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Volver A Traer La Experiencia Psicoanalítica A La Palabra Y Al Lenguaje Como A Sus Fundamentos


Enviado por   •  9 de Octubre de 2013  •  12.127 Palabras (49 Páginas)  •  366 Visitas

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Volver a traer la experiencia psicoanalítica a la palabra y al lenguaje como a sus fundamentos, es algo que interesa su técnica. Si no se inserta en lo inefable, se descubre el deslizamiento que se ha operado en ella, siempre en un solo sentido, para alejar a la interpretación de su principio. Está uno entonces autorizado a sospechar que esta desviación de la práctica motiva las nuevas metas a las que se abre la teoría.

Si miramos más de cerca, los problemas de la interpretación simbólica comenzaron por intimidar a nuestro y pequeño mundo antes de hacerse en él embarazosos. Los éxitos obtenidos por Freud asombran allí ahora por la informalidad del endoctrinamiento de que parecen proceder, y el alarde de esa informalidad que se observa en los casos de Dora, del hombre de Ias ratas y del hombre de Ios lobos no deja de escandalizarnos. Es cierto que nuestros hábiles no tienen empacho en poner en duda que fuese ésa una buena técnica.

Este desafecto corresponde en verdad, en el movimiento psicoanalítico, a una confusión de las lenguas de la cual, en una conversación familiar de una época reciente, la personalidad más representativa de su actual jerarquía no hacía ningún misterio ante nosotros.

Es bastante notable que esta confusión se acreciente con la pretensión en la que cada uno se cree delegado a descubrir en nuestra experiencia las condiciones de una objetivación acabada, y con el fervor que parece acoger a estas tentativas teóricas a medida que se muestran mas desreales.

Es indudable que los principios, por bien fundados que estén, del análisis de las resistencias han sido en la práctica ocasión de un desconocimiento cada vez mayor del sujeto, a falta de ser comprendidos en su relación con la intersubjetividad de las palabras.

Siguiendo, en efecto, el proceso de las siete primeras sesiones que nos han sido integramente transmitidas del caso del hombre de las ratas, parece poco probable que Freud no haya conocido las resistencias en su lugar, o sea allí precisamente donde nuestros modernos técnicos nos dan la lección de que él dejó pasar la ocasión, puesto que es su texto mismo el que le permite señalarlas, manifestando una vez más ese agotamiento de temas que, en los textos freudianos, nos maravilla sin que ninguna interpretación haya agotado todavía sus recursos.

Queremos decir que no solo se dejó llevar a alentar a su sujeto para que saltara por encima de sus primeras reticencias, sino que comprendió perfectamente el alcance seductor de ese juego en lo imaginario. Basta para convencerse de ello remitirse a la descripción que nos da de la expresión de su paciente durante el penoso relato del suplicio representado que da tema a su obsesión, el de la rata empujada en el ano del atormentado: "Su rostro (nos dice) reflejaba el horror de un gozo ignorado." El efecto actual de la repetición de ese relato no se le escapa, ni por lo tanto la identificación del psicoanalista con el "capitán cruel" que hizo entrar a la fuerza ese relato en la memoria del sujeto, y tampoco pues el alcance de los esclarecimientos teóricos cuya prenda requiere el sujeto para proseguir su discurso.

Lejos sin embargo de interpretar aquí la resistencia, Freud nos asombra accediendo a su requerimiento, y hasta tan lejos que parece entrar en el juego del sujeto.

Pero el carácter extremadamente aproximado, hasta el punto de parecernos vulgar, de las explicaciones con que lo gratifica, nos instruye suficientemente: no se trata tanto aquí de doctrina, ni siquiera de endoctrinamiento como de un don simbólico de la palabra, preñado de un pacto secreto, en el contexto de la participación imaginaria que lo incluye, y cuyo alcance se revelará mas tarde en la equivalencia simbólica que el sujeto instituye en su pensamiento de las ratas y de los florines con que retribuye al analista.

Vemos pues que Freud, lejos de desconocer la resistencia, usa de ella como de una disposición propia a la puesta en movimiento de las resonancias de la palabra, y se conforma, en la medida en que puede, a la definición primera que ha dado de la resistencia, sirvviéndose de ella para implicar al sujeto en su mensaje. Y es así como desbandará bruscamente sus perros en cuanto vea que, por ser tratada con miramientos, la resistencia se inclina a mantener el diálogo al nivel de una conversación en que el sujeto entonces perpetuaría su seducción con su escabullirse.

Pero aprendemos que el psicoanálisis consiste en pulsar sobre los múltiples pentagramas de la partitura que la palabra constituye en los registros del lenguaje: de donde proviene la sobredeterminación que no tiene sentido si no es en este orden.

Y asimos al mismo tiempo el resorte del éxito de Freud. Para que el mensaje del analista responda a la interrogación profunda del sujeto, es preciso en efecto que el sujeto lo oiga como la respuesta que le es particular, y el privilegio que tenían los pacientes de Freud de recibir la buena palabra de la boca misma de aquel que era su anunciador, satisfacía en ellos esta exigencia.

Observemos de paso que aquí el sujeto había tenido un anuncio de ello al entreabrir la Psicopatología de la vida cotidiana, obra entonces en el frescor de su aparición.

Lo cual no es decir que este libro sea mucho mas conocido ahora, incluso de los analistas, pero la vulgarización de las nociones freudianas en la conciencia común, su entrada en lo que nosotros llamamos el muro del lenguaje, amortiguaría el efecto de nuestra palabra si le diésemos el estilo de las expresiones dirigidas por Freud al hombre de las ratas.

Pero aquí no es cuestión de imitarlo. Para volver a encontrar el efecto de la palabra de Freud, no es a sus términos a los que recurriremos, sino a los principios que la gobiernan.

Estos principios no son otra cosa que la dialéctica de la conciencia de sí, tal como se realiza de Sócrates a Hegel, a partir de la suposición irónica de que todo lo que es racional es real para precipitarse en el juicio científico de que todo lo que es real es racional. Pero el descubrimiento freudiano fue demostrar que este proceso verificante no alcanza auténticamente al sujeto sino descentrándolo de la conciencia de sí, en el eje de la cual lo mantenía la reconstrucción hegeliana de la fenomenología del espíritu: es tanto como decir que hace aún más caduca toda búsqueda de una "toma de conciencia" que, mas allá de su fenómeno psicológico, no se inscribiese en la coyuntura del momento particular que es el único que da cuerpo a lo universal y a falta del cual se disipa en generalidad.

Estas observaciones definen los límites dentro de los cuales es imposible a nuestra técnica desconocer los momentos estructurantes de la fenomenología hegeliana: en primer lugar la diaIéctica del Amo y del

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