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Tácticas psicoterapeuticas con pacientes adictos

citlalliderasSíntesis29 de Febrero de 2016

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La Habana, 2011


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Catalogación Editorial Ciencias Médicas

González Menéndez, Ricardo Ángel.

Tácticas psicoterapéuticas con pacientes adictos. - La Habana: Editorial Ciencias Médicas, 2011.

118 p.: il., tab.

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WM 420

Trastornos Relacionados con Sustancias / psicología, Trastornos Relacionados con Sustancias / rehabilitación, Psicoterapia, Relaciones Médico-Paciente

Edición: Lic. Lázara Cruz Valdés

Diseño: Ac. Luciano O. Sánchez Núñez

Emplane: Xiomara Segura Suárez

  • Ricardo Ángel González Menéndez, 2011
  • Sobre la presente edición: Editorial Ciencias Médicas, 2011

ISBN 978-959-212-660-2

Editorial Ciencias Médicas

Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas Calle 23, entre N y O, edificio Soto, El Vedado

La Habana, CP- 10400, Cuba

Correo electrónico:ecimed@infomed.sld.cu Teléfono: 832 5338, 838 3375

http: www.sld.cu/sitios/ecimed/


AUTOR

Dr. Ricardo Ángel González Menéndez

Académico de Mérito Doctor en Ciencias Médicas Doctor en Ciencias Generales

Especialista de I y II Grados en Psiquiatría

Profesor Consultante y Titular de Psiquiatría de la Universidad Médica de La Habana Presidente de la Comisión Nacional de Ética Médica Consultante del Servicio de Toxicomanías del Hospital Psiquiátrico

de La Habana "Dr. Eduardo Bernabé Ordaz" y de la Facultad "Dr. Enrique Cabrera"

Expresidente de la Sociedad Cubana de Psiquiatría

Ex-Secretario General de la Asociación Psiquiátrica de América Latina


"Mientras un hombre no tenga la cabeza cortada, nada está perdido para él" José Martí


A los que atrapados en las redes del alcohol y otras drogas hayan sentido la necesidad de buscar ayuda profesional. A sus familiares y a especialistas, tecnólogos y técnicos motivados

por ser cada día mejores en dicha sensible gestión asistencial.

En saludo al Día Mundial de la Salud Mental.


Prefacio

Si es usted un psicoterapeuta de experiencia, se le sugiere no ocupar su valioso tiempo leyendo este libro, ya que no le aportará conocimiento alguno; pero, si pese a esta advertencia, decide hacerlo, considere la posibilidad de recomendarlo a sus discípulos más jóvenes, pues fue, pensando en estos, que se escribió.

Mi interés por la medicina y después por la psiquiatría y la psicoterapia no fue realmente espontánea pues considero que además de algunas aptitudes, cierto tem-peramento facilitador y la influencia de mis progenitores, sobre todo mi madre, en lo referente a insuflar, a los tres hijos, su profunda vocación de servicio en el campo de la salud; comencé desde adolescente a conocer la significación de la pérdida de la salud por una pneumopatía, de curso prolongado, que requirió importantes es-fuerzos familiares y profesionales para superarla.

Esta situación me permitió reconocer, bien temprano en mi vida, la significación de una relación médico-paciente-familia positiva y reforzó mi admiración por dos médicos pinareños que fueron mis paradigmas ético-humanísticos. Ya por esa épo-ca me había percatado de los serios trastornos psiquiátricos de mi querida madre y cursaba mi cuarto año de medicina, cuando aterricé en el diván de un magnífico psicoanalista, que por ser mi profesor de psiquiatría se esforzó por darle matiz didáctico al tratamiento que necesité por mecanismos ajenos a mi interés por la psiquiatría: una fobia social. Este tratamiento desarrollado con criterios ortodoxos y técnica magistral me permitió reconocer la importancia de la introspección, de las motivaciones inconscientes y de la relación interpersonal de ayuda profesional. Vivencié, además, la necesidad de acelerar dicho tratamiento y admiré, desde en-tonces, el método psicoanalítico y los aportes científicos evolutivos que lo llevaron a la psicoterapia dinámica, cuyos recursos creo muy valiosos en una proporción importante de casos.

La dedicación a las adicciones sí fue un hecho fortuito, aunque de alto valor simbó-lico, pues se derivó de la petición simultánea de mi gran maestro doctor Armando Córdova Castro y de mi gran amigo y director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé para que cambiara la plaza obtenida en concurso de oposición en el Hospital "Calixto García" por una plaza en el Hospital Psiquiátrico de la Habana y, precisamente, en el servicio de adicciones de este centro. El valor simbólico lo aportó el hecho de que la motivación principal de dicha doble petición era viabilizar que mi maestro en psicoanálisis, que ya tran-sitaba la tercera edad, pudiera evitar el recorrido diario de 35 km para concurrir a su trabajo. Con mucho gusto y sin que él lo supiera, accedí al cambio de plaza y fue, sin duda alguna, la mejor decisión que en el ámbito laboral he tomado en toda mi existencia.


Nadie pudo percatarse, hasta hoy, que lo que pudo haberme hecho dudar no era la distancia, sino el hecho de que, hasta entonces, había sido por cinco años Médico General y después por más de 8 años, Especialista en Psiquiatría, que consideraba a los alcohólicos y otros drogadictos como absolutamente fuera de mis actividades profesionales en la salud.

Se cumplió así aquello de: a quien no quiere caldo, tres tazas, aunque debo recono-cer que el conflicto vocacional no se prolongó, por suerte para mí y para mis pacientes, por más de dos semanas, ya que al cabo de estas ocurrió un incidente salvador de alta trascendencia dinámica para comprender mi antiguo rechazo a los pacientes adictos.

Mis actuales reflexiones introspectivas sobre lo ocurrido, un tercio de siglo atrás, me han hecho reconocer que existieron factores ético-profesionales que facilitaron la estructuración, de notables resistencias, para que en el momento de mi designa-ción pudiese aceptar que el rechazo que sentía por estos pacientes no era, precisa-mente, por no considerarlos realmente enfermos, ya que dicho argumento no era más que un mecanismo inconsciente de racionalización, la esencia de mis defensas iniciales estaban en mis antiguas concepciones acerca de que las personas que asumían la conducta de los alcohólicos y los adictos a otras drogas, eran personas de poca calidad humana, con tendencias delictivas y, en el mejor de los casos, discapacitados morales.

La experiencia que echó por el suelo esta, totalmente, falsa apreciación ocurrió cuan-do en el tránsito hacia mi consulta pasé por el comedor de mi servicio docente "Rogelio Paredes", dedicado a la atención de pacientes alcohólicos y con otras drogadicciones procedentes de Cuba y de otros países latinoamericanos.

Quien produjo ese cambio radical de criterio fue un joven sudamericano, drogadicto de reciente admisión, que venía precedido de informes muy desfavorables en lo relativo a su comportamiento, profundamente, antisocial.

Esta fue mi experiencia: al superar un segmento del pasillo por el que me desplazaba y ubicado en un lugar, donde nadie podía haberlo visto, me encontré a este antisocial en actitud de enfrentamiento a otro ingresado, cuya estatura y peso corporal ponía, seriamente, en riesgo su vida y, en el mejor de los casos, su integridad física.

Su mensaje hacia aquel gigante transmitido en solo trece palabras pronunciadas sin alarde alguno, pero con la firmeza que surge ante una gran injusticia era: ¡Para quitarle otra vez el pollo a ese infeliz, tienes, primero que matarme!

La reflexión me llegó como un relámpago y fue, este muchacho no es, un antiso-cial. Para ello tomé en cuenta que, con el riesgo que corría, no obtendría ningún beneficio personal pues estaba defendiendo a un pobre paciente mental que, ade-más de estar muy enfermo, le era prácticamente desconocido.


Me cuestioné, incluso, si yo hubiese asumido una actitud, tan riesgosa, ante la situación y, por primera vez, puse en duda aquella antigua apreciación de que los adictos al alcohol u otras drogas no eran enfermos, sino personas de baja calidad humana.

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