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El Poder De Un Ave María

LPEP28 de Junio de 2013

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El poder de una Ave María

Era una mañana soleada.

Las montañas del Tirol se mostraban especialmente bonitas en aquel día de primavera.

La nieve ya estaba casi toda derretida, pero los picos blancos centelleaban todavía bajo los rayos del sol.

El Padre Hans había terminado de celebrar su misa matutina y se preparaba para la catequesis de los niños.

Seleccionaba la materia, consultaba los libros y escogía algunas estampas para premiar a los niños más aplicados, momento que más agradaba a todos ellos en la clase. Encontró una linda estampa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y la separó para quien supiese responder a la pregunta más difícil.

En ese momento entró el sacristán, diciendo apesadumbrado:

— Padre Hans... Acaba de llegar la hija de la Sra. Binzer, con la noticia de que su madre está muy mal, tal vez en sus últimos momentos, y le pide que le lleve el Viático. Pero no puedo acompañarle porque hoy es el día libre del secretario de la parroquia, y alguien tiene que cuidar de la iglesia.

— No te preocupes, Rolf, ya he estado varias veces en la casa de la Sra. Binzer y conozco todos los atajos.

Saliendo ahora, conseguiré volver a tiempo al mediodía, si Dios quiere.

Sin demora, el buen párroco tomó los Santos Óleos y la teca con el Santísimo, montó a caballo y partió muy recogido. Iba adorando a Jesús Sacramento, que llevaba pendiente de su cuello, envuelto en una bolsa de seda bordada con las iniciales JHS: Jesús Hostia Santa.

¡El camino era bellísimo! Las flores ya se habían abierto, el arroyo fluía suavemente, haciendo cantar sus aguas cristalinas, y los árboles, de nuevo cubiertos con hojas, daban al aire de la primavera un frescor muy agradable. Los pájaros cantaban y las mariposas parecían bailar delante del caballo, convidando al sacerdote a un paseo a través de los pinares perfumados.

El Padre Hans observó un poco la belleza del paisaje, glorificando a Dios por esos dones dados al hombre, pero concentraba toda su atención en el Creador de esas maravillas, que llevaba apretado contra su pecho.

Así recogido, continuaba su camino en actitud de adoración. Apenas pensó:

— Hace tiempo que no disfruto del aire fresco de ese bosque. A la vuelta voy a aprovechar un poco, y creo que no me retrasaré en mi regreso...

Llegando a casa de la Sra. Binzer, encontró a la enferma muy mal.

Se trataba de una piadosa campesina, que siempre participaba en las actividades parroquiales, pero la edad y la enfermedad le habían consumido todas las fuerzas, y ahora preparaba su alma para presentarse ante Dios. Toda la familia estaba reunida alrededor de su cama. Algunos lloraban, y una de las hijas dirigía el rezo de los Misterios Dolorosos del Rosario.

El Padre Hans le administró la Unción de los Enfermos que recibió con plena conciencia y piedad. Pero al darle la Comunión, notó que por un error, había tomado dos partículas.

A la mañana siguiente el Padre Hans contó lo sucedido a los niños del catecismo, y premió con una estampa de la Virgen a quién supo

recitar de memoria un trecho del Acordaos

No era habitual en aquel tiempo consumir dos hostias al mismo tiempo, y además la pobre señora casi no las podría tragar. Eso contrarió un poco al sacerdote, pues tendría que devolver de nuevo a la iglesia el Santísimo Sacramento, por lo que debería regresar recogido, en oración, sin poder disfrutar de la primavera en el bosque.

Después de decir a la familia unas palabras de consuelo y esperanza, montó en su cabalgadura y se volvió rezando.

Mientras se acercaba al bosque, salió corriendo a su encuentro un joven leñador, gritando de lejos:

— ¡Un sacerdote! ¡Un sacerdote!

Llegando junto al caballo el muchacho

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