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Cronicas


Enviado por   •  19 de Febrero de 2014  •  Ensayos  •  644 Palabras (3 Páginas)  •  238 Visitas

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El desarrollo del país, su gente, su economía, su folclor, en fin, su historia toda, tienen una deuda ya impagable con los cascos y los lomos de mulas y caballos que llevaron al hombre a los confines más lejanos e inhóspitos de la geografía nacional.

Y con sus arrieros, quienes por montañas, cañadas, precipicios, valles y lomas inaccesibles hasta entonces, protagonizaron lo que Manuel Mejía Vallejo denominó como “la epopeya del hombre y la bestia frente al desafío del paisaje abrupto, en el milagro de los avances”.

En Antioquia y el eje cafetero, la arriería fue pionera del desarrollo de esos pueblos y con el hacha, el machete y el sombrero, son los emblemas de esa raza pujante, preciosista, melancólica y prodigiosamente fecunda y longeva. Entre los abismos de su accidentada geografía se escuchan todavía los ecos de los madrazos de los arrieros pues ellos mismos dicen que “a las mulas hay putearlas para que trabajen”.

La expresión “¡arre mula hijueputa!, además de haber sido el combustible que movió el progreso de comunidades y pueblos enteros, es la síntesis de una operación semántica construida por la sabiduría del arriero para describir de manera simultánea la torpeza y la capacidad de trabajo de la bestia mular. La decaída figura del arriero en las regiones cafeteras, revive en zonas atrasadas del país, como la Amazonía, Orinoquía y llanos orientales, en donde los caminos de herradura son los únicos contactos con la civilización.

El caballo, la mula y el arriero con su lenguaje procaz pero frentero, son actores de mucha importancia en la vida de pueblos olvidados, anónimos y hasta desconocidos por el Estado porque no aparecen ni en los registros del instituto Agustín Codazzi. En el Caquetá, Amazonas, Putumayo y en general en los antiguos llamados “territorios nacionales”, se levantan caseríos que funcionan como estratégicos centros de acopio y ejes de la economía de colonos, campesinos e indígenas, cuya vida gira alrededor de los arrieros y sus bestias.

Sobre lomos de mulas llegan hasta las entrañas de la selva el maíz, la panela, los fríjoles, el arroz, los combustibles, los aceites, los comerciantes, los sacamuelas, los políticos, los curas, los pastores, los vendedores de ilusiones, las putas, los paras, el ejército y la guerrilla. Y hasta las enfermedades llegan a lomo de mula.

Los madrazos gritados de los arrieros son, quién lo creyera, como caricias de amor para la selva dormida, herida por los caminos que se meten en sus entrañas. El “¡¡arre mula hijueputa!!” se eleva hasta los árboles y despierta los pájaros que sacan sus cuellos y con sus trinos piden que les canten algo sentimental.

En las llamadas zonas rojas, la condición de mensajeros fue fatal para los arrieros pues tanto la guerrilla como el ejército y los paracos asumieron una actitud paranoica, de desconfianza que los involucró en el conflicto y los puso

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