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catafariass21 de Agosto de 2012
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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
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LA CIENCIA
Su método y su filosofía
MARIO BUNGE
1. Introducción
Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo; y
sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible, del mundo, el hombre intenta
enseñorarse de él para hacerlo más confortable. En este proceso, construye un mundo
artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”, que puede caracterizarse como
conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. Por
medio de la investigación científica, el hombre ha alcanzado una reconstrucción
conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta.
Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo, sino
enriquecerlo construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza sometiéndola
a sus propias necesidades animales y espirituales, así como a sus sueños: crea así el
mundo de los artefactos y el mundo de la cultura. La ciencia como actividad —como
investigación— pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al mejoramiento de
nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y
culturales, la ciencia se convierte en tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece
como la más deslumbrante y asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la
consideramos como un bien en sí mismo, esto es como una actividad productora de
nuevas ideas (investigación científica). Tratemos de caracterizar el conocimiento y la
investigación científicos tal como se los conoce en la actualidad.
2. Ciencia formal y ciencia fáctica
No toda la investigación científica procura el conocimiento objetivo. Así, la lógica y la
matemática —esto es, los diversos sistemas de lógica formal y los diferentes capítulos de
la matemática pura— son racionales, sistemáticos y verificables, pero no son objetivos; no
nos dan informaciones acerca de la realidad: simplemente, no se ocupan de los hechos.
La lógica y la matemática tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos como
los interpretados, sólo existen en la mente humana. A los lógicos y matemáticos no se les
da objetos de estudio: ellos construyen sus propios objetos. Es verdad que a menudo lo
hacen por abstracción de objetos reales (naturales y sociales); más aún, el trabajo del
lógico o del matemático satisface a menudo las necesidades del naturalista, del sociólogo
o del tecnólogo, y es por esto que la sociedad los tolera y, ahora, hasta los estimula. Pero
la materia prima que emplean los lógicos y los matemáticos no es fáctica sino ideal.
Por ejemplo, el concepto de número abstracto nació, sin duda, de la coordinación
(correspondencia biunívoca) de conjuntos de objetos materiales, tales como dedos, por
una parte, y guijarros, por la otra; pero no por esto aquel concepto se reduce a esta
operación manual, ni a los signos que se emplean para representarlo. Los números no
existen fuera de nuestros cerebros, y aún allí dentro existen al nivel conceptual, y no al
nivel fisiológico. Los objetos materiales son numerables siempre que sean discontinuos;
pero no son números; tampoco son números puros (abstractos) sus cualidades o
relaciones. En el mundo real encontramos 3 libros, en el mundo de la ficción construimos
3 platos voladores. ¿Pero quién vio jamás un 3, un simple 3?
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La lógica y la matemática, por ocuparse de inventar entes formales y de establecer
relaciones entre ellos, se llaman a menudo ciencias formales, precisamente porque sus
objetos no son cosas ni procesos, sino, para emplear el lenguaje pictórico, formas en las
que se puede verter un surtido ilimitado de contenidos, tanto fácticos como empíricos.
Esto es, podemos establecer correspondencias entre esas formas (u objetos formales),
por una parte, y cosas y procesos pertenecientes a cualquier nivel de la realidad por la
otra. Así es como la física, la química, la fisiología, la psicología, la economía, y las demás
ciencias recurren a la matemática, empleándola como herramienta para realizar la más
precisa reconstrucción de las complejas relaciones que se encuentran entre los hechos y
entre los diversos aspectos de los hechos; dichas ciencias no identifican las formas
ideales con los objetos concretos, sino que interpretan las primeras en términos de
hechos y de experiencias (o, lo que es equivalente, formalizan enunciados fácticos).
Lo mismo vale para la lógica formal: algunas de sus partes —en particular, pero no
exclusivamente, la lógica proposicional bivalente— pueden hacerse corresponder a
aquellas entidades psíquicas que llamamos pensamientos. Semejante aplicación de las
ciencias de la forma pura a la inteligencia del mundo de los hechos, se efectúa asignando
diferentes interpretaciones a los objetos formales. Estas interpretaciones son, dentro de
ciertos límites, arbitrarias; vale decir, se justifican por el éxito, la conveniencia o la
ignorancia. En otras palabras el significado fáctico o empírico que se les asigna a los
objetos formales no es una propiedad intrínseca de los mismos. De esta manera, las
ciencias formales jamás entran en conflicto con la realidad. Esto explica la paradoja de
que, siendo formales, se “aplican” a la realidad: en rigor no se aplican, sino que se
emplean en la vida cotidiana y en las ciencias fácticas a condición de que se les
superpongan reglas de correspondencia adecuada. En suma, la lógica y la matemática
establecen contacto con la realidad a través del puente del lenguaje, tanto el ordinario
como el científico.
Tenemos así una primera gran división de las ciencias, en formales (o ideales) y fácticas
(o materiales). Esta ramificación preliminar tiene en cuenta el objeto o tema de las
respectivas disciplinas; también da cuenta de la diferencia de especie entre los
enunciados que se proponen establecer las ciencias formales y las fácticas: mientras los
enunciados formales consisten en relaciones entre signos, los enunciados de las ciencias
fácticas se refieren, en su mayoría, a entes extracientíficos: a sucesos y procesos.
Nuestra división también tiene en cuenta el método por el cual se ponen a prueba los
enunciados verificables: mientras las ciencias formales se contentan con la lógica para
demostrar rigurosamente sus teoremas (los que, sin embargo, pudieron haber sido
adivinados por inducción común o de otras maneras), las ciencias fácticas necesitan más
que la lógica formal: para confirmar sus conjeturas necesitan de la observación y/o
experimento. En otras palabras, las ciencias fácticas tienen que mirar las cosas, y,
siempre que les sea posible, deben procurar cambiarlas deliberadamente para intentar
descubrir en qué medida sus hipótesis se adecuan a los hechos.
Cuando se demuestra un teorema lógico o matemático no se recurre a la experiencia: el
conjunto de postulados, definiciones, reglas de formación de las expresiones dotadas de
significado, y reglas de inferencia deductiva —en suma, la base de la teoría dada—, es
necesaria y suficiente para ese propósito. La demostración de los teoremas no es sino
una deducción: es una operación confinada a la esfera teórica, aun cuando a veces los
teoremas mismos (no sus demostraciones) sean sugeridos en alguna esfera
extramatemática y aun cuando su prueba (pero no su primer descubrimiento) pueda
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realizarse con ayuda de calculadoras electrónicas. Por ejemplo, cualquier demostración
rigurosa del teorema de Pitágoras prescinde de las mediciones, y emplea figuras sólo
como ayuda psicológica al proceso deductivo: que el teorema de Pitágoras haya sido el
resultado de un largo proceso de inducción conectado a operaciones prácticas de
mediciones de tierras, es objeto de la historia, la sociología y la psicología del
conocimiento.
La matemática y la lógica son, en suma, ciencias deductivas. El proceso constructivo, en
que la experiencia desempeña un gran papel de sugerencias, se limita a la formación de
los puntos de partida (axiomas). En matemática la verdad consiste, por esto, en la
coherencia del enunciado dado con un sistema de ideas admitido previamente: por esto,
la verdad matemática no es absoluta sino relativa a ese sistema, en el sentido de que una
proposición que es válida en una teoría puede dejar de ser lógicamente verdadera en otra
teoría. (Por ejemplo, en el sistema de aritmética que empleamos para contar las horas del
día, vale la proposición de 24 + 1 = 1.) Más aún las teorías matemáticas abstractas, esto
es, que contienen términos no interpretados (signos a los que no se atribuye un
significado fijo, y que por lo tanto pueden adquirir distintos significados) pueden
desarrollarse sin poner atención
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