EL LEGNUAJE FOLKLÓRICO O EL FOLKLORE LINGÜÍSTICO EN NUESTRO PAÍS
Orlych6 de Febrero de 2014
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El lenguaje folklórico o el folklore lingüístico en nuestro país
Valdemar Torres Pérez
Colegio de Bachilleres del Estado de Chihuahua
Nota de autor:
Plantel N° 2
Calle 12 # 4200 Col Sta. Rosa C.P. 31050
valtope1@hotmail.com
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Resumen
Quién no ha escuchado a alguien que al hablar utiliza un lenguaje cargado de expresiones o vocablos que tienen doble sentido. Quién no ha utilizado ese lenguaje picaresco en más de una conversación coloquial, informal, el cual es acompañado por esa pillería quinésica que atrae, que subyuga al subconsciente haciéndole pensar una y mil cosas. Nuestro México y su folklore, ese mosaico de tradiciones y costumbres, obra taraceada de expresiones y connotaciones que nos hacen únicos. Sin embargo, por qué el mexicano promedio, refiriéndome a aquél que tiene la oportunidad de recibir una educación primaria, de nivel medio superior y hasta superior, maneja un lenguaje muy deficiente. El presente artículo abordará esa temática de las estructuras lexicológicas que nos han caracterizado; es decir, nuestro folklore lingüístico.
Palabras Clave: Lenguaje, Folklore, Lingüístico, Tradiciones, Costumbres
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Introducción
Al hablar con nuestros semejantes utilizamos vocablos almacenados en nuestro caudal lingüístico, el cual se supone debería ir enriqueciéndose con el paso de los años. Suponiendo entonces que debemos manejar un vocabulario rico en adjetivos, sustantivos, verbos, giros lingüísticos, locuciones adverbiales, etc., por qué al comunicarnos lo hacemos de una manera deficiente, mal estructurada, con una pobreza de palabras que se contraponen a la suposición; unas cuantas palabras, mal habladas, la mayoría de las veces, nos hacen relacionarnos con nuestros semejantes. Porque recurrimos a un lenguaje malintencionado, estructurado de manera oscura, poco sencillo, aunque persuasivo, convincente, sugestivo, sutil, elocuente y eficaz en diversas situaciones. Elaboramos expresiones lisonjeras, cargadas de matices ingeniosos, astutos y agudos que nos han marcado y caracterizado. Nadie como nosotros para usar el albur, el refrán, el chiste malicioso, precoz, avispado, que oculta una realidad; expresiones enigmáticas, piropos que engatusan, enunciados que engañan, incluso, al más hábil de los conocedores de este lenguaje puntilloso, que aunque cargado de pronta y oportuna floritura, sigue siendo de una pobreza arcaica, ancestral e histórica. Somos un país poco dado a la lectura, por lo que manejamos un vocabulario sumamente pobre.
Nuestra historia lingüística
Si tomamos a pie juntillas la definición de folklore, encontraremos que es el conjunto de las tradiciones, creencias y costumbres de un pueblo o grupo étnico-cultural. Entonces nuestro lenguaje se enmarca sin lugar a dudas en esta definición, ya que lo hemos venido moldeando y a su vez, nos ha venido moldeando a través de la historia. Por ello, será preciso hacer un recorrido histórico-geográfico, que nos dé la pauta para entender el por qué folklore lingüístico. Haremos un recorrido de norte a sur, de costa a costa, donde encontraremos esas expresiones que al
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parecer vulgares, visten de esmoquin su significado, su intención. Esas palabras concupiscentes que llegan a la libido sensorial y emocional del cerebro y que deleitan al escucharlas. Además, conociendo nuestras formas de expresión tanto en nuestro medio o clase social, aprenderemos a querer más nuestra lengua, nuestro país, llevando así, muy en alto, nuestras costumbres, tradiciones y expresiones de fama mundial.
Nuestra educación está atravesando por momentos difíciles. En un mundo globalizado, donde para sobresalir se deben hacer reformas políticas, económicas, sociales y, por qué no, educativas. No nos podemos quedar atrás, debemos realizar los cambios pertinentes, eliminar aquellos aspectos que polaricen el crecimiento que deberíamos haber tenido desde tiempo atrás. El avance educativo que se desea, exige de todos sus actuantes un compromiso honesto y eficaz. México necesita de jóvenes que constantemente se actualicen, se modernicen y estén a la par con los de aquellos países desarrollados. Pero, ¿cómo lograrlo?, si nuestros jóvenes tienen una preparación muy deficiente. La UNESCO, en pruebas realizadas con jóvenes preparatorianos, en edades que fluctúan entre los 15 y los 18 años, arrojó como resultado que el 53% de ellos son “analfabetas funcionales”. Entendida esta caracterización como la incapacidad manifiesta que tienen nuestros estudiantes para ejercitar procesos de razonamiento a través de los textos escritos.
Una de las áreas relevantes, según algunos especialistas, es el uso del lenguaje. Sin embargo, los jóvenes manejan un vocabulario pobre en palabras y significados que los lleven precisamente a ese ejercicio de razonamiento. Utilizan los menos. Y no es que carezcan de las estructuras cognitivas para ello, sino que este problema tiene sus raíces históricas.
En lo personal, pienso que esto se debe a nuestro sistema de comunicación, a la forma en cómo estructuramos nuestros mensajes. Históricamente, aprendimos un idioma diferente a los dialectos que se hablaban en las diferentes zonas geográficas, y lo hicimos a la fuerza o para
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defendernos, a la par, aunque sea en el lenguaje, de un conquistador que llegó imponiendo su orden. Llevando bajo el brazo la espada, la lanza y el arcabuz. Aplastando a paso de alzada jaca todo aquello que se interponía en su camino. Barriendo con enseñoreada mirada al nativo aledaño al orgulloso azteca. Heredando al mismo tiempo un arte verbal producto de su imposición conquistadora.
Pueblo conquistado –como el nuestro- toma a fuerza de uso las costumbres, los principios, las leyes, la religión del monaguezco líder y las va haciendo suyas. Esto dio como resultado un conjunto de manifestaciones culturales y artísticas impregnadas de un mestizaje de sangre doble, europea por un lado y autóctona por el otro. Rasgos que hasta la fecha se ven muy acentuados en nuestro lenguaje y formas de hablar. El hablante latinoamericano ha venido aprendiendo a utilizar el lenguaje que esconda lo que realmente quiere decir, pero que también pone de manifiesto su pensamiento, su sentimiento real. Y lo tuvo que hacer así ante el yugo opresor del conquistador altanero, del religioso apacible, afectuoso y cariñoso, que le inculcó una religiosidad sumisa, que le enseñó a bajar la cabeza ante las autoridades españolas. Acciones que en lugar de hacernos crecer como una nueva nación, progresista y cambiante, lograron, primero, que se odiara al opresor, para que finalmente, se riera de él, de su situación. Situación que le obligó a timar, a burlar, a engatusar a través de la expresión. Y aprendimos a construir y utilizar con demasiada frecuencia y como nadie, un lenguaje lleno de expresiones maliciosas, taimadas, y no por malas, sino por pícaras y ocurrentes, mediante un lenguaje connotativo por excelencia, dando origen así, al tan mexicano albur, al lenguaje de doble sentido.
El folklore lingüístico
El folklore lingüístico, como expresión estética de una cultura tradicional, es el arte verbal y coreográfico. Es eminentemente el lenguaje que el hombre iletrado utiliza como
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instrumento de su cultura. El folklore lingüístico por ende es un producto social que refleja las características de su etnia. Creando un testimonio, una denuncia, aplauso o censura en los distintos momentos de su proceso histórico que va a la comunidad y a sus descendientes.
Geografía socio-lingüística
México y su folklore lingüístico abarcan un territorio impregnado de costumbres y tradiciones. El país y sus zonas superpobladas, pobladas y semipobladas. Del centro, de las costas, de las sierras, de las planicies, de los desiertos. Cómo no tocar el tema de las zonas habitables, si es precisamente la geografía la que ha impuesto su sello, tanto en la personalidad física del mexicano, como en sus formas de hablar. El mexicano del norte se expresa diferente al mexicano del centro, el del sur al de las costas. En el norte, la topografía marcó un rasgo común: la sobriedad, el respeto, la honestidad. El habitante de estas latitudes, dedicó su vida a luchar no sólo con enemigos semejantes, sino con el medio hostil que lo rodeaba. Su lucha se limitaba a bregar en las extensas llanuras que lo obligaron a ser parco en su hablar. Sobraban las palabras, no hacían falta cuando, muchas veces, cabalgaba por días, enteramente solo, sin más compañía que su cabalgadura. Con quién hablar entonces. Su escenario geográfico lo animaba muy poco a entablar conversación, y cuando lo hacía, no utilizaba palabras esquivas y mezquinas, para qué mentir, para qué engañar. Aquí, el patrón, el orgulloso español, luchaba codo a codo junto a su peón, contra el medio. Codo a codo, cuidaban el ganado a lomo de caballo; codo a codo, albergaban una esperanza vaga de una buena siembra, y esperaban unas gotas de lluvia, que las nubes se negaban en entregar, codo a codo empuñaban las armas contra el ladrón de ganado, de los granos duramente trabajados durante la siembra y la cosecha, contra el tarahumara serrano que bajaba la montaña porque tenía hambre, contra el apache, que empujaba desde las grandes planicies de norteamérica para venir
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