Aportaciones sobre la inteligencia emocional.

INTRODUCCIÓN

De la misma manera que se reconoce el CI, se puede reconocer la Inteligencia Emocional. Se trata de conectar las emociones con uno mismo; saber qué es lo que siento, poder verme a mí y ver a los demás de forma positiva y objetiva.

La Inteligencia Emocional es la capacidad de interactuar con el mundo de forma receptiva y adecuada. Goleman (1995) explica que la Inteligencia Emocional es el conjunto de habilidades que sirven para expresar y controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y social.

Incluye, por tanto, un buen manejo de los sentimientos, motivación, perseverancia, empatía. Justo las cualidades que configuran un carácter con una buena adaptación social. Todas las personas nacemos con unas características especiales y diferentes, pero muchas veces la manera que tenemos de comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida las aprendemos en nuestro día a día. En este trabajo expondremos lo aprendido en la materia en estas cinco semanas.

Las investigaciones en el ámbito de la inteligencia emocional han llevado a los investigadores a realizar estudios neurológicos para encontrar respuestas científicas a las interrogantes que se plantean en la actualidad; de ellas la inquietud más interesante podría ser: ¿Qué es lo que diferencia a los hombres y mujeres de éxito de aquellos que no los son? ¿Si hombres y mujeres realmente inteligentes con un cociente intelectual alto, no consiguen el éxito esperado y pronosticado por sus padres y profesores que los vieron crecer hasta la etapa adulta?

Tiempos difíciles para aquellos que se deciden a buscar un empleo y aún siendo profesionales universitarios, se encuentran con la sorpresa de que la organización que recluta personal necesita un perfil psicológico totalmente distinto de aquel que ellos poseen, así encontramos en los periódicos de hoy anuncios con estos requerimientos: Se necesita personal calificado, con disponibilidad, iniciativa, capacidad de trabajo en equipo, buenas relaciones interpersonales, adaptación al cambio, influencia y liderazgo positivo, manejo de conflictos, comunicación efectiva y eficaz, en fin, por mencionar alguna de ellas.

El ser humano es por naturaleza un ser gregario, es decir que se relaciona con sus semejantes para lograr una adaptación con su entorno y sus elementos básicamente por simple necesidad.

Con el tiempo cada individuo comienza a elegir y a determinar los círculos sociales en donde se desarrolla y crece. La capacidad de adaptación con la que contamos los seres humanos para ambientarnos con las necesidades que demanda el constante cambio de la vida es impresionante.

Desde pequeños aprendimos a formar parte de un grupo en donde nuestras aportaciones como elementos de un conjunto eran mínimas. Por ejemplo, cuando éramos niños y nuestros padres cuidaban de nosotros, la regla más importante era la de obedecer las órdenes de papá y mamá y regirnos por ellas para mantener un equilibrio interno y evitar conflictos.

Posteriormente descubrimos que estas reglas aplicaban de igual manera en otras circunstancias y lugares como la escuela, los partidos de soccer, las visitas a casas ajenas, e incluso los juegos infantiles en donde participábamos presentaban acuerdos mutuos para poder continuar en la jugada.

Entre más grande eres, adquieres mayores responsabilidades y los grupos a los que perteneces implican participaciones más amplias y constantes, incluso en la pareja formamos parte de un equipo, en donde cada individuo es elemental para mantener un balance y establecer objetivos mutuos.

Cuando llegamos a una edad adulta nos involucramos con equipos de trabajo más complejos, como en la universidad o en el trabajo; en donde nuestra colaboración tiene un impacto directo con el desempeño del equipo y en donde fallar o no participar con entusiasmo

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