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Mensajes Toxicos


Enviado por   •  25 de Julio de 2012  •  3.050 Palabras (13 Páginas)  •  629 Visitas

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Los mensajes tóxicos de Wall Street

Joseph Stiglitz

Sin Permiso

Toda crisis tiene un final, y aunque hoy por hoy las cosas pintan negras, también esta crisis económica pasará. Lo cierto, en todo caso, es que ninguna crisis, y mucho menos una tan grave como la actual, remite sin dejar un legado. Uno de los legados de esta crisis será una batalla de alcance global en torno a ideas. O mejor, en torno a qué tipo de sistema económico será capaz de traer el máximo beneficio para la mayor cantidad de gente. En ningún sitio esa batalla es más enconada que en el Tercer Mundo. Alrededor del 80 por ciento de la población mundial vive en Asia, América Latina y África. De entre ellos, unos 1.400 millones subsisten con menos de 1.25 dólares diarios. En los Estados Unidos, llamar a alguien socialista puede no ser más que una descalificación exagerada. En buena parte del mundo, sin embargo, la batalla entre capitalismo y socialismo -o al menos entre lo que muchos estadounidenses considerarían socialismo- sigue estando en el orden del día. Es posible que la crisis actual no depare ganadores. Pero sin duda ha producido perdedores, y entre éstos ocupan un lugar destacado los defensores del tipo de capitalismo practicado en los Estados Unidos. En el futuro, de hecho, viviremos las consecuencias de esta constatación.

La caída del Muro de Berlín, en 1989, marcó el fin del comunismo como una idea viable.

Ciertamente, el comunismo arrastraba problemas manifiestos desde hace décadas. Pero tras 1989 se volvió muy difícil salir en su defensa de manera convincente. Durante un tiempo, pareció que la derrota del comunismo suponía la victoria segura del capitalismo, particularmente del capitalismo de tipo estadounidense. Francis Fukuyama llegó a proclamar "el fin de la historia", definió al capitalismo de mercado democrático como el último escalón del desarrollo social y declaró que la humanidad toda avanzaría en esa dirección. En rigor, los historiadores señalarán los 20 años siguientes a 1989 como el breve período del triunfalismo estadounidense. El colapso de los grandes bancos y de las entidades financieras, el subsiguiente descontrol económico y los caóticos intentos de rescate han dado al traste con ese período. Y también con el debate acerca del "fundamentalismo de mercado", con la idea de que los mercados, sin control ni restricción alguna, pueden por sí solos asegurar prosperidad económica y crecimiento. Hoy, sólo el autoengaño podría llevar a alguien a afirmar que los mercados pueden auto-regularse o que basta confiar en el auto-interés de los participantes en el mercado para garantizar que las cosas funcionen correctamente y de forma honesta.

El debate económico es especialmente intenso en el mundo en vías de desarrollo. Aunque aquí en occidente tendemos a olvidarlo, hace 190 años una tercera parte del producto bruto mundial se generaba en China. Luego, y de una manera un tanto repentina, la explotación colonial y los injustos acuerdos comerciales, combinados con una revolución tecnológica en Estados Unidos y Europa, condenaron al rezago a los países en desarrollo. A resultas de ello, hacia 1950 la economía china representaba menos del 5 por ciento del producto bruto mundial. A mediados del siglo XIX, en realidad, el Reino Unido y Francia tuvieron que emprender una guerra para abrir China al comercio global. Esta fue la "segunda guerra del opio", llamada así porque los países occidentales tenían muy poco que vender a China a excepción de estas drogas, que pronto invadieron sus mercados y generaron una amplia adicción entre la población. Con esta guerra, occidente ensayaba una vía temprana de corrección de la balanza de pagos.

El colonialismo dejó una herencia compleja en el mundo en desarrollo. Entre la mayoría de la población, sin embargo, la visión dominante era que habían sido cruelmente explotados. Para muchos nuevos líderes, la teoría marxista ofrecía una interpretación sugerente de esta experiencia, puesto que sostenía que la explotación era en realidad el motor del sistema capitalista. Por eso, la independencia política que las colonias conquistaron tras la segunda guerra mundial no supuso el fin del colonialismo económico. En algunas regiones, como África, la explotación -la extracción de recursos naturales y la devastación del ambiente a cambio de migajas- era evidente. En otros sitios fue más sutil. En diferentes regiones del mundo, instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial pasaron a ser vistas como instrumentos de control pos-colonial. Estas instituciones propiciaron el fundamentalismo de mercado (o "neoliberalismo", como fue a menudo llamado) una categoría idealizada por los estadounidenses como "mercados libres e irrestrictos". Asimismo, presionaron a favor de la desregulación del sector financiero, de las privatizaciones y de la liberalización del comercio.

El Banco Mundial y el FMI aseguraban que todo lo hacían por el bien de los países en desarrollo. Su actuación estaba respaldada por equipos de economistas partidarios del libre mercado, muchos de ellos provenientes de la catedral de la economía de libre mercado, la Universidad de Chicago. Al final, los programas de los ‘Chicago boys’ no trajeron los resultados prometidos. Los ingresos se estancaron. Allí donde hubo crecimiento, la riqueza fue a parar a los estratos más altos. Las crisis económicas en países concretos se volvieron cada vez más frecuentes. Sólo en los últimos 30 años, de hecho, se produjeron más de cien de considerable gravedad.

En este contexto, no sorprende que las poblaciones de los países en desarrollo creyeran cada vez menos en las motivaciones altruistas de Occidente. Sospechaban que la retórica de la economía libre de mercado -lo que pronto se conoció como "el Consenso de Washington"- era sólo la cobertura de los intereses comerciales de siempre. Estas sospechas se vieron reforzadas por la propia hipocresía de los países occidentales. Europa y Estados Unidos no abrieron sus propios mercados a la agricultura producida en el Tercer Mundo, que con frecuencia era todo lo que estos países podían ofrecer. Por el contrario, los forzaron a eliminar subsidios necesarios para la creación de nuevas industrias, a pesar de que ellos otorgaban subsidios a sus propios agricultores.

La ideología del libre mercado resultó ser una excusa para acometer nuevas formas de explotación. "Privatizar" quería decir que los extranjeros podían comprar minas y campos petrolíferos a bajo precio en los países en desarrollo. Suponía que podían extraer

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