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Cabeza De Turco


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2012  •  2.761 Palabras (12 Páginas)  •  473 Visitas

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Cabeza de turco –

Álvaro Benito Valdés

Debían de ser las cuatro o las cinco de la mañana. No lo sabía bien. Tenía los ojos vendados y estaba encadenado a lo que parecía un taburete, con las manos atadas a la espalda. Mi tobillo derecho me dolía horrores. Posiblemente estaba roto. Hacía mucho frío. Mucho. De la cabeza me chorreaba un líquido espeso. Sangre, probablemente. Pero no estaba seguro. No estaba seguro de nada. Lo único que sabía era que estaba en un gran aprieto. Y no sabía por qué.

De repente, oí un ruido bastante fuerte. Provenía del otro extremo de la sala; parecía una puerta: alguien se acercaba. Por el ruido de los tacones, intuí que podía ser una mujer. Se acercó a mí. Mucho.

- Cuánto tiempo sin vernos, cariño – me susurró al oído.

En seguida reconocí su voz. No podía ser ella. No tenía sentido.

- ¿Andrea? ¿Eres tú? ¿Qué pasa? ¿Qué hago aquí? ¿Quiénes son los que me han atacado? ¡Ayúdame! – le rogué con un hilo de voz. – Me duele mucho el tobillo, creo que está roto…

- Sssshhhh… calla. No malgastes tus fuerzas, que falta te van a hacer – dejó escapar una risita. Entonces, se agachó y palpó mi tobillo. Aullé de dolor. Volvió a reírse. – Sí, está roto – se río de nuevo. – ¿Quieres saber por qué estás aquí? ¿De verdad quieres saberlo?

- Sí, claro que… – no pude terminar la frase. Alguien me golpeó con violencia en la cara.

- ¡Cierra la boca, imbécil! ¿No has oído a la señorita? – una voz ronca, de hombre, me gritó con desprecio.

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Caí al suelo junto con el taburete. El tobillo me recordó que estaba roto. Me dolía mucho, al igual que el hombro sobre el que caí. Mi cabeza debía estar sangrando a borbotones. Notaba la sangre fluir. Escuché varias carcajadas. Habría 2 o 3 personas. Una de ellas era Andrea. Sin duda. Su risa era inconfundible, como la de una hiena. Siempre me había hecho gracia, pero en ese momento me parecía el sonido más aterrador de la historia. Seguía sin entender nada. ¿Qué pintaba yo en todo esto? ¿Por qué estaba allí? Y, más intrigante aún era la presencia de Andrea… ¿qué tenía ella que ver con aquella macabra locura escapada de una novela de Stephen King?

Entonces, oí los tacones alejarse. Sería Andrea.

- Lo sabrás en su momento – oí que me gritaba desde el otro lado de la habitación.

La puerta se cerró con un portazo. Acto seguido, las otras personas comenzaron a hablar entre sí. Al principio no les entendía nada, pero después de dos frases, reconocí el idioma: hablaban en francés, pero su acento era muy español. “Quizás estén hablando en francés para que no los entienda”, pensé. Craso error. En el instituto estudié francés y actualmente estaba en 4º de la escuela de idiomas. Algo de francés sabía.

Hablaban como si ellos tampoco tuvieran demasiado claro por qué estaba yo allí. Se preguntaban por qué un “pringao” como yo merecía este castigo, si tenía cara de no haber roto un plato en mi vida. Entonces, sonó el móvil de uno de ellos:

- Aquí Víctor, ¿qué pasa? Ajá. Sí. En 20 minutos en el muelle. ¿Vivo? De acuerdo, tú mandas, jefa. Era la jefa, quiere que llevemos al pringao este al muelle en 20 minutos. Vivo. – le dijo, ya en español, al otro hombre.

- ¿Vivo? ¿Estás de coña? ¡Pero si es un “pringao”! Este no sabe nada… – contestó el otro hombre.

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- Pues es lo que hay, así que no me toques mucho los cojones, Toñín. A ver, tú, “pringao” – debía de dirigirse a mí, pues me propinó un puntapié en el estómago para llamar mi atención –, ¿has oído? Nos vamos de paseo.

- No puedo andar, por si no te has dado cuenta – respondí con una valentía estúpida que me sorprendió a mí mismo.

- ¡Mira Toñín! ¡Nos ha tocado un graciosito! – ambos empezaron a reír sonoramente – ¿Sabes lo que hacemos nosotros con los payasos como tú? – me preguntó, pisándome mi tobillo maltrecho. No respondí. – ¡Eh! Estoy hablando contigo, idiota. Contéstame. – insistió el tal Víctor. Parecía ser el que estaba al mando allí.

- No… no lo sé. No me hagas daño, por favor… – le supliqué. – Te daré lo que quieras. Tengo dinero en la cartera…

- Jajajajaja. ¿Crees que hago esto por dinero? Bueno, en parte sí – volvieron a reír – pero no es por el dinero… me va la marcha. Una gracia más y date por jodido – me amenazó.

Noté como los dos hombres me desencadenaban del taburete, me cogían por los brazos y me arrastraban. Intenté resistirme, pero fue inútil. Cada vez que intentaba enderezarme, me pegaban un puñetazo en el estómago, así que decidí dejarme llevar.

Me metieron en lo que parecía una furgoneta y cerraron la puerta por fuera. A los pocos segundos, oí el motor arrancar y nos pusimos en marcha. Desde donde estaba, podía escucharles hablar, pero no acertaba a entender lo que decían. Me pegué a una pared y traté de quitarme la venda de los ojos restregándome contra ella. Al cabo de un rato, conseguí levantármela lo suficiente como para poder entrever algo por debajo de ella. Todo estaba muy oscuro, pero logré ver en la penumbra una especie de bolsa. Repté hacia ella. Era la bolsa con los triángulos de emergencia. “Genial”, pensé, “puede que dentro haya algo con lo que cortar

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la cuerda de mis manos”. Traté de abrir la bolsa con la boca, pero no era fácil. Apresé la bolsa con mi cuerpo y tiré de la cremallera con los dientes. Ya empezaba a abrirse.

Cuando por fin hube abierto la bolsa, saqué con los dientes lo primero que vi. Era la parte de plástico del triángulo. “Esto no me sirve, mierda”. Decidí coger la bolsa con la boca y volcar todo su contenido. Tenía que hacerlo con cuidado, sin hacer mucho ruido, o me oirían los dos sicarios que iban delante. Parecían haberse olvidado de mí, pues les oía gritar y reír.

Entre los enseres que había en la bolsa, atisbé un tornillo. Puede que estuviera ya en la furgoneta. Me di la vuelta y traté de agarrarlo con la mano, para cortar la soga. No lo encontraba. Noté que reducíamos la marcha. Probablemente estuviésemos llegando a nuestro destino. Tenía que darme prisa. En cuanto viesen el estropicio, los sicarios se tirarían a por mí. Mi única oportunidad era librarme de

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