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El Quinto Evangelio


Enviado por   •  17 de Octubre de 2013  •  15.022 Palabras (61 Páginas)  •  237 Visitas

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EL

QUINTO EVANGELIO

I

NADA OCULTO QUE NO DEBA SER REVELADO

En los primeros días de la Iglesia Cristiana, luego de que una carta apostólica era enviada a una congregación o a un individuo, o después que un Evangelio era escrito a fin de llenar las necesidades de un público lector en particular, se elaboraban copias con el propósito de extender su influencia y facilitar a otros sus beneficios. Era por lo tanto inevitable, que esas copias manuscritas contuvieran un número mayor o menor de diferencias en palabras con respecto a su original.

La mayor parte de las divergencias surgieron por causas accidentales, tales como confundir una letra o palabra con otra parecida. Si, por ejemplo:

- Dos líneas vecinas de un manuscrito comenzaban o terminaban con el mismo grupo de letras, o si dos palabras similares se encontraban juntas en la misma línea, era fácil para el ojo del copista saltar del primer grupo de letras al segundo, y así omitir una porción del texto. Esto se conoce como homoeteleuton.

- Inversamente, el escriba podría regresar del segundo al primer grupo y, sin querer, copiar una o más palabras dos veces. También las letras que se pronunciaban de igual modo, podían ser confundidas algunas veces por los escribas oyentes.

- Tales errores accidentales eran casi inevitables doquiera que se copiaban a mano largos pasajes, y había más posibilidades de que ocurrieran si el escriba tenía vista u oído defectuoso; si era interrumpido en su labor; o si a causa del cansancio, estaba menos atento de lo que debía estar.

- Otras divergencias en palabras, surgieron de intentos deliberados por suavizar formas gramaticales toscas, o por tratar de eliminar partes, real o aparentemente, obscuras en el significado del texto.

- Algunas veces, un copista substituía o añadía lo que le parecía ser una palabra o forma más apropiada, quizá derivada de un pasaje paralelo, que es lo que se llama armonización de lecturas similares. De esta manera, durante los primeros siglos que siguieron a la conformación del Canon del Nuevo Testamento, surgieron centenares, o más bien millares, de variantes textuales.

Durante los primeros años de expansión de la Iglesia, se desarrollaron lo que hoy conocemos como "textos locales" del Nuevo Testamento. A las nuevas congregaciones establecidas en grandes ciudades o cerca de ellas, tales como Alejandría, Antioquía, Constantinopla, Cártago o Roma, se le proveían copias de las Escrituras en el estilo que era corriente en esa área.

Al hacer copias adicionales, el número de lecturas especiales e interpretaciones eran conservadas y hasta cierto punto aumentadas, de tal manera que llegó a crecer una clase de texto que era más o menos propio de esa localidad.

Hoy es posible identificar la clase de texto preservado en manuscritos del Nuevo Testamento al comparar sus características textuales con las citas de esos mismos pasajes en los escritos de los padres de la Iglesia que vivían en los principales centros eclesiásticos, o cerca de ellos. Al mismo tiempo, las peculiaridades del texto local tendían a diluirse y mezclarse con otras clases de texto.

Por ejemplo, un manuscrito del Evangelio según Marcos copiado en Alejandría y llevado luego a Roma, ejercería sin duda, alguna influencia en los copistas que transcribían el texto de Marcos que era corriente en Roma. Sin embargo, durante los primeros siglos, las tendencias a desarrollar y preservar un tipo particular de texto, prevalecieron a la mezcla de ellos. De esta manera, se formaron varios tipos de texto del Nuevo Testamento, de los cuales, los más importantes son el Alejandrino, el Occidental, el Cesariense y el Bizantino.

Las primeras versiones castellanas del Nuevo Testamento se realizaron al amparo de la Reforma, y para el momento de sus publicaciones no pudieron llegar a sus destinatarios debido al rígido control que ejercían los inquisidores en las fronteras españolas. Fue por ello que la primera versión traducida directamente del griego, obra de Francisco de Encinas, editada en Bruselas en 1543, tuvo que esperar algún tiempo para su distribución. Esto aconteció cuando su revisor, Juan Perez de Pineda, trabó contacto con un personaje muy singular, llamado Julián Hernández. Este hombre, quien más tarde llegó a ser conocido bajo el seudónimo de Julianillo, oportunamente se ofreció para introducir copias del Nuevo Testamento en España.

Con la terrible fuerza opositora de la Inquisición por delante, Julían Hernandez comenzó a realizar sus arriesgados viajes. Su audacia y valor eran extraordinarios y, vez tras vez, logró introducir abundante cantidad de Nuevos Testamentos y otra literatura reformista en su país, hasta que, finalmente, fue traicionado y entregado en manos de sus perseguidores, para ser quemado en la hoguera.

Sin embargo, la labor de Julianillo no fue infructuosa, ya que antes de su captura logró esconder el precioso contrabando en varios sitios a lo largo del recorrido de su huida. Uno de estos lugares, fue nada menos que un claustro de monjes católicos llamado San Isidro del Campo. El resultado de semejante hazaña no se hizo esperar.

La Palabra de vida comenzó su obra convirtiendo el corazón de muchos de los monjes del monasterio, quienes, por abrazar su nueva fe, se vieron forzados al exilio. Entre los primeros que huyeron de España fueron, uno: Casiodoro de Reina; otro, Cipriano de Valera. Recorriendo las ciudades protestantes de Europa, comenzaron sus labores de traducción de la Santa Biblia.

Primero, habría de traducir Reina; luego al tiempo, revisaría Valera. El fruto de la labor de Casiodoro de Reina es la extraordinaria versión que hoy poseemos. Por su excelencia, sobrepuja todas las demás versiones castellanas de las Sagradas Escrituras. La pureza de sus expresiones constituye para la prosa española, un aporte monumental no reconocido; para la Iglesia de Cristo, posee el incalculable valor de haber sido luz inicial de la Reforma.

Hoy como ayer, por más de cuatro siglos, sus felices giros de expresión unen el pensamiento cristiano y son punto de concurrencia de las promesas y de la voluntad de Dios para sus hijos. ¡Somos, sin duda alguna, deudores a éste, nuestro maravilloso y más querido Libro!

Sin embargo, como hemos podido apreciar en la narrativa anterior, y como veremos en las subsiguientes, en virtud del desarrollo de los estudios bíblicos

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