NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS
11 de Noviembre de 2013
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E
n este libro el autor descubre el verdadero valor de la navidad y narra las dificultades que prevalecían en ese tiempo entre católicos y liberales.
Además describe los hábitos del pueblo donde se escenifica la novela, y mediante una pareja que se separa, nos da su opinión acerca de los valores humanos, como la generosidad la ternura, que existían en esa época.
También combina la frivolidad de una historia romántica desarrollada en lugares y situaciones idílicas, y con un extraordinario lenguaje, lleno de ternura, logra que La Navidad en las Montañas se convierta en una novela de gran valor.
NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS RESEÑA
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I sol se ocultaba ya; y las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los oscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban, por último, a envolver la soberbia frenre de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantes formados por la niebla; parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por la sombra y desparecían después de iluminar con su última caricia la oscura cresta de aquella oleada de pórfido.
Los postreros rumores del día anunciaban por dondequiera la proximidad del silencio. A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas las varadas; los ciervos cruzaban como sombras entre los árboles, en busca de sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de la tarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía la alegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba a agitarse entre las hojas.
La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto la noche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos con sus alegrías íntimas. ¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada año, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?
Yo, ay de mí, al pensar que me hallaba, en este día solemne, en medio del silencio de aquellos bosques majestuosos, aun en presencia del magnífico espectáculo que se presentaba a mi vista absorbiendo mis sentidos embargados poco ha por la admiración que causa la sublimidad de la naturaleza, no pude menos que interrumpir mi dolorosa meditación, y encerrándome en un religioso recogimiento evoqué todas las dulces y tiernas memorias de mis años juveniles. Ellas se despertaron alegres como el enjambre de bulliciosas abejas y me transportaron a otros tiempos, a otros lugares; ora al seno de mi familia humilde y piadosa; ora al centro de populosas ciudades, donde el amor, la ansiedad y el placer, en delicioso concierto, habían hecho siempre grata para mi corazón esa noche bendita.
Recordaba mi pueblo, mi pueblo querido, cuyos alegres habitantes celebraban a porfía con bailes, cantos y modestos banquetes la Nochebuena. Parecíame ver aquellas pobres casas adornadas con sus nacimientos y animadas por la alegría de la familia; recordaba la pequeña iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén, curiosamente levantado en el altar mayor; parecíame oír los armoniosos repiques que resonaban en el campanario, medio derruído, convocando a los fieles a la misa de
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