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Enviado por   •  25 de Noviembre de 2014  •  15.441 Palabras (62 Páginas)  •  170 Visitas

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Esta historia comienza con una codicia

Castilla, 1226

Uno

Aconreció en días que la memoria se resiste a convocar más por lo desdichados que por su lejanía- que el Hombre Cruel salió a recorrer sus dominios de oscuridad y tristeza. El Hombre Cruel desconocía el arrepentimiento y la piedad, y ninguna duda nacía en su corazón cuando veía el mal que había sembrado, en años de señorío, sobre aquel territorio. Su breve viaje sólo tenía por fin solazarse en la contemplación de sus riquezas, sus tierras, sus siervos. Con ellos solía agregar algunas gotas a sus mares de indignidad, humillándolos, haciéndoles sentir lo desnudos que estaban ante el inmenso poder del Hombre Cruel.

Esa mañana fue el turno de Lorenzo, un joven que sudaba en campos arrendados, cercanos a los bajíos, malos para la labranza, pero a los que el esfuerzo cíe su inquilino había vuelto tenuemente productivos. Como con todos los campesinos que vivían en sus fincas, el Hombre Cruel mostraba su magnanimidad cobrándole apenas la mitad de lo cosechado a cambio de permitirle laborar en sus posesiones.

Pero no eran las espigas el logro de Lorenzo que el amo más anhelaba. No. El muchacho había entregado su corazón a Isela, quien le correspondía con una urgencia y abundancia que le habían dado fama entre las mujeres de la región. El Hombre Cruel envidiaba esa alegría ajena. No era tonto y sabía que la pasión de la que gozaba tan a menudo tenía más sabor a dinero que a entrega verdadera. A la vista de Lorenzo, guadaña en mano, renovó la ira que sentía contra cualquiera que disfrutara de lo que él no disfrutaba. Espoleó su caballo hasta ponerse a tiro de palabra.

--Buen día tengas, Lorenzo.

--Buen día tenga usted, señor.

--Veo que estás preparando el campo para una nueva siembra.

--Eso está muy bien, hijo mío.

--Se hace lo que se puede, señor.

El Cruel miró sus ricos terrenos cercanos a los de Lorenzo y una luz de inteligencia atravesó su mirada.

Estuve pensando, mientras te veía de lejos tan apegado a quitar la maleza, ¿no te vendría bien trabajar también los campos del arroyo, que no tienen ahora quien los arriende?

Al joven se le iluminó la cara. El doble de trigo podría sacarle a esas tierras. Ocurre con los espíritus alejados de la maldad, que no sospechan la trampa detrás de la mano extendida.

--¡Nada me vendría mejor, amo! -casi gritó con una incredulidad que no le cabía en el alma.

--Pero no será sencillo ganártelos, Lorenzo. Varios de mis mejores me han pedido esos terrenos. Sin embargo, si dentro de dos días, al volver yo a pasar, los encuentro sin una brizna de mala hierba, te los daré a ti. ¿Serás capaz de hacer esto?

--¿Dos días, señor?

--Dos días, Lorenzo.

--Tendría que trabajar día y noche con todas mis herramientas.

--Seguramente. Pero si no te sientes capaz, sé sincero conmigo. Siempre habrá quien lo pueda intentar.

--No, no. Yo lo haré. Sólo que no tengo aquí lo que requiero y volver a mi casa por mis cosas me quitará al menos media jornada.

--No tengas cuidado por eso. Yo puedo cabalgar hasta tu casa, si le escribes una nota a tu mujer rogándole que me entregue todo lo que necesitas. Deja eso por mi cuenta. Toma mi pluma y este papel.

--Señor, nunca podré agradecerle...

--Ya, ya, no lo menciones más y escribe esto que te dictaré. ¿Cómo le dices a ella en tratos de familiaridad?

--Nada especial: Isela mía.

--Bien. Empieza así: “Isela mía, entrégale al señor todo lo que él te pida. Ya te explicaré más tarde el porqué de este extraño pedido. Es una sorpresa que nos llenará de felicidad...”

Lorenzo escribió sin ver más allá de las nuevas cosechas que vendrían. Y el Hombre Cruel partió, nota en mano, a agregarle una nueva herida a la mañana.

El sol era ya una certeza plena en el centro del cielo, cuando el Hombre Cruel dio voces en la casa de Lorenzo. Isela salió a recibir al dueño del suelo que pisaba.

--Hola, muchacha, ¿sabes quién soy?

--Claro que sí, señor. Usted es el Amo.

--Bien. Yo también sé de ti, así que nos ahorraremos las presentaciones.

--Acabo de hablar con tu marido y hemos llegado a un acuerdo beneficioso para todos. Pero te toca a ti la parte, digamos, más importante de nuestro... convenio. Aquí tengo una nota escrita de puño y letra por Lorenzo, que te lo dice más claramente que mis torpes palabras.

Y el Hombre Cruel extendió el breve mensaje del dueño del corazón de Isela. La joven, que había aprendido las letras de lo poco que sabía su marido, reconoció la letra tambaleante de Lorenzo. Leyó lo que le pedía su hombre, pero mejor leyó en los ojos de quien le entregaba el papel. Ya intuía la respuesta, cuando preguntó.

--¿Y qué desea el señor que yo le entregue?

El Malvado no habló por varios segundos, disfrutando del temor que notaba en la muchacha. Finalmente, le contestó, mirándola fijamente:

11

--A ti.

--Señor, el hijo de Lorenzo vive en mi vientre.

--No importa -respondió él-. Parece que no estás bien predispuesta a cumplir lo que aquí se te pide. Si esa es tu intención, no tengas dudas de que Lorenzo pagará con su vida el incumplimiento que se me hace. El señor no tomará más que una carne sin alma.

--No busco otra cosa —reafirmó el Amo con una sonrisa.

Los pájaros callaron esa mañana; las nubes cubrieron el celeste; las hojas de los árboles abandonaron su vaivén; y nada fue igual desde entonces. Dos de los servidores del Hombre Cruel tomaron las herramientas del cobertizo y marcharon hacia donde aguardaba la confianza, la estúpida confianza de Lorenzo. El resto de ellos quedó en el exterior de la casa, protegiendo la mentira que ocurría tras las paredes. El Cruel amortiguó su envidia y regresó al cuidado de su castillo. Los aprendices de impiadosos que lo acompañaban reían ante la astucia

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