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Iglesia


Enviado por   •  27 de Mayo de 2013  •  Tesis  •  5.973 Palabras (24 Páginas)  •  274 Visitas

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Presentación

El presente es un estudio generalizado sobre la historia de la Iglesia desde su inicio, cuyo objetivo es dar un enfoque breve, aunque lo más amplio posible dentro de dicha brevedad histórica, sobre las vicisitudes históricas a través de los siglos, desde su fundación en los primeros albores del cristianismo hasta finales del siglo XX.

La Iglesia primitiva

Desde un punto de vista teológico, la Iglesia fue fundada el primer Viernes Santo, aunque en realidad no se fundó en un solo acto, sino paso a paso. El proceso fundacional empieza ya cuando Cristo llamó a los apóstoles, prosigue con la designación de pedro como piedra fundamental de la Iglesia, sigue con la instauración de los sacramentos, y llega a su consumación cuando los apóstoles, después de la Resurrección, empiezan a poner en marcha los mandatos del Maestro.

A partir de la época apostólica observamos como el mapa se va llenando con los nombres de nuevas comunidades de fieles, hasta que a finales del siglo III apenas queda en todo el Imperio Romano una sola ciudad importante en la que no se encuentren cristianos.

Como es lógico, en toda nueva corriente aparecen, además de los favorecedores, los inconformes y los detractores. Así ocurrió en el siglo I con los gnósticos que, en lugar de ser una secta separada del cristianismo, era una corriente espiritual dentro de la Iglesia, quienes tenían la penosa impresión de que el cristianismo era demasiado superficial y simplista, en lugar de considerarla como realmente era: un complejo de verdades inmutables y reveladas. Ellos prefirieron elaborar su propia filosofía, adecuándola a lo que los gnósticos llaman un conocimiento más profundo. Los predicadores gnósticos fueron excomulgados por los primeros papas, y el movimiento perdió impulso definitivamente en el siglo III gracias a la demostración de que la doctrina cristiana era de carácter revelado.

Pero el primer cisma grave de la iglesia primitiva acaeció después de la muerte del Papa Ceferino en el año 217, siendo su promotor Hipólito, quien estaba considerado como el mejor teólogo de la iglesia cristiana de aquella época.

El Papa Calixto invitó a Hipólito a justificarse sobre un punto doctrinal y, al negarse a ello, fue excomulgado. Hipólito entonces organizó una comunidad rival y acusó al papado de relajación moral. El cisma siguió después del martirio del papa Calixto y continuó bajo el papado de sus sucesores, Urbano y Ponciano. Al fin Hipólito se reconcilió con el Papa Ponciano en el año 235 a raíz del destierro de ambos a Cerdeña, ordenado por el emperador romano Maximino el Tracio, motivado precisamente por la pugna entre ambos personajes.

Los tres primeros siglos de la historia de la Iglesia reciben a menudo el nombre de época de las persecuciones y también el de época de los mártires. Así como hasta el siglo III las persecuciones eran individuales, al igual que las sentencias, en el siglo III son los emperadores quienes desencadenaron persecuciones en masa para aplacar así los sentimientos hostiles del pueblo.

Las principales persecuciones dentro del siglo III fueron ordenadas por los propios gobernantes, tales como Séptimo Severo (202) prohibiendo conversiones al cristianismo, Máximo el Tracio (235) contra los obispos, Decio (250) contra los sospechosos de ser cristianos, y Valeriano (258) contra los obispos y toda reunión cristiana.

El caso de Diocleciano fue muy curioso, puesto que después de permitir por más de cuarenta años la propagación del cristianismo, se dejó convencer en el 303 por el emperador romano Galerio para iniciar una gran persecución. Sin embargo en el 311, antes de su muerte, el propio Galerio ordenó suspender la persecución y devolver los bienes confiscados a la iglesia cristiana. De hecho, cuando Constantino subió al trono del Imperio Occidental después de la división del Imperio Romano en Oriente y occidente a finales del siglo III, la persecución ya había finalizado.

Lo que sí hizo Constantino fue imprimir un giro a la política imperial en el sentido de hacerla favorable a los cristianos, y de conceder a la Iglesia su privilegiada situación dentro del Imperio, lo cual excluyó para siempre toda posibilidad de que resucitaran las leyes de persecución. Esto realmente es lo que convierte a Constantino en el verdadero liberador de la Iglesia.

Poco después de emitir el edicto favorable a los cristianos, Galerio murió y su sucesor, Licinio, quien gobernaba el imperio oriental, lo menospreció y continuó la persecución en sus dominios. Al contrario hizo Constantino, quien veló para que en el Imperio Occidental los cristianos gozaran de libertad absoluta de culto.

De esta forma ocurrió que mientras en el Imperio Occidental florecía el cristianismo, en el Imperio Oriental proseguían las persecuciones contra los cristianos.

El edicto de Milán

En el año 313, Constantino se reunió en Milán con el emperador Licinio. Por medio de lo que se conoce como el "Edicto de Milán" ambos se pusieron de acuerdo para extender la libertad religiosa a todo el Imperio. Sus conclusiones fueron publicadas en todo el Imperio y reñían el carácter de una declaración de libertad religiosa, tanto para los cristianos como para los paganos.

Pero Licinio traicionó su palabra y de nuevo persiguió a la Iglesia dentro de sus dominios orientales. Por ello Constantino le declaró la guerra y le venció en el año 323, uniendo así el Imperio bajo un solo emperador. Después de esta victoria Constantino se declaró cristiano y expresó su deseo de que todos sus súbditos se convirtieran al cristianismo.

En esta época la religión no era una opción demasiado personal; lo normal era que el súbdito siguiera la religión de su emperador, por lo cual hubo miles de bautizados, pero sin una conversión auténtica y profunda, sin convicción ni compromiso. Ello originó que la Iglesia se viera inundada por una gran masa sin formación, cuyo gran número debilitó la vida intensa que había tenido la Iglesia; restó compromiso a los cristianos y dio la idea de que ser cristiano era sólo practicar algunos actos y ritos religiosos, preocupándose más por cuestiones externas, tales como ritos, leyes, templos, etc., pero sin ninguna convicción íntima y espiritual.

Esta nueva situación empezó a elevar la escala de posiciones dentro de la Iglesia, por lo que el Papa llegó a ser una especie de emperador espiritual, mientras que Constantino era el emperador terrenal. Esta dualidad de emperadores planteó el problema de la relación iglesia-estado ya que había

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