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Arte De Panama

isaacabad11 de Marzo de 2015

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Época prehispánica

Cuando llegaron los conquistadores españoles al istmo de Panamá, según el cronista Gaspar Espinosa, encontraron hacia occidente, a partir del cacicazgo de Escoria, numerosos centros ceremoniales y de juego, caracterizados por unas estatuas líticas columnares conocidas como bateys, iguales a los que se habían encontrado en las grandes islas del Caribe. El único conservado se encuentra en El Caño, cerca de Natá, en el centro del país. Hernando Colón, que visitó Veraguas con su padre el Almirante (Véase Cristóbal Colón), menciona un "edificio de estuco, que parecía estar labrado de piedra y cal" en Cateba, un sitio cerca de la costa, al este del río Calovébora, hacia el actual río Veraguas. En 1961 un equipo de arqueólogo descubrió en río Indio un "piso masivo de 19 por 10 pies, hecho de lajas, de una piedra arenisca verde y dura, cuidadosamente colocadas". Se ignora si se trata de un centro ceremonial, un batey o la planta de un templo.

Según una fuente de 1792, en el pueblo de La Mesa existía una gran columna de piedra de "figura octángula" que los indios habrían utilizado para propósitos ceremoniales. Medía 7 varas de largo y 5 de espesor. Antes de la llegada de los españoles la coronaba un "gallo de oro, que idolatraban, de extraordinaria magnitud". Para entonces, las crecientes del río habían roto la columna, arrastrándola hacia un recodo, donde yacía semejando a una embarcación. Por esta causa el lugar recibió el nombre de Río del Barco. La tradición lugareña habla todavía del "barco".

(Véase América prehispánica).

Según las más tempranas crónicas de la Conquista de América, los caciques de Veraguas vivían en grandes tambos con techo de paja donde agrupaban a sus familiares hasta en número de 50 o más; a su alrededor se encontraban varios bohíos más pequeños con grupos familiares menores. Estos poblados estaban rodeados por empalizadas para protegerse de vecinos hostiles. Era característico que en el tope superior de estas empalizadas se colocaran cabezas-trofeo de enemigos derrotados en la guerra.

En otras regiones del país donde los indios vivían cerca de los ríos, como los wuaunana o los emberá (llamados también chocóes) las construcciones eran (y siguen siendo) palafíticas, pero en las partes altas y secas, lo típico era el bohío de paja bajo. Las comunidades consistían en pequeñas agrupaciones de bohíos habitados por un clan o grupo familiar, que raras veces superaba unas cuantas docenas de personas. En el Panamá prehispánico no existían estructuras urbanas y los centros poblados se encontraban muy dispersos. La tecnología que caracterizaba a estos bohíos era el resultado de siglos, tal vez milenios, de experimentación con los recursos materiales del medio. Resultaba tan adecuada al clima que aún mantiene plena vigencia, puesto que sigue utilizándose en la construcción rural e incluso en los patios de residencias de lujo. Durante las primeras décadas de la ocupación española del Istmo, los conquistadores y primeros colonos estuvieron viviendo en bohíos indígenas, incluso cuando en Nombre de Dios ya se celebraban las célebres ferias y se concentraban allí las flotas de galeones. Todavía en 1596 sólo había en esta ciudad terminal una solitaria casa de ladrillos, ya que el resto era de paja. Lo mismo ocurría en la capital del reino de Tierra Firme, donde durante décadas hasta las iglesias y conventos y aun la propia catedral tenían techo de paja. Pero esto se debía a que la mano de obra predominante era indígena, y a que los materiales de construcción utilizados se conseguían con facilidad en las vecindades. Hay claras evidencias documentales, además, de que todavía en el siglo XVIII, en las ciudades españolas del interior del país, como Alanje, Remedios, o David, aún las casas de los más ricos y las iglesias eran bohíos con techo de paja.

Urbanismo colonial

Uno de las mayores impactos tecnológicos e institucionales de la Conquista fue la creación de ciudades, tal vez la acción aculturadora más trascendente que implantó España en el Nuevo Mundo. España era heredera de una rica tradición urbanística que se remontaba al mundo greco-latino. De los castros o campamentos romanos, sobre todo, se heredó el trazado reticular en forma de parrilla, con su decumanus y cardo máximos y la orientación cardinal, e igualmente la idea de la ciudad como instrumento de asimilación y control territorial. Estas concepciones se aplicaron durante los siglos de la Reconquista y sobre todo en Andalucía durante la Baja Edad Media. Los Reyes Católicos (véase Fernando II, Rey de Aragón y V de Castilla e Isabel I, Reina de Castilla y León) contaban con una tecnología urbanística perfeccionada -cuando fundaron las ciudades andaluzas de Puerto de Santa María, Sanlúcar, Puerto Real y Santa Fe- para cercar el reino nazarí de Granada. Algunos de estos proyectos fueron verdaderas ciudades-campamento, como Puerto Real o Santa Fe, y en ellos el modelo heredado se reproducía. Su trazado era ortogonal, en forma de parrilla, su orientación era cardinal, y tenían un propósito práctico, el de consolidar el territorio. Eran un punto de arranque para la ofensiva militar, a la vez que de afianzamiento y control territorial. Una aportación urbanística de este período fue el sentido de centralidad que adquiere la plaza mayor, donde se concentran los principales edificios públicos, como el Cabildo y la iglesia, a la vez que las casas de las familias proceras, y cuando son sedes administrativas y religiosas, la Audiencia o el Palacio Virreinal y la Catedral.

Era inevitable que en la conquista de América la ciudad constituyese desde temprano el principal instrumento de dominación de los nuevos y vastos territorios. Generalmente se acepta que fue Santa Fe el modelo que se transplantó. Muchos de los que participaron en las etapas tempranas del Descubrimiento y la Conquista, o bien fueron testigos de la construcción de Santa Fe, o estuvieron acampados allí para luchar contra los moros o se hallaban presentes cuando éstos se rindieron. Poco se sabe, sin embargo, de los proyectos fundacionales en La Española o Tierra Firme hasta la segunda década del siglo XVI, o los fundadores no llevaban instrucciones o éstas eran muy vagas. Sin embargo, cuando se organizó la expedición de Pedrarias Dávila para Tierra Firme (hoy Panamá) en 1513, los Reyes Católicos le entregaron instrucciones más precisas en materia de poblamiento, y de hecho fueron las más completas que en ese sentido se habían formulado para el Nuevo Mundo hasta entonces. Aunque tampoco eran del todo específicas, en algo sí eran muy claras: tenían a toda costa que poblar, tachonando Castilla del Oro, de ciudades. Pedrarias tenía otra ventaja: había estado en el sitio de Granada y debía tener una idea clara de cómo fundar una ciudad.

Cuando llegó Pedrarias, ya se habían fundado Belén, en Veraguas, (primero por Colón, en 1503, luego por Lope de Olano, en 1508), pero pronto desapareció, y Santa María de la Antigua en Darién, fundada por Vasco Núñez de Balboa en 1510, que sobrevivió hasta 1526. No se sabe si estas ciudades tuvieron trazado reticular, pero es obvio que tenían como propósito servir de base para dominar el territorio. En la armada de Pedrarias iba el alarife y “buen jumétrico” o experto en geometría y mensura de terrenos Alonso García Bravo, a quien se atribuye el trazado de la ciudad de Panamá, fundada en 1519. Por una Información de Méritos y Servicios que presentó García, se sabe que fue el “alarife que trazó la ciudad de México” y que acompañó a Hernán Cortés en su campaña novohispana; incluso planificó la primera traza urbana de Veracruz y más tarde la de Antequera. El caso de García Bravo es interesante ya que se convertiría en uno de los más prolíficos planificadores de ciudades en América; fue probablemente el primero en aplicar las Instrucciones de 1513, que puso en práctica en el istmo panameño. De hecho, tal vez “reformó” el primitivo trazado de Santa María de la Antigua, y participó también en el trazado de Acla y de otros poblados que Pedrarias ordenó fundar en Darién, como Fonseca Dávila, Santa Cruz y los Anades. Hay evidencias documentales de que Acla tenía plaza mayor y picota, dos claras señales de que allí se siguieron pautas de la tradición urbana peninsular. Y aunque no se sabe mucho sobre las fundaciones de Panamá y Nombre de Dios (fundada en 1520), en cambio se conserva el acta de fundación de Natá (de 1522), la más antigua de todas las conocidas de la Conquista de América y su lectura indica cómo se fundaban las ciudades durante la administración de Pedrarias. En el acta de Natá se aplica rigurosamente el canon tradicional urbano. Las calles, lotes y plazas tenían trazado ortogonal; la plaza mayor quedaba en el centro y a su alrededor se situaban la sede del cabildo y la iglesia principal; los lotes mayores se distribuyeron entre los principales pobladores y quedaban más cerca del centro urbano. Es el primer testimonio que evidencia una clara jerarquización de usos urbanos y con seguridad es el modelo que se implantó en todo el país.

Pero Natá quedó emplazado en un territorio llano y extenso, donde el esquema ideal podía aplicarse con facilidad. No sucedió así con la capital, Panamá, situada frente a una playa de lama, con un puerto pequeño y poco profundo a un costado, rodeada por una ciénaga malsana y con un suelo irregular en las zonas urbanas más estratégicas, como donde quedaron las Casas Reales. El trazado más antiguo que se conoce es el del ingeniero Juan Bautista Antonelli, de 1586, donde se

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