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LA HUMILDAD DEL VIVIR - REFLEXIÓN DE LA PARÁBOLA DEL FARICEO Y EL PUBLICANO


Enviado por   •  24 de Mayo de 2019  •  Ensayos  •  849 Palabras (4 Páginas)  •  498 Visitas

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La Humildad del Vivir

Basado en la Parábola: El Fariseo y el Publicano

Lucas 18 9:14

Las parábolas bíblicas, nos muestran y reflejan la cotidianidad de la vida misma, nos hacen revivir momentos en los que hemos fallado como seres humanos, pero sobre todo como comunidad. Nos sirven de espejo de reflexión del camino correcto.

Cuando el ser humano emprende el camino de la vida y se encuentra con el éxito, con la superación, con el ascenso; se dispersa de lo que lo hace humano: el error.

Cuando alcanzamos el éxito, en el ámbito personal o profesional, alimentamos nuestro ego, el culpable de la no aceptación. El ego, es la semilla del mal en el ser humano, es la posibilidad autónoma del ser, de autodestruirse, el ego nos hace sentir plenos sin darnos cuenta del daño que causamos al entorno que nos rodea.

El ego del ser humano ha sido el culpable de múltiples guerras, discordias, hambrunas, pobreza y de la desigualdad en el mundo, es el ego la más viva representación de la ausencia de Dios, aun cuando a través del ego se le adore.

En los tiempos de Jesús, los fariseos se jactaban de su buen hacer. Se confiaban en su forma de actuar y despreciaban a aquel que no seguía su conducta; creer que hacemos el bien, no nos hace buenos; considerarnos superiores a otros seres humanos, no nos hace mejores personas.

Los fariseos confiaban en sus propias leyes, conocimientos y doctrinas, permanecían llenos de leyes, y se sentían satisfechos cumpliéndolas delante de Dios. Y ante Dios agradecían no ser como los demás y ser cumplidores de estas reglas, de su vida religiosa y espiritual, sin reconocer que no era justificable su forma de ser, aun hoy los seres humanos consideramos que somos buenos por que asistimos a una misa, porque damos un diezmo y debes en cuando ayudamos al prójimo, estas actividades no nos hacen mejores personas y mucho menos cuando menospreciamos a una persona porque no pertenece a nuestra religión o a nuestra realidad.

Aun los fariseos en tiempos de Jesús se molestaban porque Jesús era del pueblo y compartía su tiempo con todas las personas, la realidad es que los fariseos no confiaban en su gracia, por el contrario, el publicano que oraba en el templo con humildad se reconocía como pecador, se apenaba de su pecado y con real arrepentimiento pedía a Dios perdón, con real necesidad y aun encontrándose lejos del altar al fondo del templo, su oración era real, era humilde y por eso fue escuchada. Cuando reconocemos nuestros errores, cuando asumimos nuestras responsabilidades y las consecuencias de ello, Dios está con nosotros y reconforta espiritualmente nuestro ser.

El ser humano es tan orgulloso que se siente en la capacidad de hacer la labor del otro por el simple hecho de no estar de acuerdo en el cómo esta persona lo desarrolla; entonces escuchamos cosas como: yo puedo hacerlo mejor, yo habría hecho esto o aquello y menospreciamos la labor del otro sin valorar su esfuerzo, sacrificio o capacidades. Porque siempre vemos el defecto y los pecados en los demás, pero no en nuestra propia vida.

Los fariseos de tiempos de Jesús y nosotros mismos ahora, seguimos teniendo la misma dificultad: Somos orgullosos y nos cuesta reconocerlo, pero Jesús puso en contraposición la condición del publicano: el más pecador de todos, era quien recogía el dinero cobrando altos impuestos a los judíos, sin embargo, el en su corazón se reconocía como pecador con humildad, sinceridad y necesidad de Dios y por esto fue perdonado.

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