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Moisés Salvado de las Aguas del Nilo


Enviado por   •  16 de Diciembre de 2019  •  Trabajos  •  1.282 Palabras (6 Páginas)  •  235 Visitas

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ANÁLISIS DE OBRA                              

Asignatura: Historia de Arte II                                              

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Análisis de Obra: Moisés Salvado de las Aguas.

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Título: Moisés Salvado de las Aguas del Nilo.

Autor: Paolo Veronés.

Fecha: 1580

Técnica: Oleo sobre lienzo.

Estilo: Manierismo.

Dimensiones: Lienzo: 57 x 43 cm

Localización original y/o actual: Museo del Prado. Madrid España.

MOISÉS SALVADO DE LAS AGUAS DEL NILO

“En aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu; ella concibió y dio a luz un niño. Viendo qué hermoso era, lo tuvo escondido tres meses. No pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura, y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba. La hija del Faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla. Al descubrir la cesta entre los juncos, mandó a la criada a recogerla. La abrió, miró dentro, y encontró un niño llorando. Conmovida, comentó: «Es un niño de los hebreos.» Entonces, la hermana del niño dijo a la hija del Faraón: «¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?» Respondió la hija del Faraón: «Anda.» La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del Faraón le dijo: «Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré.» La mujer tomó al niño y lo crió. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del Faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «Lo he sacado del agua.»”[1]

Análisis Iconográfico.

La obra representa una escena del Antiguo Testamento. Aunque en principio sea un tema religioso, el tratamiento que le da Veronés es el de una escena absolutamente cortesana.

La hija del faraón va adornada como una dama de la aristocracia veneciana de mediados del siglo XVI y como tal está rodeada de todo su cortejo, que incluye desde los bufones, personajes prácticamente ineludibles en cualquier corte europea de la época, como también sirvientes negras, como la que aparece a la izquierda portando la cesta y llevándola hacia la figura de la hija del faraón, que es evidentemente la que llama la atención del espectador, tanto por ser la figura principal y también por vestir un atuendo de mejor calidad.

Esta escena cortesana, por lo tanto lleva aparejado que los personajes vayan vestidos apropiadamente. Esto permite que Veronés al pintar utilice toda su habilidad para recrear texturas, por ejemplo, en la forma en que representa las telas, los bordados de los vestidos, tanto de la princesa como de los miembros de sus séquitos.

También el tratamiento del paisaje con la ciudad al fondo narrando con un gran detallismo, no nos muestra una ciudad faraónica, sino que la intención es demostrar un paisaje probablemente muy similar a cualquiera que se encuentre en tierra firma veneciana, y también el cielo que está tratado con una carga importante de materia.

Análisis Iconológico:

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La obra de Paolo Veronés está ubicada en el siglo XVI, en Venecia dentro del estilo del Manierismo.

En el contexto de una crisis religiosa, los artistas debían supeditarse al control de la iglesia sobre las imágenes sagradas. Las falsas doctrinas estaban prohibidas por el Concilio Tridentino. Esta exigencia sobre la creación artística demuestra que debían doblegarse completamente a las verdades de la fe para que así estas pudieran cumplir su función educativa sin otorgar confusión a los más débiles. Por este motivo, el de no haber respetado el mandato Tridentino, el de “no incluir nada desordenado o dispuesto de cualquier modo y confusamente, nada que sea profano”[2] es que Paolo Veronés fue llevado ante el Tribunal de La Santa Inquisición por su obra La última cena, donde se podían ver tantos personajes y elementos circunstanciales y principales, distrayendo y ocultando el tema central. Para no ser condenado, Veronés es obligado a corregir la obra y su nombre, ahora se llamaría “Cena en la casa de Leví”. Esta imposición de la iglesia sobre los artistas y sus imágenes, dejaba ver en los interrogantes de los inquisidores el recelo de que la excesiva libertad del artista, en sus despotismos pudiera dar esclarecimientos a aquellos que reprueban las imágenes sagradas.  De esta forma la voluntad del efecto final queda así justificado y la misión del evangelio restaurado. “La iglesia se opuso sin éxito a esta delimitación, y tuvo que admitir la separación entre ciencia y religión, razón y fe; entre religión y política, y la soberanía divina dará paso a la soberanía Nacional.” [3]

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