Crece el mal humor
CarlRKOs3 de Mayo de 2013
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CAPÍTULO 14
Crece el mal humor
La nueva militancia contra las empresas
La Tierra no se muere; la están matando. Y los que la matan tienen nombre y dirección.
— Utah Phillips
¿Cómo le decimos a Steve que su papá tiene un taller de trabajo esclavo?
— Tori Spelling en el personaje de Donna de Beverly Hills 90210 después de descubrir que su propia línea de ropa de diseño era fabricada por mujeres inmigrantes en un taller clandestino de Los Ángeles, 15 de octubre de 1997
Mientras la última mitad de la década de 1990 presenciaba un enorme incremento de la ubicuidad de las marcas, en la periferia apareció un fenómeno paralelo; una red de militantes que luchaban por la ecología, los derechos de los trabajadores y los derechos humanos, y decididos a exponer los daños que se pretenden ocultar tras un delga-do barniz. Han aparecido docenas de organizaciones y publicaciones nuevas con el solo propósito de poner al descubierto a las empresas que se benefician con políticas represivas en todo el mundo. Los grupos más antiguos, que solían dedicarse a vigilar a los gobiernos, cambian de dirección, y ahora su misión principal es revelar las violaciones que cometen las empresas multinacionales. En las palabras de John Vidal, editor de temas ecológicos de The Guardian, «hay muchos militantes que se pegan como sanguijuelas a los costados de las corporaciones».
Esta adhesión de sanguijuela adopta muchas formas, desde unas socialmente respetables hasta otras casi terroristas. Desde 1994, el Programa sobre las Corporaciones, la Ley y la Democracia, con sede en Massachusetts, por ejemplo, viene desarrollando alternativas politicas para «negar que las empresas tengan autoridad para gobernar». Mientras tanto, Corporate Watch se dedica a investigar —y a ayudar a otros a investigar— los delitos de las corporaciones. (Esta agrupación no debe confundirse con su homónima con sede en San Francisco, que apareció casi al mismo tiempo y con un propósito similar.) JUSTICE, DO IT NIKE! es un grupo desorganizado de militantes de Oregón que se dedica a arengar a Nike sobre las prácticas laborales que aplica en su propio patio trasero. Páginas Amarillas, por el contrario, es una banda clandestina internacional de hackers que ha declarado la guerra a las redes informáticas de las empresas que presionan para que el comercio con China se realice independientemente de los derechos humanos. «Realmente, los empresarios han comenzado a fijar la política internacional», dice Blondie Wong, directora de Hong Kong Blondes, un grupo de hackers chinos prodemocráticos que ahora viven en el exilio. «Al preferir las ganancias a la conciencia, las empresas han hecho tanto daño a nuestra lucha que también se han convertido en nuestras opresoras.»1
Un enfoque mucho menos tecnológico (que algunos calificarían de primitivo) adopta el belga Noel Godin y su banda mundial de lanzadores de tartas a políticos. Aunque éstos y las estrellas de cine han recibido los tartazos, el principal objetivo ha sido el sector empresarial: Bill Gates, el presidente ejecutivo de Microsoft, Robert Shapiro, el de Monsanto, Ken Derr, el de Chevron, y Renato Ruggiero, director de la Organización Mundial del Trabajo, han sido alcanzados, así como ese arquitecto del libre comercio mundial que es Milton Friedman. «Respondemos a sus mentiras con pasteles», dice el Agente Arándano, un integrante, miembro de la Brigada de la Cocción Biótica.2
La moda se extendió tanto que en mayo de 1999 Tesco, una de las mayores cadenas de supermercados de Inglaterra, realizó una serie de pruebas de sus tartas para saber cuáles eran las que se lanzaban mejor. «Tratamos de mantenernos al día sobre las actividades de nuestros clientes, y por eso tenemos que hacer estas pruebas», indicó Melodie Schuster, la portavoz de la empresa. Su recomendación fue: «La tarta de nata logra una cobertura total de la cara».3 Oh, y además podemos tener la seguridad de que ninguna de las golosinas de Tesco contiene ingredientes modificados genéticamente. La cadena había suprimido esos productos un mes antes en respuesta a una oleada de sentimientos anticorporativos contra Monsanto y otros gigantes del comercio agrícola.
Como veremos en el capítulo siguiente, Tesco tomó la decisión de renunciar a los alimentos modificados genéticamente después de que ante sus puertas se desarrollara una serie de protestas contra las «Frankenfoods»,* que formaban parte de una estrategia cada vez más popular de los grupos de militantes. Los mítines políticos, que antes seguían su curso preestablecido ante los edificios gubernamentales y los consulados, pueden muy bien celebrarse ahora delante de las tiendas de las empresas gigante: ante la Ciudad Nike, de Foot Locker, de las Tiendas Disney y de las gasolineras de Shell; en el tejado de la sede de las empresas Monsanto o BP, en los centros comerciales, alrededor de las tiendas de The Gap y hasta en supermercados.
En poco tiempo, el triunfo de la globalización económica ha inspirado una hornada de militantes e investigadores técnicamente entera-dos y con mentalidad tan global como las empresas que persiguen. Esta poderosa forma de activismo es mucho más amplia que la de las organizaciones gremiales tradicionales. Sus miembros son jóvenes y viejos; provienen de colegios primarios, de universidades aquejadas de fatiga de las marcas y de grupos religiosos con amplias carteras de inversiones pero preocupados porque las corporaciones se comportan de manera «culpable». Son padres angustiados por la esclavizante devoción de sus hijos a las «tribus de los logos», y también intelectuales politizados y publicitarios sociales, más inquietos por la calidad de la vida comunitaria que por el aumento de las ventas. De hecho, en octubre de 1997 hubo tantas y tan diversas protestas contra las empresas en todo el mundo —contra Nike, Shell, Disney, McDonald's y Monsanto, que el movimiento Earth First! improvisó un calendario con las fechas de las manifestaciones siguientes y lo declaró primer «Mes Acabemos con el Dominio de las Corporaciones». Unos 30 días después, el Wall Street Journal publicó un artículo titulado «¡Aprisa! Todavía quedan 27 días de protesta hasta Navidades».
«EL AÑO DE LA EXPLOTACIÓN»
En Norteamérica, gran parte de esta actividad se remonta al período que va de 1995 a 1996 y que Andrew Ross, director de estudios sobre EE.UU. de la Universidad de Nueva York, denomina «El Año de la Explotación». Ese año, durante un tiempo, los estudiantes norteamericanos no podían encender los televisores sin escuchar vergonzosas historias sobre las condiciones de explotación con que se fabrican los artículos de las marcas más famosas y vendidas. En agosto de 1995, The Gap, que acababa de lavarse la cara, vio cómo se le ennegrecía de nuevo a raíz de la revelación de que tenía una fábrica ilegal en El Salvador cuyo gerente respondió a una huelga despidiendo a 150 empleados y advirtiéndoles que «haría correr más sangre» si porfiaban en or¬ganizarse.4 En mayo de 1996, los militantes gremiales estadounidenses descubrieron que la línea de ropa deportiva de la presentadora de televisión Kathie Lee Gifford (que se vende exclusivamente en Wal Mart) era confeccionada por una odiosa combinación de niños obreros de Honduras y de trabajadores de talleres ilegales de Nueva York, Y hacia la misma época, la marca de vaqueros Guess, que había construido su imagen por medio de fotografías en blanco y negro de la supermodelo Claudia Schiffer, se enzarzó en una disputa con el Departamento de Trabajo porque sus contratistas californianos no pagaban el salario mínimo a los empleados. Hasta al Ratón Mickey lo cazaron explotando gente cuando se descubrió que un contratista haitiano de Disney fabricaba pijamas de Pocahontas en condiciones tan míseras que los obreros se veían obligados a alimentar a sus hijos con agua azucarada.
Más infamias aún salieron a la luz cuando la NBC emitió una investigación sobre Mattel y Disney pocos días antes de las Navidades de 1996. Con la ayuda de cámaras ocultas, el periodista de televisión demostró que los menores de Indonesia y China trabajan en condiciones de semi-esclavitud «para que las niñas estadounidenses puedan poner bonitos vestidos a sus muñecas».5 En junio de 1996 la revista Life levantó más olas con fotografías de niños paquistaníes —de muy corta edad y que sólo recibían una paga de unos seis centavos de dólar por hora inclinados cosiendo balones de fútbol que llevaban el inconfundible logo de Nike. Pero no sólo se trataba de Nike. Adidas, Reebok, Umbro, Mitre y Brine también fabricaban balones en Paquistán, en cuya industria se calcula que trabajan 10 mil niños; muchos de ellos son vendidos como esclavos a sus empleadores y se les marca como al ganado.6 Las imágenes de Life eran tan espantosas y consternaron a tal punto a padres, estudiantes y educadores, que muchos de ellos organizaron manifestaciones ante tiendas deportivas de todos EE.UU. y Canadá en las que exhibieron las fotografías de la revista pegadas en pancartas.
Al mismo tiempo salió a la luz el asunto de las zapatillas Nike. El culebrón de la firma comenzó antes del primer Año de la Explotación y no ha hecho más que empeorar, mientras otros casos dejaban de interesar al público. El escándalo no dejó de acosar a Nike, con revelaciones sobre las condiciones laborales, que observan el mismo modelo migratorio que la firma. Primero aparecieron denuncias de persecución de las organizaciones gremiales de Corea del Sur; cuando los contratistas huyeron de allí y abrieron talleres en Indonesia, los sabuesos los siguieron y descubrieron que pagaban salarios de hambre y que hacían que los militares amedrentaran
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