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Educacion Contable En Colombia

karenandrade12 de Agosto de 2013

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La educación contable en Colombia

Reflexiones de cara al siglo XXI

HERNANDO BERMÚDEZ GÓMEZ

Los hay mejores...pero también hay obligaciones irredimibles

En mis clases de Derecho Constitucional me enseñaron que no hay obligaciones irredimibles en Colombia. Eso es cierto pero únicamente allá en el mundo del Derecho. Porque en el mundo de los amigos definitivamente sí que hay obligaciones irredimibles, razón por la cual me encuentro aquí, sin forma alguna de liberarme de esta obligación. Lo he dicho en privado y lo digo en público: me siento muy incómodo en este escenario porque creo que hay personas con más méritos para estar aquí. Empezando porque son contadores públicos y no extranjeros como yo. Siguiendo porque llevan más años dedicados a la docencia, docencia en contabilidad, y por tanto me superan en experiencia. Estoy en este problema debido a obligaciones superiores: las que nacen de la amistad.

También quiero pedir excusas a mis compañeros de docencia javerianos, quienes van a oír muchas cosas que forman parte de nuestra discusión en común. Obviamente, cualquier cosa que yo diga no los interpreta a ellos, pero, de repente, yo si estoy tomando parte de su discurso.

En tercer lugar debo advertirles que de pronto voy a decir cosas que no están de acuerdo con las que mis ilustres compañeros de mesa han expresado. Ello se debe a que mi presentación es fruto de una reflexión sobre lo que yo percibo como la realidad de la educación contable en Colombia. Desde esa perspectiva de la realidad estamos llamados a recorrer algunos caminos un poco diferentes a los que se nos han planteado que sin duda, pienso, son muy acertados.

Una mirada al pasado

Cuando me di a la tarea de pensar qué hacer con esta intervención, llegué a la conclusión de que era necesario volver para atrás - no obstante que el tema asignado pretende hablar de un contador del siglo XXI - y llegar a donde estamos. Porque en ese pasado hay lecciones de un lado y porque, del otro lado, para los que somos extranjeros hay unas cosas dignas de admiración.

Cuando yo pienso en mi escuela de derecho, como se lo digo a mis estudiantes, recuerdo que nació a principios del siglo XVIII aquí en Colombia. Y reflexiono que la educación en contabilidad aquí en Colombia llegó a tener la categoría de educación universitaria únicamente en la década de 1960. Hay, pues, una diferencia de siglos a nivel institucional y, sin embargo, como voy a explicar ahora, la profesión contable y su academia han cerrado con creces esa brecha.

Es pues necesario remontarse al bachillerato en filosofía y letras, primera de nuestras escuelas institucionales en donde ya se enseñaba contabilidad. He llegado incluso a conocer enciclopedias de la época en las que se hablaba de español, de historia, de geografía y en las que había una parte dedicada a aquella disciplina.

Es necesario recordar, también, las escuelas de comercio a las que nosotros hoy identificamos con el bachillerato comercial, que fueron las primeras instituciones que se orientaron a la formación de personas dedicadas al comercio, dedicadas a la empresa, dedicadas al comercio internacional y, por tanto, fueron el escenario propicio para muchas cosas, como la economía y obviamente la contabilidad.

También debemos recordar el curso de tenedores de libros de la Universidad Externado de Colombia, abierto a finales del siglo XIX, tal vez la primera vez al interior de una universidad colombiana que se presentó un curso que tuviera que ver con esta disciplina.

Imposible pasar por alto la Escuela Nacional de Minas en Antioquía que, con el fin de ayudar a la generación y al crecimiento de la industria de esa zona del país, muy prontamente se empezó a preocupar por la enseñanza de la contabilidad, en especial de los costos, y que constituye, sin duda, un punto obligado de referencia cuando se quiere meditar en el camino que hemos recorrido.

Debemos nombrar también la Escuela de Comercio de Barranquilla, a la postre una de las dos escuelas de comercio que lograron sobrevivir y llegar a estadios superiores; que nos muestra la pujanza que ha tenido esa ciudad en cosas contables; si ustedes recuerdan, historia de otro costal, allí se hicieron las primeras gestiones serias para lograr el primer estatuto legal de la profesión contable en Colombia.

Nombrar, además porque se lleva todos los honores, la Escuela Nacional de Comercio con sede en Bogotá, que se convirtió en la primera facultad y se llamó Facultad Nacional de Contaduría y que terminó finalmente en el campus de nuestra Universidad Nacional. La Escuela Nacional de Comercio fue el ejemplo para toda la educación comercial y después técnica que se hizo en el país, y la primera que ofreció, en un estadio posterior, la especialización técnica que se llamó Contador Público Juramentado.

Superada la etapa de las escuelas de comercio, el país pasó a otra en la cual se organizaron las facultades técnicas, incluso algunas al interior de algunas universidades. Entre los programas que abrieron esas facultades se encontraba el de Contador Público Juramentado y otros similares, que son los antecedentes próximos de nuestra escuela universitaria actual. Finalmente, como ya lo dije, en la década de los sesenta llegamos a un pleno posicionamiento de la educación contable al interior de nuestras universidades.

El desarrollo de la educación universitaria de la contabilidad es asombroso, como ustedes saben ya. Hemos pasado de sesenta programas y algunos dicen que podemos estar teniendo alrededor de unos 60.000 estudiantes - a mi me parece que va largo para arriba la cifra -. Todo esto ha sucedido en unos plazos extremadamente cortos en la vida del país.

En este recuento histórico también hay que hablar de otros dos transmisores de conocimientos que no tienen el carácter de educadores institucionales, pero a los cuales el país y los contadores públicos colombianos deben muchas cosas. En primer lugar, las propias asociaciones de profesionales. No más ayer encontré a un presidente de una asociación que estaba precisamente dedicado a un curso de capacitación. Bien saben ustedes como a lo largo del país y con bastante frecuencia las agremiaciones profesionales están procurando mantener la actualización, procurando mantener la discusión científica dentro de la profesión en Colombia y han tenido un aporte extremadamente importante, al punto que yo me atrevo a decir que han salido al paso de muchas deficiencias universitarias.

Finalmente y de otra parte hay también que nombrar a las sociedades de contadores públicos, que con sus programas constantes de capacitación han sido el germen de una gran cantidad de empresas de contadores que han aprendido el ejercicio independiente de la profesión al interior de esas organizaciones.

Todo este recuento para decir en pocas palabras, y no con todos los detalles que uno quisiera, que la educación contable recorrió un largo camino en prácticamente un siglo, pasando desde unas simples clases, hasta llegar a un nivel muy alto, pues hoy ya tenemos programas de especialización universitaria.

El presente

¿Qué pudiéramos decir sobre la educación contable colombiana? ¿Cómo es la educación contable hoy en Colombia? Yo me uno en esta materia a un pedagogo que no es colombiano, Reynaldo Suárez, muy conocido. El sostiene que la educación en América y en especial en América Latina está padeciendo siete pecados capitales, que él enumera y que yo voy a citar, pues de una manera u otra se dan en nuestro contexto.

El primer pecado, según el licenciado Suárez, es la domesticación. Estamos haciendo una docencia para amaestrar - ustedes, los que me conocen, saben que yo uso un lenguaje extremadamente directo -. Una docencia para socializar diría yo, una docencia para hacer contadores iguales a los que ya hay, contadores que se metan en el molde de la contabilidad que tenemos, en la visión académica conceptual que tenemos y esos son los que consideramos buenos. El que pretenda sostener ideas distintas de repente no logra superar el estado universitario.

Hemos incurrido también en el pecado de la repetición. A lo largo de muchos años trasmitimos los mismos conocimientos; no es raro encontrar en los pasillos de la universidad a un estudiante que dice: yo me fotocopié los apuntes del año pasado, que además son los mismos que estudió mi papá.

Hemos caído en la teorización. Nos ponemos a hablar de conceptos, de construcciones, de categorías y, de repente, no hemos sido capaces de reflexionar si eso tiene utilidad en la práctica. Esto se debe a que la universidad colombiana muchas veces no está embadurnada de realidad.

En cuarto lugar, estamos padeciendo de un academicismo exagerado. Creemos que todo el proceso de aprendizaje está circunscrito a la universidad; eso es falso. La universidad es un lugar más, con unas peculiaridades en que se pueden aprender cosas, pero, como bien debe quedar claro de lo que les han expuesto antes, por la vía de la experiencia, en el entorno, hay otras lecciones que aprender.

Nuestra educación, lamentablemente, se ha burocratizado. Es una educación llena de trámites, de papeles para conseguir una tiza, para conseguir un salón. Puede uno verse necesitado de cumplir todo un rito para conseguir una cosa elemental. ¡Dígase lo que hay que hacer en ciertas universidades para comprar un libro o editar una revista en temas de contabilidad!

Nuestra

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