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Año De La Fe

jdgmora9 de Octubre de 2012

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Qué significa creer

Joseph Ratzinger

Cfr. El cristiano en la crisis de Europa, Ed. Cristiandad, 2005, pp. 69-100

Sumario

1. La fe es el acto fundamental de la existencia cristiana.- 2. La fe de la vida cotidiana como actitud fundamental del hombre.- 3. El agnosticismo, ¿puede ser una solución?.- 4. Conocimiento natural de Dios.- 5. La fe «sobrenatural» y sus orígenes.- 6. Desarrollo de las premisas.

1. La fe es el acto fundamental de la existencia cristiana

En el acto de fe se expresa la estructura esencial del cristianismo y la respuesta a la pregunta: ¿Cómo podemos alcanzar nuestro destino realizando lo que constituye nuestra humanidad? Hay otras muchas respuestas, porque no todas las religiones son una «fe».

Por ejemplo, el budismo, en su forma clásica, no tiende en modo alguno al acto de autotrascendencia que es el encuentro con el «totalmente Otro», con el Dios que me habla y que me llama al amor. Lo característico del budismo es, más bien, una interiorización radical; no es un acto que lleva a salir de sí mismo, sino una entrada en la

propia interioridad, que deberá conducir a la liberación del yugo de la individualidad personal y del fardo que representa la realidad de ser una persona que retorna a la interioridad común del ser, de un ser que, si se compara con la experiencia que tenemos de él, puede calificarse como no-ser, como nada, que es el modo de expresar la alteridad más absoluta.

2. La fe de la vida cotidiana como actitud fundamental del hombre

No es nuestra intención entrar a fondo en este problema. Lo que de momento más nos interesa es, sencillamente, comprender mejor el acto fundamental de ser cristiano, es decir, el acto de fe. Pero al iniciar este proceso, nos topamos inmediatamente con una dificultad: ¿Es, quizá, la fe una actitud digna del hombre moderno y adulto?

El hecho de «creer» parece una etapa provisional, interina, que en último análisis debería ser superada, a pesar de que con frecuencia resulta inevitable, precisamente como actitud provisional. Nadie está capacitado para saber realmente y dominar con conocimiento personal todo lo que, en una civilización tecnológica como la nuestra, constituye el fundamento de nuestra vida cotidiana. Hay infinidad de cosas que tenemos que aceptar fiándonos de la «ciencia», y tanto más cuanto que todo eso parece suficientemente confirmado por cada uno de nosotros en el ámbito de nuestra experiencia común. Todos, unos más y otros menos, utilizamos a diario productos de una técnica cuyo fundamento científico ignoramos.

Por ejemplo, ¿quién puede calcular o verificar la estática de un edificio, o el funcionamiento de un ascensor? Y eso, por no hablar del

mundo de la electricidad o la electrónica, que nos resulta tan familiar. Y, ¿qué decir de algo más complicado como la fiabilidad de un compuesto farmacéutico? Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito... Vivimos en una red de incógnitas, de las que nos fiamos por razones de una experiencia generalmente positiva. Sabemos que todo eso no carece de fundamento; y esa «fe» nos permite disfrutar de los beneficios de la ciencia de otros.

Pero, ¿qué clase de fe es ésta que practicamos normalmente casi sin damos cuenta y que es la base de nuestra vida diaria? Sin pretender buscar en seguida una definición, limitémonos más bien a los niveles de lo que se puede verificar de inmediato. Saltan a la vista dos aspectos contradictorios de esta clase de «fe».

En primer lugar, podemos damos cuenta de que esa fe es indispensable para el desarrollo normal de nuestra vida. Yeso es verdad, ante todo, por el simple motivo de que, en caso contrario, nada funcionaría; cada uno tendría que comenzar siempre de nuevo. Pero, profundizando un poco más, eso también es verdad en el sentido de que la vida humana resulta imposible si uno no se puede fiar del otro, o de los demás, si no podemos apoyarnos en su experiencia o en su conocimiento de lo que se nos ofrece por anticipado. Ése es uno de los aspectos ?positivos? de esta clase de «fe».

Pero, por otro lado, esa fe es, naturalmente, la expresión de una falta de conocimiento y, por tanto, una actitud de conformismo; si se pudiera conocer, sería indudablemente mucho mejor.

De ese modo, hemos delineado una especie de «estructura axiológica» de la fe, a nivel natural. Hemos examinado los valores que encierra y hemos concluido que esa fe es, por una parte, un valor secundario con respecto al «saber», pero, por otro lado, es un valor fundamental de la existencia humana, un fundamento sin el que ninguna sociedad podría sobrevivir.

Al mismo tiempo, se podrían mencionar también los elementos que pertenecen a esa fe, en lo referente a su «estructura de acto». Hay tres elementos.

El primero es que esa fe siempre hace referencia a alguien que está «al corriente» de la cuestión, es decir, presupone un conocimiento efectivo por parte de personas cualificadas y fidedignas.

A eso se añade, como segundo elemento, la confianza de la «multitud» de gente que, en su utilización cotidiana de las cosas, no tiene en cuenta la solidez real de los conocimientos que las han producido.

Y finalmente, como tercer elemento, se podría mencionar una cierta verificación del conocimiento en la experiencia cotidiana. Yo no podría probar de manera científica que el hecho de encender una bombilla sea el resultado de un proceso basado en los principios de la electricidad, pero no por eso dejo de reconocerlo, ya que, en mi vida cotidiana, mis aparatos funcionan perfectamente, a pesar de mi ignorancia.

Por consiguiente, aunque yo no esté iniciado en esa ciencia, sigo actuando, aunque naturalmente no a base de una «fe» pura y ajena a toda clase de confirmación.

3. El agnosticismo, ¿puede ser una solución?

Este razonamiento abre enormes perspectivas sobre la fe religiosa, dada su capacidad de descubrir analogías estructurales. Pero cuando intentamos rebasar este nivel, chocamos inmediatamente con una objeción de peso que podría formularse así: Puede ser que en el complicado mundo de las relaciones humanas sea imposible que cada uno «sepa» todo lo necesario y de utilidad para la vida y que, en consecuencia, nuestra posibilidad de acción se deba a que, por medio de la «fe», participamos del «saber» de otros; sin embargo, siempre nos movemos en el ámbito de un saber humano que, por principio, resulta accesible a todos.

Por el contrario, cuando se trata de la fe en la Revelación, rebasamos los límites de ese saber humano que nos caracteriza. Y si, por hipótesis, la existencia de Dios pudiera concebirse como un «saber», al menos la revelación y sus contenidos seguirían siendo objeto de «fe» para cada uno de nosotros, es decir, serían algo que supera la realidad accesible a nuestra capacidad de saber. En consecuencia, en este aspecto no podríamos apelar o referimos a ningún saber de especialistas, ya que nadie podría conocer directamente esas realidades por el hecho de haberlas estudiado personalmente.

De modo que, una vez más y de manera más apremiante, nos encontramos frente a este problema: Esa clase de fe, ¿se puede

conciliar con la ciencia crítica moderna? ¿No sería más adecuado al hombre adulto de hoy abstenerse de emitir un juicio en semejante materia y esperar el día en que la ciencia disponga de una respuesta definitiva a esa clase de preguntas?

La actitud que se trasluce en este modo de plantear el problema corresponde, sin duda, al nivel medio de los universitarios de hoy; la honestidad intelectual y la humildad frente a lo desconocido dan la impresión de inclinarse más hacia un agnosticismo que hacia un ateísmo explícito. En realidad, este último también pretende saber demasiado e implica, a su vez, un elemento dogmático. Nadie puede albergar la presunción de «saber», en sentido propio, que Dios no existe. Como mucho, se podría trabajar sobre la hipótesis de que Dios no exista, y a partir de ella, tratar de explicar el universo. En el fondo, la ciencia moderna se encuentra bajo esta bandera. Con todo, ese enfoque metodológico es consciente de sus propias limitaciones. Es claro que no se pueden rebasar los límites de la hipótesis y, por consiguiente, aunque una explicación atea del universo pueda parecer evidente, jamás conducirá a una certeza científica de la no existencia de Dios.

Nadie puede entender experimentalmente la totalidad del ser o de sus condiciones. En este punto, llegamos sencillamente a tocar lo que son los límites insuperables de la «condición humana», es decir, de la capacidad cognoscitiva del hombre, en cuanto tal, y no sólo en relación a sus condiciones actuales, sino en su dimensión esencial. Por su misma naturaleza, la cuestión de Dios no se deja someter por la fuerza a la razón científica, en el sentido más estricto del término.

En este sentido, la declaración de «ateísmo científico» es una pretensión absurda tanto hoy como ayer o mañana.

Pero en esta situación se impone de modo más acuciante el problema de saber si el tema de Dios no sobrepasará los límites de la capacidad humana en cuanto tal, y si, de esa manera, el agnosticismo no representará la única actitud correcta del ser humano, que consiste en el reconocimiento apropiado y sincero, incluso «devoto» ?en el significado profundo del término?, de lo que supera nuestra comprensión y nuestro campo visual, es decir, una actitud de reverencia frente a lo que nos resulta inaccesible. ¿No sería, quizá, ésta la nueva forma de devoción intelectual, que prescinde de lo que supera nuestras capacidades y se contenta con lo que se nos ha concedido?

El que quiera responder a esta pregunta como

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