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Mensaje De Bergoglio


Enviado por   •  25 de Agosto de 2014  •  9.233 Palabras (37 Páginas)  •  191 Visitas

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A LAS COMUNIDADES EDUCATIVAS (Cardenal Bergoglio)

Mensaje del arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio,

a las comunidades educativas (6 de abril de 2005)

Queridos Educadores: Una vez más, la fiesta central de todos los cristianos constituye la ocasión para ponernos a reflexionar acerca de la tarea que nos convoca. Tratamos de tomarle el pulso a los tiempos que vivimos, y de comprender de qué modo podemos recrear nuestra experiencia espiritual de modo que responda certeramente a los interrogantes, angustias y esperanzas de nuestra época.

Este esfuerzo es realmente imprescindible. En primer lugar, para comenzar por lo más evidente, porque estamos inmersos en una situación en la cual vemos cada vez con mayor claridad las consecuencias de los errores cometidos y las exigencias que la realidad de nuestro pueblo nos demanda. Tenemos la sensación de que la Providencia nos ha dado una nueva oportunidad de constituirnos en una comunidad verdaderamente justa y solidaria, donde todas las personas sean respetadas en su dignidad y promovidas en su libertad, en orden a cumplir con su destino como hijas e hijos de Dios.

Esa oportunidad es también un desafío. Tenemos en nuestras manos una inmensa responsabilidad, derivada justamente de la exigencia de no dilapidar la chance que se nos brinda. Es obvio señalar que a ustedes, queridos educadores, les toca una porción muy importante de esa tarea. Una tarea repleta de dificultades, cuyo desarrollo seguramente demandará generar prácticas de diálogo y hasta, por qué no, transitar arduas discusiones que tengan por objeto aportar al bien común desde una perspectiva abierta y verdaderamente democrática, superando la tendencia – tan nuestra – a las mutuas exclusiones y a la desacreditación (o condena) del que piensa o actúa diferente.

Me atrevo todavía a insistir: los argentinos llevamos una larga historia de intolerancias mutuas. Hasta la enseñanza escolar que hemos recibido se articulaba en torno al derramamiento de sangre entre compatriotas, en cualquiera de las versiones –por turno “oficiales”– de la historia del siglo XIX. Con ese trasfondo, en el relato escolar que consideraba a la Organización Nacional como la superación de aquellas antinomias, entramos como pueblo en el siglo XX, pero para seguir excluyéndonos, prohibiéndonos, asesinándonos, bombardeándonos, fusilándonos, reprimiéndonos y desapareciéndonos mutuamente. Los que somos capaces de recordar sabemos que el uso de estos verbos que acabo de escoger no es precisamente metafórico.

¿Estaremos ahora en condiciones de aprender? ¿Podremos madurar como comunidad, para que por fin deje de tener dolorosa actualidad la no deseada profecía del Martín Fierro acerca de los hermanos que son devorados por los de afuera o, peor aún, que se devoran entre ellos mismos?

Otras miradas nos han mostrado, gracias a Dios, que entre nosotros fructifican también todo tipo de voluntades e iniciativas que promueven la vida y la solidaridad, que claman por la justicia, que intentan buscar la verdad. Será en esas energías personales y sociales que tendremos que ahondar para responder al llamado de Dios de construir, de una vez por todas y con su gracia, una Patria de hermanos.

Pero además, el esfuerzo de leer los signos de los tiempos para comprender lo que Dios nos pide en cada situación histórica es requerido también por la misma estructura de la fe cristiana. Me atrevo a decir que sin ese permanente ejercicio, nuestra vocación cristiana –de docentes cristianos, de pastores, de testigos de la Resurrección en las múltiples dimensiones de la vida humana – se resiente hasta perder su verdadero valor transformador. No es posible prestar oídos a la Palabra de salvación fuera del lugar donde ella nos sale al encuentro, es decir, en la concreta historia humana en la cual el Señor se encarnó y en la cual fundó a su Iglesia para que predicara el Evangelio “hasta el fin del mundo” (Mt 28,20),

UNA COMUNIDAD MADURA PRIORIZA LA VIDA

Desde nuestras comunidades eclesiales, somos conscientes de que los argentinos estamos transitando tiempos de cambio y que hoy más que nunca se hace necesaria la oración y la reflexión, en orden a un serio discernimiento espiritual y pastoral.

Particularmente, quisiera llamar la atención de todos aquellos que tienen hoy a su cargo la tarea de acompañar a los niños y jóvenes en su proceso de maduración. Creo que es imprescindible tratar de acercarnos a la realidad que los chicos viven en nuestra sociedad, e interrogarnos qué papel cumplimos nosotros en ella.

Si queremos partir de la realidad, no podemos dejar de poner en el centro de la escena dos hechos dolorosos que han sacudido a la sociedad en su conjunto, pero particularmente a los jóvenes y a quienes están cerca de ellos. Me refiero a la tragedia de Carmen de Patagones y al terrible 30 de diciembre en el barrio porteño de Once. Dos hechos muy distintos entre sí, pero que tienen un mensaje común para nuestra comunidad: ¿qué les está pasando a nuestros chicos? ¿Qué pasa, mejor dicho, con nosotros, que no podemos hacernos cargo de la situación de abandono y soledad en que nuestros chicos se encuentran? ¿Cómo es que hemos llegado al punto de darnos cuenta de los problemas de los adolescentes cuando uno de éstos sufre una crisis que lo lleva a matar a sus compañeros con un arma de fuego sustraída a su padre? ¿Cómo es que reparamos en la desidia de todos aquellos que tienen por tarea cuidar a nuestros chicos recién cuando casi doscientas personas, en su inmensa mayoría niños, adolescentes y jóvenes, son sacrificados en nombre del negocio, el descuido y la irresponsabilidad? No nos toca a nosotros, obviamente, determinar responsabilidades, aunque sabemos que es imprescindible que esas responsabilidades se pongan de manifiesto y cada uno tenga que hacerse cargo de lo suyo. No es bueno diluir acciones y omisiones humanas que han tenido tan terribles consecuencias en una especie de culpa colectiva. Como orábamos en la misa al mes de la tragedia, “le pedimos (a Dios) justicia. Le pedimos que su pueblo humilde no sea burlado por ninguna astucia mundana; que su mano poderosa ponga las cosas en su sitio y haga justicia. La llaga es dolorosa. Nadie tiene el derecho de experimentar con los niños y los jóvenes. Son la esperanza de un pueblo y los debemos cuidar con decisión responsable”.

Aun así, y mientras confiamos en que más allá de los oportunismos políticos prime la responsabilidad y la seriedad en aquello que desde hace mucho habría que haber procurado (el bien común en su más básica expresión, la vida misma

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