y destructivos, para llegar a la conclusión de que ya es tiempo que la ética vuelva a ser «un componente fundamental en el desempeño político y en el ejercicio del poder».
Situándose en una perspectiva humanista y democrática, Saúl Peña señala con razón que «[la] política tendría que tratar de armonizar las necesidades psíquicas de los ciudadanos con la organización de la sociedad». Pues «la mejor comprensión de la naturaleza humana, de sus motivaciones y la aceptación de que existen procesos mentales inconscientes que se manifiestan en la vida cotidiana, sería un aporte al estudio del pensamiento político» y seguramente un avance considerable, agrego yo, en la rehabilitación del hecho político, frente a la omnipotencia del hecho económico.
Tras sentar sólidamente las bases del psicoanálisis como método de interpretación de las conductas y de las prácticas políticas, Saúl Peña se pregunta sobre los móviles, los conflictos, los deseos, y las creencias latentes —o sea el imaginario— que determinan la visión que tienen los ciudadanos de los políticos : «Es en este sentido que el psicoanálisis, como teoría de la interpretación del inconsciente, y de su técnica de análisis, permitiría una comprensión más profunda de los deseos no manifiestos pero sí decisivos en la toma de decisiones».
La superación de los traumas históricos y afectivos: el del engaño de Pizarro a Atahualpa y de la experiencia violatoria de la Inquisición con sus consecuentes conflictos étnicos y culturales, es posible. Existe la posibilidad de una «perspectiva restitutiva, reparativa
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