Mañana O Pasado

Este último libro del exsecretario de Relaciones Exteriores en el foxismo es una invitación al debate, sobre todo para enfrentar la mediocridad de México y los mexicanos, lanzando el reto sobre el futuro y yo diría la viabilidad del país.

A lo largo de los nueve capítulos hay una articulación que tiene tintes contradictorios entre sí, lo cual es parte del análisis de los rasgos de los mexicanos, particularmente cuando apunta hacia lo que queremos entender por México.

El libro inicia con la característica del mexicano en su individualismo familiar, el cual excluye a la acción colectiva, además de negar la fraternidad, esto lo contrasta en la mínima pertenencia del mexicano a alguna organización social (religiosa, beneficencia, comunitaria, etc.), ya que de acuerdo al Centro Mexicano para la Filantropía en el 2009 solo había 10,704 organizaciones en el país, cuya población era de 110 millones de personas, y por supuesto que esto dificulta la construcción de ciudadanía.

Otra de las afirmaciones que hace, es que México ya es un país de clase media (Luis Rubio, sostiene lo mismo) midiéndolo con el ingreso y por ende en su nivel de consumo (75 millones de tarjetahabientes, televisión de plasma, autos, viajes en aerolíneas baratas, 89 millones de celulares, 25 millones de computadoras, 34.8 millones con acceso a Internet, educación privada en el nivel superior en un 35% de la matrícula, 24 millones de pasajeros domésticos, 6 millones con seguro de salud privado, 69% con televisión de paga, etc.).

Todo lo anterior basado en las políticas que se aplicaron de 1996 al 2010, la eficacia de las políticas para combatir la pobreza, el ingreso de las remesas (25 mil millones de dólares), el control de la inflación, la estabilidad de precios, la política económica y los programas sociales; en fin podríamos situar a la clase media mexicana entre el 53 al 65% depende de la inclusión de los deciles y la medición que se haga.

Otro de los rasgos de los mexicanos es que se asumen como víctimas (españoles, franceses, estadounidenses, políticos, elites económicas, etc.) pero lo que Castañeda resalta es que se rehúsa al conflicto (“es mejor decir aquí corrió, que aquí murió” o “más vale un mal arreglo, que un buen pleito”, etc.), y se da por cuatro factores: a) el miedo de que todo conflicto conduce directamente a la violencia, particularmente en una sociedad proclive a la agresividad, b) la creencia de que después del altercado no hay reconciliación posible, c) la convicción de que cualquier confrontación es en última instancia inútil, y d) la negación de proposiciones binarias; todo esto se identifica también con la víctima.

Es así como el individualismo familiar y la aversión al conflicto son disfuncionales para la democracia, porque ésta requiere del conflicto y no solo del ilusorio consenso, ya que son necesarios los disensos y los desacuerdos públicos. Ahora concretando en el sistema

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