Los Apocalipticos
jozumer22 de Mayo de 2015
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L O S A P O C A L I P T I C O S
Capítulo Primero: Orígenes y desarrollo de la Apocalíptica
Este capítulo pretende colocar en su justa ubicación escritos, comúnmente llamados apocalípticos, que se distinguen por su forma y contenido de los libros proféticos, históricos y sapienciales (Joel; Is 34-35; 63,1-6; 24-27; Ez 38-39; Zac 9-14; Daniel), comenzando con unas palabras acerca de su problemática y actuali-dad.
La problemática se percibe ya en los juicios contrastantes que los estudiosos dan acerca de su naturaleza. La apocalíptica se resiste a toda definición satisfactoria (G. Von Rad), es la madre de toda teología cristiana (E. Käsemann), es pura satisfacción de la curiosidad humana, carente de un auténtico interés soterioló-gico (O. Cullmann); está en el primer lugar de la investigación bíblica, si no precisamente de la actualidad teológica (L. Mon-loubou); tiene por padre el profetismo (D.S. Russell); se deriva de la Sabiduría (G. Von Rad); influye/no influye sobre Cristo y sobre Pablo; está presente en poquísimos textos (J. Carmignac); coincide con los apócrifos (D.S. Russell); Daniel es el principal escrito apocalíptico (casi todos los estudiosos); no es apocalíp-tico (P. Sacchi, G. Boccaccini).
Su actualidad consiste, primero, en su necesidad para compren-der diversos pasajes del Nuevo Testamento, como el discurso esca-tológico de Jesús (Mc 13 par.), los relatos de la resurrección, algunos textos paulinos (p.e. 1 y 2 Tesalonicenses), términos de denso significado teológico (misterio, revelar, voluntad, pre-ver), las cartas católicas y sobre todo el Apocalipsis de Juan; en segundo lugar, en el alimentar toda teología animada por la esperanza (W. Pannenberg, J. Moltmann). En efecto, esta literatu-ra, evidenciando el carácter trascendente de Dios y afirmando a la vez, que El en realidad conduce la historia, ha creado la es-pera de un reino universal, ha iluminado la contingencia de los acontecimientos históricos, ha hecho la relectura de hechos pre-cedentes con una amplitud inusual, ha preparado los ánimos para el anuncio de la pura gratuidad de la salvación. Ha permitido descubrir una retribución ultraterrena, dando respuesta a inte-rrogantes no resueltos en Job y Qohelet con la percepción de una impensable fidelidad de Dios y ha fundado una moral altísima. Influyó sobre el Bautista, sobre Jesús (quien no siendo un apoca-líptico utilizó categorías apocalípticas) y sobre la primitiva tradición cristiana (p.e. a través de la figura del Hijo del Hom-bre), con reflejos sobre la cristología, sobre la eclesiología y sobre la antropología.
La apocalíptica favorece aún hoy el retorno a una visión diná-mica de la existencia cristiana contra toda tentación inmanentis-ta y, proclamando el final de la opresión del hombre sobre el hombre, alimenta una utopía política, estimulando un cambio de la sociedad y una superación del mal, de la esclavitud, y de la in-justicia a favor de la esperanza, de la libertad, de la justicia.
La palabra “apocalítica” usada por primera vez en el siglo XIX, indica un conjunto de textos bíblicos y de libros apócrifos (seudoepígrafos para los protestantes que indican con apócrifos los deuterocanónicos) semejantes en la forma y en el contenido al Apocalipsis de Juan. Ella identifica los escritos como revelacio-nes, según el término griego apokálypsis y el hebreo galâ (reve-lar) y excluye la identificación de apocalíptico con oscuro, ca-tastrófico, extraño. La dimensión reveladora de un texto apoca-líptico está presente en el juicio sobre el mundo actual conside-rado corrupto y lugar de confrontación entre el bien y el mal, ángeles y demonios, materia y espíritu, opresores y oprimidos, pero proyectado a un cambio que se realizará en poco tiempo: estas tres características de un escrito apocalíptico: pesimista, dualista, escatológica, son expresadas mediante un lenguaje sim-bólico (simbolismo humano, animal, teriomorfo, numérico y cromá-tico) que subraya la viva espera de llegar a la libertad, por me-dio de una extraordinaria intervención de Dios.
Esencial para la apocalíptica es la dimensión escatológica: la espera se refiere al destino de la colectividad y del individuo, al momento de la instauración del reino de Dios y, marginalmente, a la comprensión de los secretos de la naturaleza y del cosmos. Para mayor claridad de los conceptos es útil conocer el ambiente en el cual la apocalíptica nació y se desarrolló, las corrientes de pensamiento de las cuales deriva, las definiciones dadas, hasta hoy, por los estudiosos.
I- Ambiente histórico y social:
La apocalíptica nace entre los siglos V y IV como contestación y oposición al pensamiento reflejado en la obra del “Cronista”, en el interior de la comunidad creada por Esdras y Nehemías. En el siglo II, con el mayor de todos los escritos apocalípticos judíos, Daniel, la ideología adquiere una dimensión más política, llevada adelante por grupos conocidos como los Hasideos (los pia-dosos).
La obra del Cronista ve en la comunidad del postexilio el cum-plimiento de toda la historia de Israel, la continuación de la obra emprendida por David, la posibilidad de organizar la vida del pueblo, libre ya de compromisos políticos de cualquier tipo, alrededor de la Ley, el Templo, el Culto: en la cima de toda pre-ocupación está el ideal de pureza y de separación de los otros pueblos. El profeta es sustituido por una nueva figura, el sacer-dote-levita, que asume el monopolio de la predicación y de la ca-tequesis (cf. 2Cr 17,7-9; 20,14).
Tal programa realizado con drásticas intervenciones (cf. Neh 13,23-28) provocó la reacción en Samaría, donde el sumo sacerdote Manasés se refugió bajo su suegro Sanbalat, y donde, sobre el monte Garizim, fue erigido un templo, por israelitas de corriente universalista que sostenían un origen no hebreo de David (Rut, Jonás) o contestataria de la visión tradicional de la sabiduría (Job y luego Qohelet), pero que sobre todo reclamaban el derecho de pensar de modo diferente a la “oficialidad”. Es posible delinear algunas características iniciales de estos círculos que iban tomando el lugar de los profetas y cuyos líderes están re-presentados por Ageo, el Primer Zacarías y el Tercer Isaías y más recientemente Malaquías.
Mientras la sociedad de Esdras y Nehemías estaba anclada en el presente, contenta con una normal observancia de la Ley, la apo-calíptica estaba abierta al futuro, a un extraordinaria interven-ción de Dios. Si el agudo problema del mal, por una parte, hacia aparecer insuficiente el cuidado para evitar la transgresión de un precepto, por otra, la dificultad de una persecución que com-prometía la fidelidad de Dios a sus promesas conduciría a la a-firmación de una existencia ultraterrena, de la inmortalidad del hombre y de la resurrección. Los hechos dolorosos son vistos en la apocalíptica como síntomas del final de la opresión y del ini-cio del reino de Dios: esta nueva literatura se caracteriza casi de inmediato como voz de los oprimidos a favor de la libertad. “Se trata esencialmente de una literatura de oprimidos, que no ven ninguna esperanza para el pueblo en el ámbito político, o so-bre el plano de la historia humana. La batalla que se combate es una confrontación espiritual, no política, ni económica, un com-bate de “poderes espirituales en las alturas”. Los judíos eran obligados, por lo tanto, a dirigir la mirada más allá de la his-toria, para entrever la dramática y milagrosa intervención de Dios, que castigaría las injusticias realizadas contra su pueblo, Israel, y la precipitación de los acontecimientos hacía que se la considerase inminente” (D.S. Russel).
II- Fuentes de Inspiración:
Es un hecho que la apocalíptica sigue cronológicamente al pro-fetismo, aunque si la separación entre las dos corrientes de pen-samiento no es muy marcada. ¿Suceder quiere decir también depen-der? Se han propuesto tres soluciones:
A) Derivación profética:
Un conjunto de hechos manifiesta la desaparición del profe-
tismo. El lamento “ni hay profeta: nadie entre nosotros sabe has-ta cuándo” (Sal 74,9), la amenaza de muerte para quien se atreve a hacer de profeta (Zac 13,3), y, más tarde la colocación de las piedras del altar profanado “en un lugar conveniente hasta que apareciese un profeta que decidiera sobre ellas” (1Mac 4,46) con el ejercicio del sumo sacerdocio por parte de Simón Macabeo “hasta que surgiese un profeta digno de fe” (1Mac 14,41) prueban suficientemente la superación de la profecía. Esta profecía había caído en descrédito por varios motivos: la diversidad de los men-sajes, el no cumplimiento de las promesas, al menos así como las entendían los contemporáneos, la falta de una dialéctica con el poder político en manos de extranjeros (Persas, Tolomeos, Seleú-cidas) y el abandono de sus objetivos propios.
Al morir, la profecía transmite algunas intuiciones que la a-pocalíptica transformará. El profetismo del exilio ofrece, en e-fecto, la idea de una división bipartita de la historia. No obs-tante la obstinación del corazón (Jer 18,11-12), Jeremías anuncia una salvación en términos de una nueva alianza (Jer 31,31-34), reforzada en Ezequiel con la visión de los huesos secos que revi-ven (Ez 37), del corazón nuevo y del espíritu nuevo (Ez 11,19; 36,26), como inicio del programa de restauración del nuevo Israel (Ez 40-48). Más decidido se presenta el Segundo Isaías: “No re-cuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren que realizo algo nuevo; ya
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