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Jesús En Betasaida

KP195717 de Marzo de 2014

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JESÚS EN BETSAIDA

Marcos 8:23 “Y tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea Y, escupiendo sobre los ojos de éste, puso las manos sobre él y se puso a preguntarle: <<¿Ves algo?>>”

Marcos 8:24 “Y el hombre miró hacia arriba, y decía: <<Veo hombres, porque observo lo que parece árboles, pero están andando>>”

Marcos 8:25 Entonces él volvió a poner las manos sobre los ojos del hombre, y el hombre vio con claridad y quedó restaurado, y lo veía todo distintamente

Marcos 8:26 De modo que lo envió a su casa, diciendo: <<Pero no entres en la aldea>>

Betsaida podría representar la carencia de la fe en el corazón humano. Jesús dijo: “El profeta no carece de honra sino en su propio territorio y entre sus parientes y en su propia casa” y, en consecuencia, “recorrió las aldeas en circuito, enseñando”.

En un sentido más profundo, ¿no es de admirarnos de nuestra falta de fe?

Creemos, por ejemplo, en nuestra capacidad de hacer dinero, en nuestra capacidad intelectual, en el conocimiento adquirido, en los bienes materiales que nos proporcionan seguridad y nos reafirma como egos ante al mundo... ¿No es de admirar nuestra gran pobreza de fe para confiar en las cosas del Padre?

Tal es nuestra carencia que nos llenamos de auténtico terror al decir: “Padre: que sea Tu Voluntad y no la mía”, porque acaso pensamos: ¿Y si Su Voluntad no cumple lo que yo deseo? Tan aferrados estamos al reino de este mundo que somos incapaces de ver la abundancia que se guarda en el seno de lo imperecedero, el bien oculto detrás de la vicisitud aparente.

Más que no ver, no aceptamos.

Betsaida podría representar una aldea dentro de nosotros mismos, allí donde somos permeables a lo que perciben nuestros sentidos del mundo material: la codicia, la envidia, la necesidad del estatus, los placeres sensuales... . El ciego representa la identificación con nuestras propias debilidades: somos ciegos para las cosas del Padre y, por lo tanto, vulnerables.

La parábola representa el acto de fe basada en la necesidad, mediante la cual acudimos a Jesús-Cristo pidiendo sanidad (el despertar de la Conciencia Crística dentro de nosotros).

Pero para ello será necesario dejarnos conducir fuera de la aldea, donde pesa tanto la incredulidad; y allí, alejados de la atmósfera de la aldea, somos despertados a la Verdad.

Al principio del proceso, no distinguimos bien las figuras, pero reconocemos la inconsciencia humana, mirando árboles que se mueven. Pero atendiendo al Alma que somos, seremos restaurados y finalmente podremos ver “todo distintamente”. Y se nos dice: “Pero no entres en la aldea”: ¿cuántas veces, habiendo vivido el “milagro” de ver “todo distintamente”, desacatamos la recomendación de nuestra Alma y volvemos a la aldea, arrebujándonos nuevamente en el descreimiento a que nos conduce inexorablemente el mundo que hemos creado? “El profeta no carece de honra sino dentro de su propio” -(todo lo que pertenece a sí mismo)- “y entre sus parientes” -(las emociones de inseguridad, miedo; los pensamientos contradictorios y dispersos en intencionalidad esencial, las contradicciones de la cotidianidad)- “y en su propia casa” (¿no es acaso el cuerpo nuestra casa-hogar?; ¿y los pensamientos, las emociones y la conciencia, criaturas nuestras, habitantes de ese lugar?...

No trabajamos con nosotros mismos y, no obstante, nos afanamos en hacerlo en circuito buscando que los demás crean en nosotros y, a través de ello, afianzar la falsa fe en nuestras vidas, renunciando a nuestro ser, sin percatarnos apenas, tan encandilados y/o ciegos ante las candilejas del mundo en que vivimos, creando elementos destructivos

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