Crecer Y Pensar
khristian23 de Abril de 2012
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Delval, Juan. “Crecer y Pensar. La construcción del conocimiento en la escuela”. Cuadernos de Pedagogía. Editorial Laia. Barcelona, 1983.
CAPITULO I
LA FUNCIÓN DE LA ENSEÑANZA
Sumario. Este primer capítulo está dedicado a examinar el papel social de la educación. Se comienza por señalar las posibilidades que tiene el hombre para aprender gracias a nacer «sin terminar» y cómo la sociedad realiza esa labor de «acabado». La educación es precisamente el «acabado» con el que se consigue producir individuos parecidos a los que ya existen. Se examina entonces cómo la escuela es la forma institucional para proporcionar la educación. La escolaridad obligatoria, implantada a partir del siglo XIX presenta dos facetas: por una parte es el resultado de las demandas de educación de capas cada vez más extensas de la sociedad, pero por otro es un producto de la disminución de necesidades de mano de obra infantil en las fábricas. La educación se extiende cuando deja de considerarse peligrosa y se ve por el contrario como un factor de equilibrio y estabilidad social. Para realizar ese objetivo la escuela se ocupa principalmente de la transmisión de valores y actitudes y menos la transmisión de conocimientos. Esto explica el escaso rendimiento de la escuela desde ese punto de vista. La función conservadora de la escuela se realiza de dos formas principales: a) promocionando a los individuos de las clases sociales dominantes y reproduciendo así la estructura social y b) transmitiendo ideas y actitudes que tienden a la conservación del orden social y que hacen que la gente entienda difícilmente el cambio. Para terminar se examina muy brevemente qué posibilidades hay de modificar la escuela sin cambiar la sociedad.
La etapa de inmadurez
Uno de los rasgos más destacados que diferencian al hombre de otros animales es la larga duración de su infancia. Esto tiene repercusiones importantísimas sobre toda la vida humana y sobre la organización social, muchos de cuyos aspectos giran en torno a este hecho, entre ellos la existencia de la familia. Así, mientras que algunos animales poco después del nacimiento están en condiciones de valerse por sí mismos y son capaces de realizar la mayor parte de las conductas que posee la especie, otros, en cambio, tienen un período de desarrollo más largo en el que van progresivamente adquiriendo las conductas de los adultos. En el hombre ese período es particularmente largo, y esto le da la posibilidad de aprender una gran cantidad de cosas. Naturalmente, también tiene inconvenientes, como es el que el período durante el cual el niño depende de los adultos sea muy prolongado.
En muchos animales hay conductas que son innatas, es decir, que no necesitan aprenderse y otras en cambio que se adquieren durante la etapa de desarrollo. En algunos pájaros, por ejemplo, determinados aspectos del canto son innatos -lo que se muestra en que se producen también cuando se cría al animal en una habitación insonorizada, sin escuchar a ningún congénere- mientras que otros se aprenden y sólo aparecen cuando el animal está en contacto con otros individuos de su especie que le enseñan y de los que puede aprender.
El estado de inmadurez en que nace el hombre no sólo exige considerables cuidados durante un largo período, sino que requiere que se le enseñe. Afortunadamente, como otros animales, tiene una disposición para aprender que le lleva, por ejemplo, a imitar a otros individuos. Pero, además de esto, los adultos le enseñan directamente una enorme cantidad de cosas, entre las que se encuentran el lenguaje y todo el conocimiento del mundo, tanto físico como social.
Cuando nacen, los seres humanos sólo disponen de unas cuantas conductas muy simples, y durante el período que denominamos infancia y adolescencia -la etapa de desarrollo- cada sujeto va a ir construyendo, dentro de un medio social determinado, las estructuras de su propia inteligencia y el conjunto de sus conocimientos (ver caps. IV a IX). Naturalmente el niño cuando nace posee ya una serie de disposiciones innatas, pero no son más que eso, disposiciones, que podrán realizarse de una forma o de otra según el medio, tanto físico como social, en que se va a criar. Esto diferencia al hombre de muchos animales, pues mientras éstos han incorporado en sus genes la experiencia de adaptación de la especie a lo largo de su evolución, los hombres han ido acumulando una experiencia mucho mayor de forma extragenética, y eso es lo que constituye la cultura. Parte de esa cultura es lo que se transmite durante la etapa de desarrollo del ser humano.
A medida que la sociedad se va haciendo más compleja, el período de formación tiende a hacerse más largo y los individuos tardan más en ser considerados adultos y poder insertarse plenamente en la vida social. En muchas sociedades tradicionales o «primitivas» los niños pequeños participan ya en muchas actividades sociales y están más próximos a los adultos que nuestros niños, y a partir de la adolescencia se integran plenamente en la actividad social adulta. En nuestras sociedades occidentales, por el contrario, la etapa de inmadurez se prolonga más y más y la integración plena en la vida social se produce cada vez más tarde. Esto está ligado a la prolongación de la duración de la vida humana, pero también al aumento del número de conocimientos que un individuo tiene que adquirir y que son el resultado de una acumulación cultural progresiva; también influyen en esa ampliación del período formativo factores de tipo económico-social como son las necesidades de producción y de mano de obra.
El proceso de socialización
El desarrollo humano no es concebible sin la existencia de una sociedad. Los pocos sujetos que se han desarrollado aisladamente, sin contactos con el medio social, como los llamados «niños-lobos», se han mantenido en un nivel de desarrollo muy bajo, próximo al de los animales, y lo mismo puede observarse en los sujetos que viven en medios culturales muy pobres o con contactos sociales escasos, como son los niños que crecen en orfanatos y que suelen presentar retrasos muy notables en su desarrollo intelectual y social.
Desde el nacimiento, e incluso desde antes, el niño está sometido a la influencia de la sociedad en la que vive. Mediante esta presión social, sufriéndola y reaccionando ante ella, es decir, interaccionando con el medio, va a llegar a constituirse en un miembro de la sociedad, adquiriendo las pautas de conducta que son características de ella. Va a aprender a comportarse como los adultos de esa sociedad. Va a aprender su lenguaje y el conjunto de la cultura.
Ese proceso de socialización primaria que se realiza durante la infancia es algo inevitable a lo cual el individuo no puede resistirse. Va a aprender a andar, la forma de vestirse, los usos sociales, el comportamiento con los objetos, las normas morales, los valores, lo que es bello y lo que es desagradable, a interpretar las reacciones de los otros y contestar adecuadamente a ellas, las comidas apetecibles, la forma de dormir o incluso cómo realizar sus necesidades fisiológicas más primarias. Todo esto se adquiere como por ósmosis, ya que el individuo está sumergido dentro del medio social, y le afecta por todas partes. En sus relaciones con los demás y, en sus relaciones con los objetos, que son a su vez un producto social, el niño está recibiendo toda la experiencia de ese grupo social. La pura forma de tratar al niño, la conducta de los adultos hacia él y la conducta que observa entre los adultos, van a tener una gran influencia sobre. la vida posterior. Y, como se trata de relaciones en las que el individuo está sumergido, no puede sustraerse a ellas de ninguna manera. Posteriormente, podrá recibir otras influencias y otros conocimientos a los que ya sí podrá resistirse o sustraerse. Podrá negarse, por ejemplo, a aprender matemáticas, o a jugar al fútbol, o a dejar el asiento a una mujer embarazada en el autobús, pero a esa primera forma de socialización no va a poder resistirse, y le va a condicionar durante el resto de su vida. Por eso el individuo se hace dentro de una sociedad determinada y en un grupo específico dentro de esa sociedad, en un momento histórico dado. Puesto que se trata de un proceso inconsciente, resulta también extremadamente difícil que los propios adultos que le rodean sean capaces de modificar esas influencias.
La educación
La transmisión de la cultura que las generaciones adultas realizan a los jóvenes es lo que se denomina educación. Mediante ese proceso, los mayores preparan a los jóvenes para convertirse en individuos adultos dentro de esa sociedad. Por eso, el sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917), uno de los primeros que analizó profundamente el papel social de la educación, definió ésta como la socialización metódica de la generación joven.
Pero los adultos preparan a los jóvenes para convertirse en adultos lo más iguales a ellos mismos que sea posible, transmitiéndoles creencias, valores, actitudes, temores y esperanzas. De esta forma la educación tiene un papel enormemente conservador y que contribuye poderosamente a mantener el orden social haciendo que la sociedad cambie lo menos posible con el sucederse de las generaciones. Gracias a este procedimiento algunas sociedades apenas han cambiado durante miles de años y hoy todavía se encuentran grupos sociales, perfectamente adaptados a su ambiente, que se hallan en un estado equivalente a lo que se ha denominado la edad de piedra y han mantenido durante muchos siglos una gran estabilidad.
Desde el punto de vista social lo que resulta más difícil de explicar no es entonces esa estabilidad,
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