COMPETENCIAS
meryo8 de Abril de 2014
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Introducción
Para poder decidir qué es lo que debe construir el profesor al inicio de su proceso educativo, debe tener claro qué es un objetivo, qué un propósito y qué una competencia, y saber las implicaciones que tiene cada uno de ellos en la educación, ya que de esto dependerá en gran medida su desempeño ante los grupos que se presente.
Para tal efecto, se hace necesario recurrir a los momentos de gloria del tradicionalismo como corriente pedagógica dominante, donde el alumno era considerado como un reservorio a ser llenado a consecuencia de su incompletud cognitiva y su incapacidad para lograrlo por sí solo. Este momento “se remonta al siglo XVII el origen de lo que se ha llamado escuela tradicional. Coincide con la ruptura del orden feudal y con la constitución de los estados nacionales y el surgimiento de la burguesía…Nada se deja al azar, el método garantiza el dominio de todas las situaciones. Se refuerza la disciplina ya que se trabaja con modelos intelectuales y morales previamente establecidos… Rasgos distintivos de la escuela tradicional son: verticalismo, autoritarismo, verbalismo, intelectualismo” (Pansza, et al, 1985: 50-51) donde el profesor tenía el protagonismo magistrocéntrico, es decir, todas las actividades giran en torno al docente imponiendo orden y autoridad como fundamento de la práctica escolar, él es quien hace de la exposición su principal recurso didáctico, imponiendo ritmos y secuencias de trabajo unilateralmente en donde importa sólo la constatación de los aprendizajes reproducidos en un examen escrito y uniformado aplicado a todo el grupo sin distinción alguna.
De ahí que el objetivo responda a la comprobación de lo establecido en éste sin esperar modificación alguna, y en la medida que se presenten tales, será como se “calificará” al alumno, es decir, cuánto cumplió con lo estipulado en el objetivo.
Esquema 1. Sistemas educativos
Del tradicionalismo surge la escuela nueva y la tecnocrática, que en palabras de Pansza et al (1985), la primera desplaza la atención centrada en el maestro, hacia el alumno y donde la misión del educador estriba en crear las condiciones de trabajo que permitan al alumno desarrollar sus aptitudes; y la segunda se centra en el carácter instruccional de la didáctica tomando al profesor como controlador de estímulos, respuestas y reforzamientos para lograr una conducta observable. A mediados del siglo XX, refiere la misma autora, surge una pedagogía que cuestiona en forma radical tanto los principios de la Escuela Nueva como de los de la Escuela Tradicional y la Tecnología Educativa, pronunciándose por la reflexión colectiva entre maestros y alumnos de los problemas que los atañen, como un precedente indispensable para la toma de decisiones en el ámbito pedagógico, lo cual implica criticar radicalmente la escuela, sus métodos, sus relaciones, revelando lo que permanece oculto, pero que condiciona su actuación, su forma de ver el mundo, es decir, su ideología.
El constructivismo se inserta en la pedagogía y didáctica critica, por lo que se transita de lo ya definido y cuadrático que abanderan los objetivos, a lo simplemente propuesto, abierto e inesperado que postula el propósito, ya que está sujeto a un proceso de construcción y de-construcción constante en el que intervienen todos los actores del proceso educativo y no sólo es resultado de uno de ellos.
Es por lo tanto, en la intencionalidad del proceso donde se descubre la diferencia entre objetivo y propósito.
Esquema 2. Diferencia entre objetivo y propósito
¿Propósito o competencia?
Para lograr establecer si se tiene que formular un propósito o una competencia, se debe clarificar también sus diferencias y consecuencias de uno y el otro.
Se entiende como propósito (Universidades Públicas Valencianas, s/f) al logro que el alumno debe alcanzar al finalizar un proceso educativo como resultado de las experiencias de enseñanza y aprendizaje intencionalmente planificadas para tal fin. Para la República Dominicana en su Plan de Educación (2000:43), anuncia que se adopta la denominación de propósitos educativos para referirse a la determinación de ciertas intenciones pedagógicas. Con esto se reemplaza la denominación utilizada hasta ahora de objetivos. El término objetivos fue utilizado en el marco de una concepción educativa que enfatizaba el producto, el punto de llegada. Si bien puede haber cambios de concepción sin cambiar las denominaciones y viceversa; en ocasiones modificar los términos puede contribuir a enfatizar la necesidad de cambios en los paradigmas. La elección del concepto de propósitos educativos pretende reflejar el énfasis en los procesos, sin que ello signifique abandonar o subvalorar la intención de resultados concretos, o productos.
Se entiende entonces como propósito al componente que da intencionalidad y direccionalidad a la planificación. Son una explicación de la aspiración que orienta el quehacer educativo y que expresan los aspectos deseables o que se quieren conseguir. Los propósitos nos permiten tener claro el desde dónde, para qué, el qué, el cómo del proceso pedagógico; el sentido y finalidad que se pretende alcanzar. “Con propósitos todo, sin ellos nada”.
La competencia se pude entender desde la parte agonística, la de funciones o áreas de acción y la referente a capacidad o denotar posibilidad de hacer algo. Es en esta última en la que se incidirá.
Las competencias “se encuentran estrechamente ligadas a conocimientos sólidos, ya que su realización implica la incorporación y la movilización de conocimientos específicos, por lo que no hay competencias sin conocimientos. Una competencia implica un saber hacer (habilidades) con saber (conocimiento), así como la valoración de las consecuencias de ese hacer (valores y actitudes)” (Programas de Estudio, 2009:12). Refiere Monereo (2001:15) que demostrar competencia en algún ámbito de la vida conlleva resolver problemas de cierta complejidad, encadenando una serie de estrategias de manera coordinada.
Para Coll (2007:20) el concepto de competencia pone el acento en el hacer y en el saber hacer, es decir, en la movilización o aplicación del conocimiento, subrayando de este modo la importancia de la funcionalidad de los aprendizajes escolares. No basta con adquirir unos conocimientos, retenerlos y memorizarlos, ni siquiera con memorizarlos comprensivamente; además, hay que movilizarlos, hay que utilizarlos cuando la situación y las circunstancias lo requieran.
Con estos elementos, se puede deducir que las competencias es operar los conocimientos en un determinado contexto que así lo requiera. Y su relación con los propósitos quedaría como lo marca el esquema 3.
Esquema 3. Relación objetivo, propósito y competencia
La solución al problema
Ante el análisis realizado y sintetizado en el esquema 3, se vislumbra que la respuesta a la pregunta planteada ¿construir objetivos, propósitos o competencias? Y la respuesta es simple: para el modelo educativo constructivista que permea a los sistemas de la aldea global, se requiere de construir propósitos para desarrollar los indicadores de desempeño de las competencias y al término del proceso educativo, se vea el nivel de logro alcanzado de éstas.
Sin embargo, al resolver este planteamiento, surge otro de igual o más importancia: ¿cómo construir propósitos para incidir en las competencias educativas? Para dar la solución a este nuevo planteamiento, se debe resolver desde sus tres posibles respuestas: como objetivo, como propósito y como competencia.
Cuadro 1. Formas de redacción; origen y consecuencias
La forma de construir un objetivo queda clarificada en el cuadro 1, y se refiere a un hecho ya asentado como que va a ocurrir de manera invariable al final del proceso en el que incidirá. Y es lo que se buscaba en el conductismo: “El aprendizaje se define mediante el desempeño de una persona en una actividad dada. Los objetivos de aprendizaje deben de ser formulados en términos de operaciones, o sea, de conductas observables y medibles” (Suárez, 1991:63). El resultado de la enseñanza era la medida en la modificación cuantificable y observable de la conducta del individuo.
El conductismo a través de una didáctica tradicional, busca verificar de forma observable la conducta humana sometida a aprendizaje; deja de lado al área afectiva centrándose en la respuesta mecánica. Es decir, se fundamenta en que a un estímulo le sigue por consecuencia una respuesta, siendo ésta el resultado de la interacción entre el organismo que recibe el estímulo y el medio ambiente. La falla del conductismo es su simplista explicación mecanicista de la compleja acción humana. Y uno de los mayores méritos del conductismo es su llamada de atención hacía la objetividad contra el subjetivismo, lo que, sin embargo, para efectos educativos bajo el enfoque crítico, no interesa.
El objetivo denota la búsqueda de conductas parcializadas y determinadas a manifestarse de manera aislada en relación a la persona y al contexto donde se inserta.
Para el caso de la construcción de una competencia, esta se encuentra proyectada como una indicación de que se está haciendo en el presente inmediato sin lugar a dudas. Este tipo de planteamientos son correctos siempre y cuando se ubiquen en los contextos en que son pertinentes. Es decir, la construcción de competencias es factible en el diseño curricular o para la constatación de un proceso educativo: lo deseado y en la medida en que se ha logrado respectivamente. Esto es muy claro cuando se determinan
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