Sobre La Idealizacion
yuliayala28 de Septiembre de 2013
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Sobre la idealización en la vida personal y colectiva
SOBRE LA IDEALIZACIÓN EN LA VIDA PERSONAL Y COLECTIVA
Por Estanislao Zuleta
«Estas cuestiones tan complejas, cuestiones que en general se prefiere evitar- comprendo también este punto de vista, hasta lo comprendo mejor que el mío- pero a las que yo he dedicado toda mi existencia».
Frank Kafka
Como momento tal vez, en ciertas circunstancias, la idealización sirve para construir un medio de contraste que haga resaltar la malignidad de aquello que en efecto merezca ser rechazado.
Sin duda la idealización hace parte del proceso de pensamiento y del trabajo propio de la poesía y no hay en realidad ninguna relación ecuánime de objeto; y esto no por algún defecto o imperfección esencial, sino porque la relación de objetos como tal, trastese de objetos externos o internos, es siempre idealizadora- persecutoria, precisamente en lo que tiene de relación y no es nunca una simple constatación. Por lo demás, este fue nuestro origen y toda relación posterior conserva en alguna medida la huella de ese modelo original.
No tenemos, por lo tanto, la menor posibilidad de elegir entre idealización y no idealización; pero podemos establecer una tipología de la idealización, de sus diversos grados de fijación, de sus combinaciones con el desengaño y de los mecanismos de su funcionamiento en el amor, en el pensamiento y en la acción.
La exigencia de un realismo que estuviera protegido de ante mano contra toda desilusión, que en su deseo de ahorrarse todo desengaño por temor a que resulte un duelo demasiado doloroso, quisiera la garantía previa de que su objeto, el objeto al que otorgaría su fe y su entusiasmo, no lo defraudara jama, hace parte ella misma de la economía de la idealización, ya que se dirige a través del objeto, atreves de su reserva, su sospecha y su desengaño preventivo sobre el valor real del objeto, a la confiabilidad de un sujeto omnisciente capaz de captar al otro como transparencia y previsibilidad.
La idealización como bloqueo del pensamiento y de la acción.
Podemos considerar aquí el problema en sus términos más generales. La idealización del fin (de la meta o del resultado) se considera frecuentemente como un acicate para la lucha y para la apreciación critica de aquello contra lo que se lucha en el terreno de la historia personal o colectiva.
Pero hay allí una ilusión en extremo peligrosa, ya que la idealización del fin implica precisamente la devolución de la lucha y del proceso que conduce a él; fin idealizado, pensado según el modelo de una relación imaginaria de reconocimiento y satisfacción globales, no contienen en sí mismo lucha, negación ni proceso- es el «ideal negativo de la felicidad” de Nietzsche y tiene que a ser de la acción misma, tiempo de la desgracia, del desgarramiento y la carencia-. Y precisamente por esto la acción no se sostiene sino puede ser a su turno idealizada, y no por que contenga ya en sí, dialécticamente, el sentido de a aquello que persigue, prefigurando el mundo que piensa construir, determinándose como posibilidad real, es decir, como existencia actual, de la negación misma, de aquella vida cuya carencia determina la lucha; sino porque al contrario tiene que alimentarla con el mismo tipo de falsificación de que ha sido objeto el resultado. Hay pues, dos maneras de hacer que el fin este ya presente en los medios: la una consiste en que las características del tipo de vida que se busca pasen al proceso mismo por el cual se buscan, que la negación de una forma de relaciones humanas sea ya positivamente otra forma de relaciones, con otra lógica, la otra consiste en que la idealización del fin pase a los medios. ¿Pero, como se lleva esto acabo si los medios son inevitablemente una lucha y el fin está planteado como reconciliación final y supresión de la lucha? Se puede idealizar la lucha misma: construir un grupo fantasma materno como inanimada protectora, seguridad, garantía de identidad, protección por un ideal del yo común, enfrentando a un mundo exterior amenazante. De esta manera, la lucha continua, pero la frontera que separa y opone lo exterior y lo interior permite introyectar la falsedad del fin. Los que pensaban que vendría el reino de una verdad absoluta, construyeron organizaciones que ya tenían una verdad absoluta. Esto fue muchas veces explícito: contra la verdad de la iglesia solo se puede ser hereje y caer en las tiniebla exteriores; o también «es mejor estar equivocado con el partido que tener la razón contra el partido».
Existen otras formas de tratar (en una interpretación objetiva, encarnada) la relación del fin y los medios: una es la superación de la lucha oponiendo entonces, por ejemplo, a la imagen de un mundo absoluta mente violento y disgregado, el poder imaginario del amor, de la persuasión, de la no violencia, características del mundo idealizado que se piense instaurar como en ciertas secta cristianas o en Tolstoi; otra es la superación de toda relación dialecto entre el fin y los medios: el fin es entonces el resultado mecánico de unos medios que no están habitados por su sentido, que son actividad inerte, tiempo excluido de toda relación
Pero la figura que aquí nos interesa, la introyección en el proceso de la idealización del resultado, bloquea el pensamiento y distorsiona la acción, porque esa pareja del grupo fantasma y el mundo externo constituye una falsa construcción; el grupo ha importado lo esencial de ese mundo, la dominación como principio de toda coordinación, la jerarquía rígida y vertical como forma de organización, la distribución en individuos distintos de las funciones de dirección y ejecución y la reproducción de estas funciones y sus «agentes». Y el mundo externo tiene idea de una eficacia no problemática medida en términos de un resultado en sí; independiente del efecto que la manera de producirlo tiene sobre sus productores. Y es muy sabido con cuanta frecuencia el éxito de estos grupos tienden a producir a partir de su propio modelo un perfeccionamiento y exacerbación del mundo que combatían.
Podemos comprender en el ejemplo anterior que la idealización, aunque parezca al comienzo de destacar enormemente las diferencias entre la situación actual y aquella que se anhela instaurar, conduce en realidad a asimilar en un sentida más fundamental lo que se pretende contraponer. Hemos visto como esas idealizaciones vuelven sobre los momentos de la lucha, sobre los medios y terminan siendo también idealizaciones del presente en la figura de la institución fantasmalizada, eficaz, el partido, la iglesia. Son muy conocidos los crímenes y las orgias de terror a que se entregan estas organizaciones que persiguen un estado perfecto y cuantas veces a nombre de la negociación de toda violencia se pasa a una violencia sin límites.
Idealización e imagen
Es fácil constatar en vida (sobre todo en análisis) que la idealización es un proceso que opera por medio de imágenes, que toma determinados momentos del pasado, aislándolos del conjunto, de la totalidad articulada y de la continuidad y confiriéndoles un valor de emblemas, si en ellas todo el sentido o se contuviera la esencia de una relación, de una persona o de una época de la vida. Pero en realidad el sentido que así se ejemplifica con una imagen es más una proyección que una interpretación-incluso errada-puesto que lo que de esa manera se aísla, se separa de los antecedentes, de las consecuencias y las circunstancias que le imponen su interpretación objetiva- le confieren un sentido-, no es objeto de una interpretación propia, ya que la imagen ideada o recordada, el hecho o el gesto, son captados como manifestación de una esencia y no como síntoma de una problemática, efecto de una situación compleja.
Este procedimiento parece conferir un objeto a nuestros sentimientos de ternura, de compasión, de culpa, de amor, o a nuestra rabia; pero en realidad no hace más que retirar al pensamiento todo poder sobre nuestros sentimientos o estados de ánimos actuales. Ya que el poder correcto del pensamiento- y es te el que temporiza- es el poder de sostener la complejidad como tal, en su diversidad articulada, en lugar de deslumbrarla en imágenes, acontecimientos, hachos, gestos y palabras entre los cuales siempre podría escoger a aquellos que correspondan a nuestros sentimientos actuales y que nos permitan creer que los recibimos como un efecto de la esencia del objeto que se manifiesta en la imagen. Este procedimiento puede consistir en la producción del momento mítico ya como dice Sartre, «no es raro en efecto que una memoria condense en un solo momento mítico las contingencias y las repeticiones de una historia individual». Y esto es válido, como se sabe, tanto para la memoria individual como para la memoria colectiva que produce igualmente su «momento». Levi-Strauss mostró muy bellamente hasta qué punto la ideología política y el relato histórico tienden a producir estos momentos míticos: «para el hombre político y para quienes lo escuchan la revolución francesa es una realidad de otro orden (…) esquema dotado de una eficacia permanente que permite interpretar la estructura social de la Francia actual, los antagonismos que en ella se manifiestan y entrever los lineamientos de la evolución futura. Así se expresa Michelet, pensador político al mismo tiempo que historiador: aquel día todo era posible… el porvenir se hizo presente… es decir, ya no había más tiempo, fue un relámpago de la eternidad»[2]. De esta manera en medio de un relato histórico se detiene
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