Deys Caritas Est
nicobullo23 de Julio de 2014
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Carta encíclica
DEUS CARITAS EST
PRIMERA PARTE
LA UNIDAD DEL AMOR
EN LA CREACIÓN
Y EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Un problema de lenguaje
El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes. Esta palabra tiene diversos significados en las diferentes culturas y en el lenguaje actual.
La palabra amor tiene un vasto campo que envuelve lo siguiente: el amor a la patria, de amor por la profesión o el trabajo, entre padres e hijos, del amor al prójimo y del amor a Dios. En toda esta multiplicidad de significados destacael amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor.
“Eros” y “agapé”, diferencia y unidad
Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano, y agapé, los escritos neo testamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor.
Los griegos, sin duda análogamente a otras
culturas, consideraban el eros ante todo como una locura divina. De este modo, todas las demás potencias entre cielo y tierra parecen de segunda importancia: dice Virgilio en las Bucólicas “el amor todo lo vence”, rindámonos también nosotros al amor.
Eleros ebrio e indisciplinado no es elevación, “éxtasis” hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser.
En estas consideraciones sobre el concepto de eros en la historia y en la actualidad sobresalen claramente dos aspectos. Entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni envenenarlo, sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.
El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Ni la carne ni el espíritu aman: es el
hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor el erospuede madurar hasta su verdadera grandeza.
El eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. Nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza.
Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.
El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. Ciertamente, el amor es éxtasis, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de
sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios: “El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará” (Lc17, 33), Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general.
Nos hemos encontrado con las dos palabras fundamentales: eros como término para el amor mundano y agapé como denominación del amor fundado en la fe y plasmado por ella. Con frecuencia, ambas se contraponen, una como amor ascendente, y como amor descendente la otra.
En realidad, eros yagapé amor ascendente y amor descendente nunca llegan a separarse completamente. Si bien el eros inicialmente es sobre todo apasionado, ascendentefascinación por la gran promesa de felicidad, al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ser para el otro. Así, el momento del agapé se inserta en el eros inicial; de otro modo, se desvirtúa y pierde también su propia naturaleza. Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don.
La novedad de la fe bíblica
La imagen de Dios, En el camino de la fe bíblica, por el contrario,
resulta cada vez más claro y unívoco lo que se resume en las palabras de la oración fundamental de Israel, “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno” (Dt6, 4). Él mismo, es el autor de toda la realidad. Lo cual significa que estima a esta criatura, precisamente porque ha sido Él quien la ha querido, quien la ha hecho. Este Dios ama al hombre. Su amor, además, es un amor de predilección: entre todos los pueblos, aunque con el objeto de salvar precisamente de este modo a toda la humanidad. Él ama, y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es también totalmente agapé.
La relación de Dios con Israel es ilustrada con la metáfora del noviazgo y del matrimonio; por consiguiente, la idolatría es adulterio y prostitución. La historia de amor de Dios con Israel consiste, en que Él abre los ojos de Israel sobre la verdadera naturaleza del hombre y le indica el camino del verdadero humanismo.
El eros de Dios para con el hombre, como hemos dicho, es a la vez agapé. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo,
reconcilia la justicia y el amor.
El aspecto filosófico e histórico-religioso que se ha de subrayar en esta visión de la Biblia es que Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser;el Logos, la razón primordial, es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor. En el Cantar de los Cantares se da ciertamente una unificación del hombre con Dios, sueño originario del hombre, pero esta unificación no es un fundirse juntos, un hundirse en el océano anónimo del Divino; es una unidad que crea amor, en la que ambos, Dios y el hombre, siguen siendo ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: “El que se une al Señor, es un espíritu con él”, dice san Pablo (1 Co 6, 17).
La narración bíblica de la creación habla de la soledad del primer hombre, Adán, al cual Dios quiere darle una ayuda. Entonces Dios, de una costilla del hombre, forma a la mujer. Ahora Adán encuentra la ayuda que precisa: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gn2, 23). El hombre es de algún modo incompleto, constitutivamente en camino para encontrar en el otro la parte complementaria para su integridad, “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn2, 24).
En esta profecía hay dos aspectos importantes: el eros está como enraizado en la naturaleza misma del hombre. No menor importancia reviste el segundo
aspecto: en una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano.
Jesucristo, el amor de Dios encarnado
Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la “oveja perdida”, la humanidad doliente y extraviada. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Dios es amor (1 Jn4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Él anticipa su muerte y resurrección, dándose
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