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Origen De La Torah


Enviado por   •  3 de Abril de 2014  •  2.559 Palabras (11 Páginas)  •  364 Visitas

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Del Origen Divino de la Torá

Casi todas las consideraciones acerca de la ética y los valores de la Torá, o cada intento de explicarlas terminan en una discusión acerca de su origen divino. Todo debate serio respecto a cualquier tema religioso vuelve, finalmente, al mismo punto de partida: su derivación de la Torá. Esto es inevitable, puesto que es precisamente el origen divino de la Torá lo que le impone a cada uno de nosotros la obligación de comportarse de acuerdo con los valores religiosos que orientan cada detalle de nuestras vidas. Pero además de ser objeto de una discusión amistosa, ésta es una cuestión que conviene aclarar para nosotros mismos.

Seiscientos Mil Testigos

Comencemos con un relato. Un distinguido estudioso, cuya mujer le mostró un nuevo artefacto de cocina, preguntó qué era la etiqueta adherida a él.

"Estas son las instrucciones", dijo ella.

Después de una brevísima reflexión su esposo hizo notar: "¡Qué tonta es la gente! Todos dan por sentado que el más sencillo artefacto de cocina requiere instrucciones del fabricante explicando su uso, pero ¿qué pasa con el hombre mismo? El es una criatura cuya vida está comprometida y es complicada. ¿No necesita, acaso, instrucciones de su Creador?"

Hoy en día, cuando muchos científicos ya admiten la existencia de un Supremo Hacedor (un punto que la generación anterior se negaba a reconocer), esta anécdota adquiere mayor relevancia aún. El dilema que surge es si es posible quedarse a mitad de camino y decir: "Estamos dispuestos a creer que somos obra del Supremo Hacedor, pero nosotros sabemos mejor cómo vivir nuestras propias vidas".

Examinemos las fuentes bíblicas y veamos qué encontramos que nos pueda ayudar a definir nuestra posición. En Shemot XIX, 9 leemos: "Y el Señor dijo a Moisés: he aquí Yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras Yo hablo contigo...". En el versículo 17 está escrito: "Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a D-s, y pusiéronse a lo bajo del monte". Y en XX, 1-2: "Y habló D-s todas estas palabras diciendo: Yo soy el Señor, tu D-s" . Aún después de que la Torá fue entregada, leemos: "Todo el pueblo observaba las voces y las llamas, y el sonido del shofar, y el monte que humeaba..." (Shemot XX, 15).

La Torá fue otorgada de un modo totalmente distinto al del exigido por otras religiones para sus revelaciones proféticas, ya que tanto la cristiandad como el Islam sostienen que sus enseñanzas fueron entregadas por una sola persona o un gran número de personas. En el caso de la Torá, la nación entera estuvo presente reunida especialmente para presenciar los sublimes acontecimientos que se sucederían en el monte Sinaí.

Por cierto, ni el cristianismo ni el Islam impugnaron nunca la validez de lo ocurrido en el monte Sinaí. Por el contrario, lo han invocado como la prueba más convincente de la existencia de D-s y de Su dominio sobre el mundo. El otorgamiento de la Torá a Israel es el hecho más aceptado por todas las religiones de Occidente a las que pertenecen más de mil millones de personas, que representan la gran mayoría del mundo civilizado (con excepción de los países comunistas, los que después de varias décadas de una guerra de exterminio contra la religión, lograron extinguir la fe en gran parte de sus poblaciones). Actualmente, la ética de la sociedad occidental se apoya sobre fundamentos cuya autoridad procede de la Torá recibida a través de Moisés.

La razón por la cual la revelación en el monte Sinaí es aceptada por todas esas religiones es que ella satisface todos los criterios de un auténtico acontecimiento histórico (además de ser más milagroso y de infundir un mayor temor reverencial que cualquier otro suceso histórico). Un hecho atestiguado por cientos de miles de personas no puede ser ficticio. La revelación en el monte Sinaí fue presenciada por unos seiscientos mil hombres adultos, además de mujeres, niños y ancianos, y Moisés puso muchas veces de relieve este hecho, no dando lugar a la menor duda cuando proclama que el pacto fue hecho "con nosotros, todos los que estamos aquí hoy vivos" (Devarim V,3).

Por esta razón la revelación en el monte Sinaí es referida a través de toda la Biblia como un hecho que no requiere explicación ni prueba. Por ejemplo: "En el arca ninguna cosa había más que las dos tablas de piedra que había allí puesto Moisés en Jorev, donde el Señor hizo la alianza con los hijos de Israel cuando salieron de la tierra de Egipto" (Melajim VIII, 9). La misma aceptación incuestionable aparece en la profecía de Eliahu, en Tehilim LXXVII, 1-7 y en muchos otros pasajes.

Esta, entonces, es otra característica de los hechos históricos, Ellos fueron sustentados de modos diferentes por las generaciones siguientes. Aceptamos como un hecho que hubo un rey llamado Alejandro Magno y un legislador romano denominado Cicerón, porque es imposible introducir ficticiamente figuras públicas o hechos masivos en la historia registrada. De manera similar resulta imposible sostener que alguien apareció un día y se las ingenió para convencer a toda una nación que millones de ellos o de sus antepasados participaron en un acontecimiento totalmente inventado por él, y que fue capaz de introducir "de contrabando", en la historia, un hecho de tal magnitud que ha cambiado la forma de vida de una nación y, eventualmente, de todo el mundo.

Hubo también una necesidad fundamental para la revelación en el monte Sinaí. Es difícil imaginar que el Creador no les haya dado instrucciones a Sus criaturas para cumplir Su voluntad o su destino sobre la Tierra. Asimismo sería irrazonable esperar que cualquiera sea capaz de reconocer a su Creador y entender por sí mismo Sus caminos cómo lo hizo el patriarca Abraham, o confiar en que todos y cada uno sean bendecidos con iluminación profético para guiar sus pasos. ¿Cuál sería, entonces, la forma más efectiva de comunicar a la posteridad que D-s se mostró ante Sus criaturas y les reveló Sus sendas? ¿Hay, acaso, algún modo más eficaz que manifestarse a Sí mismo ante una multitudinaria congregación de gente sabia, inteligente, crítica y tesonera, que testimonie el acontecimiento del monte Sinaí?

Todas esas ideas fueron expresadas por los grandes filósofos. En su Iguéret Teimán ("Epístola del Yemén") Maimónides sostiene que "la grandeza de esto, visto y testimoniado por los testigos más selectos, como nunca antes ha ocurrido, es que toda una nación escuchó

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