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Las Cronicas De Kane


Enviado por   •  19 de Agosto de 2014  •  383 Palabras (2 Páginas)  •  229 Visitas

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—Seguid al doctor Martin. Su despacho está al final del Gran Atrio, a la izquierda. Solo tiene una puerta. Cuando esté dentro, pasad esto alrededor de las manecillas y cerradlo bien fuerte. Tenemos que retrasarlo.

—¿Quieres que lo dejemos encerrado? —preguntó Sadie, interesada de repente—. ¡Genial!

—Papá —dije yo—, ¿qué está pasando?

—No hay tiempo para explicaciones —replicó él—. Esta será vuestra única oportunidad. Ya vienen.

—¿Quiénes vienen? —preguntó Sadie.

Él la agarró por los hombros.

—Cariño, te quiero. Y lo lamento… Lamento muchas cosas, pero ahora no tenemos tiempo. Si esto funciona, te prometo que las cosas mejorarán para todos nosotros. Carter, tú eres mi hombre valiente. Debes confiar en mí. Recordad, tenéis que encerrar al doctor Martin. ¡Y luego no volváis a esta sala!

Encadenar la puerta del conservador resultó fácil. Pero, al terminar, volvimos la mirada hacia el lugar del que veníamos y vimos una luz azul que emanaba de la galería egipcia, como si nuestro padre hubiera instalado un acuario luminoso gigante.

Sadie me miró a los ojos.

—Ahora en serio, ¿tienes la menor idea de lo que está tramando?

—Ni la más mínima —contesté—. Pero últimamente ha estado bastante raro. Piensa mucho en mamá. Tiene una foto suya…

No quería decir más. Por suerte, Sadie asintió como si lo comprendiera.

—¿Qué lleva en la bolsa de trabajo?

—No lo sé. Me dijo que no debía mirar dentro nunca.

Sadie enarcó una ceja.

—¿Y no lo hiciste? Dios, qué típico de ti, Carter. No tienes arreglo.

Quise defenderme, pero junto entonces el suelo se agitó como en un terremoto.

Sadie se sobresaltó y me agarró un brazo.

—Nos ha dicho que nos quedásemos aquí. No me digas que también vas a obedecer esa orden.

En realidad, a mí la orden me sonaba de maravilla, pero Sadie echó a correr por el salón y, tras dudarlo un momento, la seguí.

Cuando llegamos a la entrada de la galería egipcia, nos quedamos clavados en el suelo. Nuestro padre estaba de pie ante la Piedra de Rosetta, de espaldas a nosotros, con un círculo azul que brillaba en el suelo a su alrededor como si alguien hubiera encendido unos tubos de neón ocultos.

Se había quitado el abrigo. Tenía la bolsa de trabajo abierta a sus pies, y dentro se veía una caja de madera de unos setenta centímetros de longitud, pintada con imágenes egipcias.

—¿Qué tiene en la mano? —me preguntó Sadie en

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