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Epilogo la Virgen María en la Iglesia Primitiva


Enviado por   •  4 de Septiembre de 2021  •  Documentos de Investigación  •  1.728 Palabras (7 Páginas)  •  149 Visitas

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Epilogo la Virgen María en la Iglesia Primitiva.

Al llegar a este epílogo, advertimos que nos queda aún mucho que decir sobre la primitiva Iglesia; mas la información que hemos ofrecido tal vez pueda satisfacer nuestro propósito de darles a conocer algo mejor los orígenes de la Iglesia. Algo así como bajar por las ramas del árbol genealógico de nuestra fe en busca de las raíces; o, si así se prefiere, escalar una montaña partiendo de nuestra llanura para acercarse a la cumbre de Dios. Pienso que al final de esta lectura, y al conocer mejor a nuestra Iglesia, también en parte nos conocemos mejor a nosotros mismos. Y a esto podría añadirse un deseo de progresar aún más en profundidad y en extensión; porque el camino es dilatado y prometedor. Tal vez sólo hayamos trazado hasta aquí un mapa de carreteras.

Acabo de referirme al árbol genealógico, que, aunque se trata de la fe, posee un significado aún más exuberante y profundo que si se redujera a la biología y a la sangre. Todos los vivientes procedemos de una larga genealogía que nos entronca con los orígenes de nuestra especie. Es un torrente de vida que ha circulado por cauces ignorados, ya que ninguno de nosotros sabe exactamente quiénes fueron sus remotos ancestros ni mucho menos los que nos precedieron en las eras prehistóricas. Pero, en cambio, sí sabemos con certera cuál fue nuestra genealogía espiritual en la fe cristiana. Porque ella procede de Cristo y de los que inmediatamente tras El nos transmitieron esa fe y esa vida: es decir, de la Iglesia primitiva, enraizada en los apóstoles. Por tanto, si somos cristianos, ¡ésta es nuestra genealogía espiritual!

Hay en esa genealogía un nombre de mujer. Ella perteneció a la era apostólica, aún antes de que hubiera apóstoles. Ella estuvo presente en todo el Nuevo Testamento, desde el día en que la visitó el ángel Gabriel en Nazaret hasta cuando bajó sobre Ella, en el Pentecostés, el Espíritu Santo, que ya la poseía desde que fue concebida sin pecados Esta persona es la Santísima Virgen María, lazo de unión entre Jesús y la era apostólica, y de la que escribió el abad benedictino Ruperto de Deutz, en su comentario del Apocalipsis, que es "la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más selecta de la Iglesia."

Para trazar la historia de esta maternidad de María respecto a la Iglesia convendría comenzar no desde el principio, sino desde el final. Exactamente desde el 21 de noviembre de 1964, cuando Pablo VI, en su discurso de clausura de la tercera etapa del Vaticano II, se expresó así: "Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos que María Santísima es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, y queremos que desde ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este título."

Partiendo de esta declaración de Su Santidad Pablo VI, se puede construir una reflexión sobre el papel de la Virgen María en la primitiva Iglesia. María fue con ella lo que una madre es con sus hijos; por lo que, su labor fue tanto más necesaria, más continua y eficaz cuanto que son los hijos pequeños los que más la necesitan. Y la Iglesia era entonces recién nacida. Y a una madre siempre se la encuentra junto a la cuna de su niño. Resulta por lo mismo congruente que, casi en nuestros tiempos, León XIII escribiese: "La Virgen estuvo presente

en la primitiva Iglesia como colaboradora y maestra de la Iglesia naciente. Madre de ella, Maestra y Reina de los apóstoles, a quienes hizo participar del tesoro de las divinas palabras que guardaba en su corazón." (Injucta Semper, Adtutricem Populi)

La historia de la Virgen en esa Iglesia naciente puede apoyarse en dos puntos. Uno situado al comienzo de esta vida y otro al final. El comienzo es su presencia en el día de Pentecostés, en el que nos consta, por el testimonio de San Lucas, que en el momento de la bajada del Espíritu Santo se encontraba allí María, la Madre de Jesús. El punto final lo constituye su muerte o, para decirlo más exactamente, su "tránsito," en el que termina esta vida para subir en cuerpo y alma al cielo.

En esta definición dogmática se declara el dogma de la Asunción de María, pero se deja sin definir su previa muerte, es decir, si murió o no antes de la Asunción. Y al no pronunciarse el Magisterio de la Iglesia sobre ello, deja en libertad a la investigación teológica, aunque la sentencia más generalizada es que la Virgen María realmente murió y después fue resucitada y llevada a los cielos.

A partir de estos dos datos sobre la vida de la Virgen, en el comienzo y en el final, lo restante entra en el terreno de la conjetura: ¿Dónde fue a vivir María después de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Cuántos años permaneció en esta vida mortal? Pasemos revista a los escasos datos que nos proporcionan algunos escritores posteriores que trataron de llenar estas lagunas de silencio: ¿Dónde vivió la Virgen María? Dos localidades se disputan este honor: Efeso y Jerusalén. Aunque, en absoluto, podríamos admitir que fueran localidades sucesivas.

Hipótesis de Efeso. Parece establecido históricamente que el apóstol San Juan estuvo y vivió algunos años en Efeso, y como él había recibido de Jesús el encargo de cuidar a María, parece lógico que se la llevase a Efeso cuando el apóstol partió de Jerusalén. Una congruencia puede resultar del hecho de que en el siglo IV existían en Efeso dos iglesias, una dedicada a San Juan y otra a la Santísima Virgen. Lo cual podría ser un indicio de que allí estuvo antes su sepulcro; porque en aquella época no se consagraban templos si no tenían una relación local con el sepulcro de la persona venerada. Posteriormente, en unas excavaciones realizadas en 1894, fue descubierta, cerca de Efeso, una construcción a la que se dio el nombre de Panaghia Kapouli (Puerta de la Santísima); y la casa presentaba cierta semejanza con la descripción que la vidente Catalina Emmerich hace de la casa de la Virgen, vista por ella en una revelación (!)

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