Primal Fear
rjxd29 de Marzo de 2014
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Derecho y Cine: La culpabilidad o la inocencia del imputado desde la ficción. Una reflexión sobre la presunción de inocencia y la deontología profesional del abogado, en el film “Las Dos Caras de la Verdad”.
Dra. María Isabel Lorca Martín de Villodres
Profesora Titular de Filosofía del Derecho
Universidad de Málaga (España).
El jurista apasionado por séptimo arte cuenta con numerosos films, de gran calidad, que puede analizar con placer desde la perspectiva jurídica. En esta ocasión, nuestro interés se centra en la película estadounidense, de la Paramount Pictures Corporation, dirigida por Gregory Hoblit, titulada Las Dos Caras de la Verdad, cuyo título en inglés responde a la denominación original de Primal Fear (La raíz del miedo), fechada en el año 1996, y editada en DVD en el 2000. Su duración es de 125 minutos aproximadamente, y sus actores principales son Richard Gere, Laura Linney, y Edward Norton, quien precisamente debutó en la gran pantalla con esta película, tras haber sido seleccionado en un casting, donde concurrieron más de 2000 personas, y quien posteriormente, por esta interpretación, recibiría el Globo de Oro al mejor actor de reparto, siendo además nominado al Oscar. Este film, que cuenta con una excelente banda sonora que contribuye a enfatizar el dramatismo de determinadas escenas, tanto con la “Lacrimosa” del Requiem de W.A. Mozart, interpretada por la Wiener Sängerkraben, como con la espléndida canción portuguesa Cançâo do Mar, de Federico de Brito & Ferrer Trindade, e interpretada por la cantante lusa Dulce Pontes, lleva magistralmente al espectador por el sinuoso sendero del bien y del mal, por el camino, a veces difuso, de la culpabilidad y la inocencia. En efecto, estamos ante una película que constituye una profunda reflexión crítica sobre la inocencia o la culpabilidad del imputado. Es decir, ante una meditada crítica hacia la Verdad y la Justicia que deben resplandecer siempre en todo proceso judicial. En definitiva, estamos, a la vez, ante una revisión de la ética profesional que debe acompañar a todo abogado, y en general a todo jurista, en cuyas manos se encuentra, en muchas ocasiones, el destino de la vida de un ser humano y, a la par, la protección de los valores fundamentales de la sociedad. Estamos, en definitiva, ante un profundo análisis, cómo no, del principio fundamental, en todo Estado de Derecho, de la presunción de inocencia. El film está basado en la novela de William Diehl, y nos muestra la personalidad de un afamado abogado criminalista de Chicago, llamado Martin Vail (Richard Gere), jurista ambicioso, a quien lo único que parece interesarle, por encima de todo, es su propia notoriedad pública. Acepta los casos, o bien ofrece sus servicios jurídicos, dependiendo si estos le van a reportar o no fama y dinero, y si, en consecuencia, su nombre va a aparecer en caracteres destacados en los titulares de la prensa y en las portadas de las más prestigiosas revistas de todo el país. Lo único que le concierne es ganar el caso, sobre todo si con ello su fama y notoriedad van en aumento. Sólo está interesado en la defensa a toda costa de su cliente, sin importarle en realidad su verdadera participación en los hechos presuntamente delictivos, sin interesarle si en realidad es culpable. No le importa la realización de Justicia, ni cuál sea la Verdad. Su verdad, la verdad que a él le importa, es la que él crea o construye en el juicio, su versión, una ilusión o apariencia de verdad. No en vano, el film se inicia con estas sugerentes palabras, del abogado Martin Vail a un periodista que le está haciendo una entrevista, y cuya foto como abogado importante aparecerá, por supuesto, en portada:
● El primer día de clase en la Facultad de Derecho, el profesor nos enseñó dos cosas: la primera, cuando su madre les diga que les quiere, pidan siempre una segunda opinión, y la segunda, si quieren justicia vayan a una casa de putas, y si quieren que les jodan vayan a los tribunales…
● …Pero, supongamos que tiene un cliente que usted sabe que es culpable…
● Ah!... No, no, empecemos con eso… A nuestro sistema judicial eso no le importa, y ni a mí tampoco. Todo acusado, haya hecho lo que haya hecho, tiene derecho a la mejor defensa que su abogado le pueda dar…
● Entonces, de qué le sirve a usted la Verdad…
● ¿La Verdad? ¿A qué se refiere?
● Sólo puedo referirme a una cosa…
● ¿Cree que sólo hay una Verdad?
● ¿Cuál es la auténtica?
● Para mí sólo hay una Verdad… Mi versión de la Verdad… La que yo genero en las mentes de esos doce hombres que forman el Jurado… Llámelo si quiere apariencia de Verdad, eso ya es cosa suya…
Aarón Stampler (Edward Norton) es acusado del cruel y despiadado asesinato del Arzobispo Richard Rushman de Chicago. El Arzobispo es acuchillado en su dormitorio por la mañana, cuando tras darse una ducha, y secarse, empezaba a vestirse. Un cartero que estaba repartiendo el correo en la zona, en los alrededores de la Catedral de San Michel, oye un tremendo ruido, y puede contemplar, desde la calle, cómo se rompen estrepitosamente los cristales de la ventana del dormitorio del Arzobispo, y entonces, alarmado, llama a la policía. Cuando la policía visita la casa del Arzobispo y entra a su dormitorio queda absolutamente impresionada de la crueldad del asesinato: “¡Dios, qué carnicería!”- exclamará el Comisario al contemplar la escena del crimen. En efecto, el asesinato, o más bien, como se califica al hecho delictivo en el propio film, en un momento determinado, la mutilación y tortura del Arzobispo de Chicago, una de las más importantes personalidades de la ciudad, fue de una crueldad extrema, conmocionando a la opinión pública. La Fiscalía acusará a Aarón de asesinato en primer grado y pedirá para él la pena capital, la pena de muerte.
Aarón, de 19 años de edad, natural de Kentucky, era monaguillo y cantaba en el coro de la diócesis. Llevaba dos años viviendo solo, sin familia alguna ni recursos económicos, en Chicago. Antes de ser monaguillo, mendigaba en las calles de la ciudad, arrastraba además un tortuoso pasado de malos tratos y abusos sexuales por propinados por su padre. Un día, cuando Aarón mendigaba perdido en las calles de la ciudad, el Arzobispo pasó con su Cadillac, y se apiadó de él, lo recogió y lo llevó a un hogar de acogida, y le permitió quedarse hasta los diecinueve años, cuando la edad límite para permanecer allí alojado era hasta los dieciocho. Como él mismo dirá en el juicio, el Arzobispo había sido como un padre para él, y le tenía gran aprecio. Sin embargo, era evidente que Aarón había cometido el horrible crimen, lo cual se pudo demostrar enseguida, porque, incluso cuando huye despavorido tras su comisión hacia el norte de la ciudad, Aarón es rápidamente atrapado por la policía en las cercanías de la residencia del eclesiástico escondido en las vías del tren, con la ropa, las zapatillas deportivas, la cara y las manos manchadas, empapadas, de sangre, y el gran anillo de oro del eclesiástico en el bolsillo. Sin embargo, Aarón es, en realidad, alguien muy astuto, que domina los hechos y las emociones, situándose desde el principio por encima de su abogado, - e, incluso, del propio espectador -, manejando sabiamente todas las reacciones y estados de ánimos de quienes le rodean. Aarón declarará, no obstante, que él es inocente, que no mató al Arzobispo, que en la habitación había otra persona, pero que no puede recordar... Él simplemente iba a devolver un libro a la Biblioteca particular del Arzobispo, cuando oyó un ruido, entonces entró en la habitación, y vio al Arzobispo sangrando, tendido en el suelo, y tuvo miedo y salió huyendo. Aarón va a aparentar, además, desde el principio, sufrir una grave enfermedad mental, que le lleva a tener una personalidad dividida, con constantes ausencias o pérdidas de consciencia. En su complicado mundo interior parecen convivir dos personalidades bien distintas. Aarón, muchacho tímido, de aspecto aniñado, infantil, con apariencia de inocente boy scout, que incluso tartamudea al hablar, de carácter afable, educado, muy débil y de gran docilidad, que dice sentir un gran afecto por el Arzobispo, al que consideraba como si fuese su propio padre, y niega, por tanto, en todo momento, que él haya sido el autor de su asesinato; y Roy, agresivo, sádico, despiadado, cruel y violento, un auténtico psicópata, que llegará a reconocer, abiertamente, la comisión del asesinato del Arzobispo Rushman, enorgulleciéndose incluso de tan execrable acto. Aarón parece estar dominado completamente por Roy, es incluso una víctima más de su cruel temperamento. Roy, permanece reprimido, escondido, oculto, en su interior hasta que, tras una situación traumática o de tensión, aflora violentamente dando rienda suelta a su maldad. Después viene la oscuridad, un fuerte dolor de cabeza, el vacío, el silencio,… y Aarón es incapaz de recordar lo que ha pasado.
La noticia del asesinato del Arzobispo Richard Rushman, una de las personas más queridas y admiradas de Chicago, que días antes había participado en un importante evento público, donde asistieron todas las personalidades del mundo del Derecho, entre las que se encontraba el abogado Martin Veil, que acudió elegantemente vestido de smoking, en su mercedes biplaza, salta inmediatamente a los medios de comunicación causando gran alarma. Enterado por las noticas de televisión, el abogado
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