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CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE LEÓN XIII

YOCITA8 de Septiembre de 2013

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AETERNI PATRIS FILIUS -

Sobre la restauración de la filosofía cristiana

1879/08/04

CARTA ENCÍCLICA DEL SUMO PONTÍFICE LEÓN XIII

1. El Hijo Unigénito del Eterno Padre, que apareció sobre la tierra para traer al humano linaje la salvación y la luz de la divina sabiduría, hizo ciertamente un grande y admirable beneficio al mundo cuando, habiendo de subir nuevamente a los cielos, mandó a los apóstoles que fuesen a enseñar a todas las gentes, y dejó a la Iglesia por El fundada por común y suprema maestra de los pueblos. Pues los hombres, a quienes la verdad había liberado, debían ser conservados por la verdad; ni hubieran durado por largo tiempo los frutos de las celestiales doctrinas, por las que adquirió el hombre la salud, si Cristo Nuestro Señor no hubiese constituido un magisterio perenne para instruir los entendimientos en la fe. Pero la Iglesia, ora animada con las promesas de su divino autor, ora imitando su caridad, de tal suerte cumplió sus preceptos, que tuvo siempre por mira y fue su principal deseo enseñar la Religión, y luchar perpetuamente con los errores. A esto tienden los diligentes trabajos de cada uno de los Obispos, a esto las leyes y decretos promulgados de los Concilios y en especial la cotidiana solicitud de los Romanos Pontífices, a quienes como sucesores de Pedro, Príncipe de los Apóstoles, pertenecen el derecho y la obligación de enseñar y confirmar a sus hermanos en la fe.

Pero como, según el aviso del Apóstol, por la filosofía y la vana falacia suelen ser engañadas las mentes de los fieles cristianos y es corronpida la sinceridad de la fe en los hombres, los supremos pastores de la Iglesia siempre juzgaron ser también propio de su misión promover con todas sus fuerzas las ciencias que merecen tal nombre, y a la vez procurar con singular cuidado que las ciencias humanas se enseñasen en todas partes según la regla de la fe católica, y en especial la filosofía, de la cual sin duda depende en gran parte la recta enseñanza de las demás ciencias.

Ya Nos os advertimos brevemente entre otras cosas esto mismo, Venerables Hermanos, cuando por primera vez Nos hemos dirigido a vosotros por cartas Encíclicas; pero ahora, por la gravedad del asunto y la condición de los tiempos, Nos vemos compelidos por segunda vez a tratar con vosotros de establecer para los estudios filosóficos un método que, no sólo corresponda perfectamente al bien de la fe, sino que esté conforme con la misma dignidad de las ciencias humanas.

2. Si alguno fija su atención en la tristeza de nuestros tiempos y examina reflexivo el modo de ser de la vida pública y de la privada, descubrirá sin duda que la causa fecunda de los males, tanto de los que ya nos oprimen, como de los que tememos, está en que los perversos principios sobre las cosas divinas y humanas, emanados hace tiempo de las escuelas filosóficas, han penetrado en todos los órdenes de la sociedad, siendo recibidos por los más con un pleno acatamiento. Al ser natural que el hombre en su acción tenga por guía a la razón, si en algo falta la inteligencia, fácilmente peca también en lo mismo la voluntad; y así acontece que la perversidad de las opiniones, cuyo asiento está en la inteligencia, influye en las acciones humanas y las pervierte. Por lo contrario, si el entendimiento del hombre está sano y se apoya firmemente en sólidos y verdaderos principios, producirá muchos beneficios de pública y privada utilidad.

Ciertamente no atribuimos tal naturaleza y autoridad a la filosofía humana que la creamos suficiente para rechazar y arrancar todos los errores; pues así como, cuando al principio fue instituida la religión cristiana, el género humano fue restituido a su dignidad primitiva mediante la luz admirable de la fe, difundida no con las persuasivas palabras de la humana sabiduría, sino en la manifestación del espíritu y de la verdad, así también al presente debe esperarse principalísimamente del omnipotente poder de Dios y de su auxilio, que las inteligencias de los hombres, disipadas las tinieblas del error, vuelvan a la verdad.

Pero no se han de despreciar ni posponer los auxilios naturales que, por beneficio de la divina sabiduría que dispone fuerte y suavemente todas las cosas, están a disposición del género humano, entre cuyos auxilios consta que el principal es el recto uso de la filosofía. No en vano imprimió Dios la luz de la razón en la mente humana; y la añadida luz de la fe dista tanto de apagar o disminuir la virtud de la inteligencia, que antes bien la perfecciona y, aumentadas sus fuerzas, la hace hábil para mayores empresas. Exige, pues, el orden de la misma Providencia, que se pida apoyo aun a la ciencia humana, al llamar a los pueblos a la fe y a la salud: método plausible y prudente que los monumentos de la antigüedad atestiguan haber sido practicado por los preclarísimos Padres de la Iglesia. Estos acostumbraron a atribuir a la razón una parte no pequeña y muy importante, que brevemente compendió el gran Agustín, atribuyendo a la ciencia... aquello con que la fe salubérrima... se engendra, se alimenta, se defiende, se fortifica.

3. En primer lugar, la filosofía, si se emplea debidamente por los sabios, puede en cierto modo allanar y facilitar el camino a la verdadera fe y prepara convenientemente los ánimos de sus alumnos a recibir la revelación; por lo cual, con toda razón fue llamada por los antiguos, ora previa institución a la fe cristiana, ora preludio y auxilio del cristianismo, ora pedagogo del Evangelio.

Y, en verdad, nuestro benignísimo Dios, en lo que toca a las cosas divinas, por la luz de la fe no nos manifestó solamente aquellas verdades para cuyo conocimiento es insuficiente la humana inteligencia, sino que nos manifestó también algunas, no del todo inaccesibles a la razón, de suerte que, al sobrevenir la autoridad de Dios, inmediatamente y sin ninguna mezcla de error, se hicieran a todos manifiestas. De aquí que aun los mismos sabios paganos, iluminados tan sólo por la razón natural, hayan conocido, demostrado y defendido con argumentos convenientes algunas verdades que, o se proponen como objeto de fe divina, o están unidas por ciertos estrechísimos lazos con la doctrina de la fe. Porque dice el Apóstol los atributos invisibles de Dios resultan visibles por la creación del mundo, y por las cosas hechas resultan inteligibles tanto su eterna potencia como su divinidad, y los gentiles que no tienen ley... muestran, sin embargo, la obra de la ley escrita en sus corazones. Luego es sumamente oportuno el que estas verdades, conocidas aun por los mismos sabios paganos, se utilicen en provecho y utilidad de la doctrina relevada, para que, en efecto, se manifieste que hasta la humana sabiduría y el testimonio mismo de los adversarios favorecen a la fe cristiana; modo de obrar, que consta no haber sido recientemente introducido, sino que es antiguo y usado muchas veces por los Santos Padres de la Iglesia. Aun más; estos venerables testigos y custodios de las tradiciones religiosas reconocen como una alegoría de esto y casi una figura en el hecho de que los Hebreos, al salir de Egipto, recibieran mandato de llevar consigo los vasos de oro y plata junto con vestidos preciosos de los Egipcios, para que, cambiado repentinamente su uso, se dedicara a la religión del Dios verdadero todo aquello que antes se había empleado en los ignominiosos ritos de la superstición. Gregorio de Neocesarea alaba a Orígenes, porque con admirable destreza convirtió muchos conocimientos tomados ingeniosamente de las máximas de los infieles, como dardos casi arrebatados a los enemigos, en defensa de la filosofía cristiana y en perjuicio de la superstición. Tanto Gregorio de Nacianzo como Gregorio Niceno alaban y aprueban en Basilio Magno el mismo modo de disputar, y Jerónimo lo celebra grandemente en Quadrato, discípulo de los Apóstoles, en Arístides, en Justino, en Ireneo y otros muchos. Y Agustín dice: ¿No vemos con cuánto oro y plata, y con qué vestidos salió cargado de Egipto Cipriano, doctor suavísimo y mártir beatísimo? ¿Con cuánto Lactancio? ¿Con cuánto Victorino, Optato, Hilario? Y para no hablar de los vivos, ¿con cuánto innumerables griegos?. Verdaderamente, si la razón natural dio tan óptima semilla de doctrina aun antes de ser fecunda con la virtud de Cristo, mucho más abundante la produciría ciertamente después que la gracia del Salvador restauró y enriqueció las fuerzas naturales de la humana mente. Y ¿quién no ve que con este modo de filosofar se abre un camino llano y fácil para la fe?

4. Sin embargo, no queda encerrada sólo en estos límites la utilidad que dimana de aquella manera de filosofar. Y realmente, las páginas de la divina sabiduría reprenden gravemente la necedad de aquellos hombres que, arrancando de los bienes visibles, no supieron conocer al que es, ni considerando las obras reconocieron quién fuese su artífice.... Así, en primer lugar, es grande y excelentísimo fruto que se recoge de la razón humana, el demostrar que hay un Dios: pues por la grandeza y hermosura de la criatura se podrá por el entendimiento venir al conocimiento del creador de ellas.

Después demuestra (la razón) que Dios sobresale singularmente por la reunión de todas las perfecciones, primero por la infinita sabiduría a la cual jamás puede ocultarse cosa alguna, y luego por la suma justicia, a la cual nunca puede vencer afecto alguno perverso, por lo mismo que Dios no sólo es veraz, sino también la misma verdad, incapaz de engañarse o de engañar. Clara es, por lo tanto, la consecuencia de que la razón humana conceda plenísima fe y autoridad a la palabra de Dios. Igualmente la razón declara que la doctrina evangélica brilló aun desde su origen por ciertos prodigios, como argumentos ciertos de la verdad;

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