El Barroco
interamaury6 de Junio de 2013
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1.-Cómo llegaron las vaquitas al Golfo de California
Hace muchos años, en los pueblos del norte de México, algunos guerreros tenían secretos mágicos para cambiar de forma y saberlos utilizar les ayudaba en momentos difíciles.
En una tribu de California había un muchacho que tenía el don de volverse coyote y también animal de mar. Este joven, llamado Coyote de Agua, amaba a su a su gente por encima de todas las cosas; acostumbraba subir de noche a la montaña y desde ahí contemplar la luna iluminando los sueños de sus hermanos.
Un día, cuando jugaba entre las olas del mar, una noticia cruzó el cielo con la velocidad y el filo de una flecha: era la guerra. Avanzaba entre las montañas amenazando la vida de todos aquellos que encontraba a su paso.
Al volver a su aldea, los guerreros ya estaban preparándose para atacar mientras las mujeres y los niños se escondían en una cueva de la montaña. Cuando empezó la batalla, el sol se ocultó bajo un manto oscuro presagiando desdicha. Durante siete días con sus noches Coyote de Agua luchó sin descanso junto a sus hermanos, pero al final de la última noche sólo quedaba él. Entonces, con gran pesar, decidió huir.
Convertido en coyote corrió por caminos que sólo él conocía y subió a la montaña en donde mujeres y niños esperaban ansiosos. Luego, como un eco lejano, el rumor del llanto atravesaba los valles. Al amanecer, guiados por el joven guerrero, caminaban en silencio rumbo al mar en busca de un lugar donde su pueblo renaciera.
Al llegar a la costa, el muchacho se metió entre las olas y del fondo del mar tomó unas piedras azules. Cuando salió puso una bajo la lengua de cada mujer y de cada niño. Después, uno a uno se fueron metiendo al agua y se transformaron en animales parecidos a los delfines.
Coyote de Agua esperó un momento, no pudo evitar voltear a ver lo que dejaban atrás, luego se lanzó al agua, se unió a los de su pueblo y el mar guardó silencio.
Años después, se han visto unos pequeños animales solitarios y tímidos que, apenas se acerca una lancha, se ocultan. Son las vaquitas, sobre las que los pescadores han creado historias como ésta.
2.- Las abejas
No era sábado, no era domingo. Era un día que los calendarios no recogieron. Ya todo estaba hecho. Las aves, los peces, los animales, el hombre, las rosas, todo estaba hecho. Pero faltaba algo: faltaba la abeja. Los hombres tenían la sal, pero no el azúcar, y Dios quiso hacer a las abejas para que trabajaran la miel, que fue el azúcar de los primitivos.
Juntó arcilla de las márgenes de los ríos, y un poquito de sal y un poquito de polen; cargado de estos menesteres, se acercó a la orilla del mar, que en todo ha de estar presente.
Trabajaba el artífice. Salida de sus manos la pareja de cada especie, era expuesta al sol para secarse y, seca, la brisa la levantaba y la perdía en el azul de la mañana.
Pero el diablo no duerme, trabajaba tanto como Dios. Fue acercándose a la orilla del mar para interrumpir en lo que pudiera la obra del Creador. Estaban sobre la arena que de tan blanca parecía polvo de perlas, la abeja y el abejón, y el diablo los partió por la mitad. Viendo aquello, Dios tomó las dos partes, las afiló y, anudándolas, las lanzó con su soplo hacia la lumbre del mediodía.
Por eso las abejas tienen el talle delgado y de todos los insectos son aquellos en quienes el ruido de las alas es más sonoro y musical. Es que el soplo del Señor persiste en sus alas. Y, volando en torno de las flores, resplandecen.
3.-Cuando el río suena
Cuentan que hace mucho tiempo hubo una asamblea para decidir cómo debería ser el río. Cada quien explicó cómo lo quería.
-Para mí, tendría que ser rápido y frío -dijo la trucha-. Sólo así puedo vivir a gusto.
¿Cómo lo haremos? -dijo la carpa. Pues yo necesito que sea lento para poder depositar mis huevecillos sobre las plantas que viven en agua tibia.
-No se preocupen -dijo el pato- el río es muy largo y en su camino hacia el mar podemos hacer que corra más rápido en algunos lugares y lento en otros. Además, yo necesito que tenga pozas donde pueda bucear, porque me alimento de plantas y semillas que están en el fondo.
-¡Yo también, yo también! -se oyó una voz grave del ajolote- porque me encanta meterme en el fondo lodoso y tibio, en donde juego con mis hijitos.
La libélula se acercó cantando. -¿De qué hablan? -preguntó.
La tortuga levantó lentamente uno de sus párpados y le contestó:
-A ti, ¿cómo te gustaría que fuera el río? Porque yo necesito que haya peces con qué alimentarme.
La libélula, puliéndose las alas replicó: -Hagan lo que quieran con el río, pues aunque yo tomo oxígeno del agua, puedo hacerlo al vuelo aun en las corrientes más fuertes. Yo no me mojo ni me hundo, además, soy de los insectos más veloces del mundo.
-¡Qué presumida! -dijo la grulla-. Yo soy mucho más interesante y bella, por eso necesito que el río tenga aguas claras para poder disfrutar viendo mi imagen reflejada en ellas.
El mapache dijo: -Como yo soy el más viejo y conocedor y vivo comiendo pescados para mantener quieto mi estómago, les daré un consejo: un río debe tener curvas y remolinos, correr lentamente por algunos lugares y velozmente por otros; ser profundo a veces y otras no tanto. Su fondo debe ser variado, con rocas, con arena y hasta con lodo. Sus aguas deben entibiarse en los remansos.
Así, el río que imaginaron sería tan variado a lo largo de su camino que cada animal podría encontrar lo que necesitaba para vivir.
La sabia naturaleza se lo concedió.
4.- ¿Por qué el topo vive bajo la tierra? –
Hace mucho tiempo, según lo cree la gente, el sol se iba aproximando a la tierra, de modo que cada día quemaba con más fuerza y las plantas se secaban. Sucedió entonces que unos campesinos quisieron detener al sol porque les había destruido las siembras. Pero no pudieron hacer nada pues el sol los quemó.
Se cuenta que después se reunieron los animales más astutos y fuertes de los bosques y las selvas. Eligieron al león, por ser el más fuerte, para que detuviera al sol, y dijo el león:
- Yo detendré al sol, así me juegue la vida.
Pero no pudo hacer nada porque se quedó inmóvil. Siguió el coyote y tampoco logró nada. Así fueron pasando todos los animales. Al fin sólo quedaba el más pequeño de todos, el que actualmente conocemos con el nombre de topo, y dijo:
- Yo, el más pequeño de todos y el más débil, haré un esfuerzo por detener al sol; aunque no estoy seguro de lograrlo, demostraré que también tengo valor.
El topo se dispuso a detener al sol. Amontonó ramas, espinas, palos y toda clase de objetos que encontraba a su paso. El sol seguía quemando, pero el topo no se daba por vencido. Siguió adelante en su tarea hasta que logró detener al sol. Nada más que nadie quedaba para felicitarlo por su triunfo, que para él había sido el más grande de su vida. Fue tanta su sorpresa que cuando levantó la vista y vio al sol, se quedó ciego. Pero eso a él no le importó. En eso oyó una voz que decía:
-Has quedado ciego, has perdido la vista por salvar a tu pueblo, pero no te preocupes porque ya no vas a necesitar ver. Te voy premiar: he escogido para ti otro camino y tú ya jamás vivirás sobre la tierra, sino que te irás por ese otro camino.
Se dice que aquella voz fue la de Dios, nuestro señor, y que el camino que le designó al topo iba a dar debajo de la tierra a unas cuevas oscuras que él mismo hace y donde vive actualmente.
5.- La princesa del lago Zirahuen
La princesa más hermosa nacida en la región purépecha, era hija de uno de los más poderosos caciques de esos señoríos. Descendiente de guerrero, sólo podía aspirar a enamorarse del hombre que guardara arrojo y valentía en su corazón. Al hallar estas cualidades en el jefe de un ejército enemigo sucumbió inevitablemente al sentimiento que doblega a las voluntades más fuertes. Siendo correspondida se hizo fuerte para defender esta relación ante todas las dificultades que le podía acarrear su inclinación. El padre de ella al enterarse contuvo su ira e hizo creer su acuerdo. Puso una condición al pretendiente para poder entregarla: “Pelear contra otros caciques enemigos”.
El guerrero, enamorado hasta la locura, aceptó el reto sin vacilar. Luchó contra los reinos vecinos, siempre saliendo vencedor. Cuando no quedó uno solo sin ser doblegado regresó para exigir la otra parte del trato, la mano de la princesa. El padre dijo: “Falta por vencer a un príncipe, el más vigoroso”. Ante la sorpresa reflejada en el rostro del príncipe, vencedor de todos los caciques vecinos, añadió: “A mí”.
“Si es una exigencia, estoy dispuesto”, contestó preparándose para la lucha. La princesa plantada en medio de los dos para evitar el enfrentamiento pidió al amado que se fuera: “No quiero ser la causa de la muerte de ninguno de los dos. Si mi padre gana, te pierdo para siempre. Si tú sales vencedor, no me casaría contigo”. El joven aceptó su voluntad y se fue ante la mirada irónica del rey, que sin ningún golpe, había salido vencedor. No bien lo hizo, la princesa
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