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Idealización de los géneros en América Latina

Oliver NuñezEnsayo20 de Noviembre de 2019

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UNIVERSIDAD CENTRAL DEL ECUADOR

FACULTAD FILOSOFÍA, LETRAS Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

PEDAGOGÍA DE LAS CIENCIAS EXPERIMENTALES – INFORMÁTICA

NARRATIVA ACADÉMICA

Ensayo

Tema: 

Idealización de los géneros en América Latina

Introducción

El presente ensayo tiene como propósito determinar ideologías de género en América latina. Además se analizara diferentes concepciones que se asignan a mujeres y hombres; finalmente se describirá como el ser humano usa mascaras para ser aceptado por la sociedad. Este estudio se hará a través del fragmentos mascaras mexicanas de Octavio Paz.

Desarrollo

En la sociedad de América Latina se estableció diferentes concepciones con respecto a los géneros, determinando al hombre como ser totalmente cerrado, que evita compartir con otros sus emociones e ideales, como lo menciona (Octavio Paz, 1950) en Mascaras mexicanas, el que manifiesta “El macho es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de guardarse y guardar lo que se confía” (p.303). De acuerdo con ello, se establece que el hombre es un ser reservado, discreto, tímido, que no comparte sus pensamientos y acciones que realiza con los demás. Mientras a la mujer se la ve como un instrumento, el cual cumple ciertas funciones en determinados ámbitos, que son estipulados por la sociedad, como lo afirma (Octavio Paz, 1950) en Mascaras mexicanas, el que menciona “Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asigna la ley, la sociedad o la moral” (p.303). Debido a ello, se te determina a la mujer como ser inanimado, carente de emociones, sueños o aspiraciones que simplemente vino al mundo a cumplir las tareas que una sociedad previamente estableció, donde prevalece más satisfacer las necesidades que tiene los hombres que respetar y valorar a la mujer en todo ámbito.

Además, podemos agregar que dentro de América Latina se evidencia que tanto hombres como mujeres  tienden a aparentar lo que no son a través del uso de las mentiras, las cuales son un mecanismo de defensa en todo ámbito, que permite al hombre y mujer ser aceptados por la sociedad, como lo menciona (Octavio Paz, 1950) en Mascaras mexicanas el que dice:

La simulación, que no acude a nuestra pasividad sino que exige una invención activa y que se recrea a si misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales. Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, en el amor, la amistad. (p. 304).

En el citado enunciado se puede determinar que el hombre y la mujer emplean la actitud de simulación de forma habitual, no importa en qué ámbito se desenvuelvan, ya sea el trabajo, sus estudios,  el amor o la amistad, solo importa cumplir con las concepciones que la sociedad estableció como correctas y adecuadas, incluso si dichas ideas van en contra del pensamiento que tiene cada uno; con esto se evita las críticas y discriminación por parte de los demás hacia un hombre o mujer con pensamientos diferente.

Conclusión

Finalmente, la idealización de los géneros en América Latina establece una análisis de las   diferentes concepciones de género, en donde el hombre es un ser hermético, cerrado en sí mismo y la mujer es un simple instrumento  que cumple ciertas funciones establecidas por la sociedad. Además podemos agregar que tanto el hombre y la mujer usan mascaras para ser aceptados por la sociedad, sin importar importa en qué ámbito se desenvuelvan, solo importa cumplir con las concepciones que la sociedad estableció como correctas y adecuadas, incluso si dichas ideas van en contra del pensamiento que tiene cada uno

Bibliografía

Fonseca, M., Correa, A., Pineda, M. & Lemus, F. (2011). Comunicación Oral y Escrita, México: Pearson Educación. Disponible en digitalia: htto://bilioositci.uce.edu.ec/sigb/web/

DESPUÉS DE RECORRER durante horas la imponente Quebrada de Humahuaca hemos regresado a la antigua ciudad de Salta, tan hermosa en otro tiempo, hoy casi irreconocible, plagada de letreros y de edificios modernos que han roto la belleza de sus calles coloniales. Ya nada va quedando, como si nadie la mirara, aristócrata ciudad de Salta, como si también a ella le hubiera llegado este desencanto moderno que en nada pone empeño, que construye las casas para que se deshagan al día siguiente, ya sin frentistas, ni viejos herreros.Por la tarde me he acercado a la histórica Catedral, el santuario donde mañana miles de creyentes celebrarán la Fiesta del Milagro. Muchos de ellos hace días que vienen peregrinando para ofrecer sus candorosas promesas tan simples como una flor de campo, y sus pedidos tan apremiantes como la comida, la salud o el trabajo. Sentado en la plaza volvieron mis obsesiones de siempre. Las sociedades desarrolladas se han levantado sobre el desprecio a los valores trascendentes y comunitarios y sobre aquéllos que no tienen valor en dinero sino en belleza. Una vez más compruebo cómo se han afeado las ciudades de nuestro país, tanto Buenos Aires como las antiguas ciudades del interior. ¡Qué poco se las ha cuidado! Da dolor ver fotos de hace años, cuando todavía cada una conservaba su modalidad, sus árboles, el frente de sus edificios. A través de mis cavilaciones, me detengo a mirar a un chiquito de tres o cuatro años que juega bajo el cuidado de su madre, como si debajo de un mundo resecado por la competencia y el individualismo, donde ya casi no queda lugar para los sentimientos ni el diálogo entre los hombres, subsistieran, como antiguas ruinas, los restos de un tiempo más humano. En los juegos de los chicos percibo, a veces, los resabios de rituales y valores que parecen perdidos para siempre, pero que tantas veces descubro en pueblitos alejados e inhóspitos: la dignidad, el desinterés, la grandeza ante la adversidad, las alegrías simples, el coraje físico y la entereza moral. El niño sigue jugando en la glorieta de la plaza, donde seguramente mañana tocará la orquesta o habrá concierto de guitarras como antes en Rojas, los días de fiesta.

En otra época —lamento utilizar expresiones con cierto aire arqueológico, pero cuando se tiene casi la edad del siglo... qué digo, ¡la del siglo pasado!—, cuando yo era un niño en Rojas, aún se mantenían valores que hacían del nacimiento, el amor, la adolescencia, la muerte, un ceremonial bello y profundo. El tiempo de la vida no era el de la prisa de los relojes sino que aún guardaba espacio para los momentos sagrados y para los grandes rituales, donde se mezclaban antiguas creencias de estas tierras con las gestas de los santos cristianos. Un ritmo pausado en el que fiestas y aconteceres marcaban los hitos fundamentales de la existencia, que eran esperados por aquellos que teníamos seis o siete años, por los adultos y hasta por los ancianos. Como la llegada del Carnaval, un cumpleaños, la celebración de la Navidad, ese encanto indescifrable de la mañana de Reyes, o la gran festividad del Santo Patrono con procesión, empanadas y bailes. Hasta el cambio de las estaciones y la alternancia de los días y las noches parecían albergar un enigma que formaba parte de aquel ritual, perpetuado a través de generaciones como en una historia sagrada. Todos participaban de esas fiestas, desde los más pobres hasta los más ricos. Recuerdo la admiración con que observaba yo las pruebas de los jinetes y cómo me gustaba ir a los circos. Había épocas buenas y épocas calamitosas, pero dependían de la naturaleza, de las cosechas; el hombre no sentía que debía obrar siempre y en cualquier momento para controlar el acontecer de todo, como lo cree hoy en día.

Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión. Ellos podían descansar en las siestas, o jugar a la taba con los amigos. De entonces recuerdo esa frase tan cotidiana en aquellas épocas: “Venga amigo, vamos a jugar un rato a los naipes, para matar el tiempo, no más”, algo tan inconcebible para nosotros. Momentos en que la gente se reunía a tomar mate, mientras contemplaba el atardecer, sentados en los bancos que las casas solían tener al frente, por el lado de las galerías. Y cuando el sol se hundía en el horizonte, mientras los pájaros terminaban de acomodarse en sus nidos, la tierra hacía un largo silencio y los hombres, ensimismados, parecían preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte.La vida de los hombres se centraba en valores espirituales hoy casi en desuso, como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. Estos grandes valores, como la honestidad, el honor, el gusto por las cosas bien hechas, el respeto por los demás, no eran algo excepcional, se los hallaba en la mayoría de las personas. ¿De dónde se desprendía su valor, su coraje ante la vida? Otra frase de entonces, en la que nunca reparé como en este tiempo, era aquélla de “Dios proveerá”. El modo de ser de entonces, el desinterés, la serenidad de sus modales, indudablemente reposaba en la honda confianza que tenían en la vida. Tanto para la fortuna como para la desgracia, lo importante no provenía de ellos. También los valores surgían de textos sagrados, eran mandatos divinos.Los hombres, desde que se encontraron parados sobre la tierra, creyeron en un Ser superior. No hay cultura que no haya tenido sus dioses. El ateísmo es una novedad de los tiempos modernos; “ves llorar la Biblia junto a un calefón” nunca antes pudo haber sido dicho. Y, si no, volvamos a leer a Hornero, o a los mitos de América. Los hombres creían ser hijos de Dios y el hombre que siente semejante filiación puede llegar a ser siervo, esclavo, pero jamás será un engranaje. Cualquiera sean las circunstancias de la vida, nadie le podrá quitar esa pertenencia a una historia sagrada: siempre su vida quedará incluida en la mirada de los dioses.

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