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El Alma De La Toga


Enviado por   •  18 de Enero de 2013  •  5.384 Palabras (22 Páginas)  •  366 Visitas

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EL ALMA DE LA TOGA.

QUIÉN ES EL ABOGADO

Nuestro titulo universitario no es de “abogado”, sino de “licenciado en derecho, que autoriza para ejercer la profesión de abogado”.

La formación cultural es absolutamente distinta de la profesional. En las profesiones la ciencia es solo un ingrediente mas; ya que junto a el operan la conciencia, el ámbito, la educación, el engranaje de la vida, el ojo clínico, etc; los cuales integran a un hombre, que por su oficios se va a distinguir de los demás.

El asesoramiento y la defensa, van dejando en el juicio y en el proceder unas modalidades que imprimen carácter. Es por esto que se dice que el olvido de la conveniencia y de la comodidad personales se anteponen al interés de quien a nosotros se confía.

Ya que nuestra misión se expresa por medio del arte; depende mucho de el fomento de la paciencia sin mansedumbre para con el cliente, el respeto sin humillación para con el tribunal, de la cordialidad sin extremos amistosos para con los compañeros, de la firmeza sin amor propio para el pensamiento de uno, de la consideración sin debilidades para el de los demás.

En el abogado la rectitud de la conciencia es mil veces más importante que el tesoro de los conocimientos. Los abogados se hacen, no con el titulo de licenciado, sino con las disposiciones psicológicas, adquiridas a lo largo de la vida.

En conclusión el abogado es el que ejerce permanentemente la abogacía. Los demás serán licenciados en Derecho, muy estimables,

muy respetables, muy considerables; pero desafortunadamente solo licenciados en Derecho y nada más.

LA FUERZA INTERIOR.

La fuerza que en si mismo no se halle no la encontraremos en ninguna otra parte. Esto significa que no debemos esperar nada de la demás gente, ni de otras cosas, no depender de nada mas que de nuestros propios recursos para salir adelante.

Nuestro sentido de juzgar, no debe depender de autores o de jurisprudencias, ya que “la palabra cordial nos induce a perder el sentido propio a puro recabar los ajenos”.

Cuando nos detenemos a escuchas las opiniones y perjuicios de los demás entonces estamos perdidos, ya que empezamos a dejar de confiar y creer en nuestro propio juicio y a desconfiar en nuestra moral; al final lo único que obtendremos es que ya no sabremos lo que es ética ni donde reside el sentido común.

En cuanto estas injusticias nos preocupen, perderemos la brújula para lo porvenir y nos rendiremos por una sensación de asco ante tantas injusticias.

Es por esto que la forma de conducirnos es responsabilidad nuestra; y nuestras también han de ser de modo exclusivo la resolución y la actuación.

El orgullo es una faceta de la dignidad, a diferencia de la vanidad, que es una formula de la estupidez.

En la abogacía actua el alma sola, porque cuando se hace asi es una obra de conciencia. En nuestro ser, se encuentra la fuerza de las convicciones, la definición de Lajusticia, el aliento para sostenerla, el noble estimulo

para anteponerla al interés propio, el sentimiento para templar las armas del combate. En las batallas nada es mas irritante que la injusticia; pero debemos controlar la ira, ya que el enojo experimentado en un asunto, influye en otros cien casos.

En conclusión, el abogado tiene que comprobar a cada minuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior que ha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuanto la asalten dudas, en este punto debe cambiar de oficio.

LA SENSACIÓN DE LA JUSTICIA.

Tradicionalmente, las fuentes de la responsabilidad no eran otras sino la acción y la omisión. Pero al llegar las leyes de los acciodentes de trabajo aparece una nueva fuente: el hecho de ser patrono.

La organización política centralista, las conquistas científicas y hombres que abogaron en contra de la pena de muerte; ahorcan y fusilan. El derecho no establece la realidad, sino que la sirve. Lo que postula que lo que al abogado le importa no es saber el Derecho, sino conocer la vida. El derecho positivo esta en los libros. Se busca, se estudia; pero lo que la vida reclama no esta escrito en ninguna parte. Quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de sentimientos para advertirlo, será abogado; quien no tenga mas inspiración ni mas guía que las leyes, será un desventurado ganapán. Por eso dice el autor que la justicia no es fruto de un estudio, sino de una sensación.

Hay en el ejercicio de la profesión un instante decisivo para la conciencia

del abogado y aun para la tranquilidad publica: el de la consulta.

La pugna entre lo legal y lo justo no es invención de novelistas y dramaturgos, sino producto vivo de la realidad. El abogado debe estar bien apercibido para servir lo segundo aunque haya de desdeñar lo primero. Y esto no es estudio sino sensación.

El arte debe estar gobernada por la razón. Cosa semejante ocurre en la vida jurídica. El legislador, el jurisconsulto y aun el abogado, deben tener un sistema, una orientación del pensamiento; pero cuando se presenta el pleito en concreto, su inclinación hacia uno u otro lado debe ser hija de la sensación. El abogado que al enterarse de lo que se le consulta no experimenta la sensación de lo justo y lo injusto y cree hallar la razón en el estudio de los textos, se expone a tejer artificios legalistas ajenos al sentido de la justicia.

El organismo del derecho responde a una moral. El hombre necesita un sistema de moral, para no ser juguete de los vientos; y ya orientado moralmente, su propia conciencia le dirá lo que debe aceptar o rechazar, sin obligarle a compulsas legales ni a investigaciones científicas. Bien dice el auto que lo bueno, lo equitativo, lo prudente, lo cordial no ha de buscarse en la Gaceta.

LA MORAL DEL ABOGADO.

Nuestro oficio es el de mas alambicado fundamento moral, si bien reconociendo que ese concepto esta vulgarmente prostituido y que los abogados mismos integran gran parte del vulgo corruptor, por su conducta

depravada o simplemente descuidada. La prostitución publica resultaría exaltada en el cotejo, pues al cabo, la mujer que vende su cuerpo puede ampararse en la protesta de su alma, mientras que el abogado vendería el alma para nutrir el cuerpo. Por fortuna ocurre lo contrario. La abogacía no se cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia.

El momento critico para la ética abogacil

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