El Conde Drácula tiene sida
vicentepoEnsayo2 de Noviembre de 2014
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El Conde Drácula tiene sida
EL CONDE DRÁCULA TIENE SIDA
(Monólogo teatral)
Por Carlos Etxeba
(La escena representa un rincón de un parque público con un árbol al fondo. Al lado del árbol hay un panteón con el nombre de FAMILIA DRÁCULA y tiene la tapa levantada. Está amaneciendo entre relámpagos y truenos. Entra en escena el Conde Drácula, vestido en forma de skin-head con una capa negra. Va con una botella de vino muy rojo en la mano y da muestras de estar algo bebido)
CONDE DRACULA.- Hay que ver lo difícil que se está poniendo esto de ser el Conde Drácula en pleno siglo veintiuno. Ahora un título nobiliario no significa nada. Al contrario, la gente te mira como algo raro, como una reliquia del pasado, no como una cosa viva a la que hay que dar fe por su enorme transcendencia histórica o por su gran peligrosidad social. Preferiría llamarme "el futbolista
Drácula". Mi nombre despierta en las gentes resentimientos históricos contra la nobleza. En los puticlubs ya me han puesto el mote del Conde de Chorra Pelada.
(Entre truenos y relámpagos abre la boca ensangrentada y enseña los enormes colmillos, bebiendo de la botella de sangre)
Hace tres siglos me bastaba con recitar a las damas unos versos delicados y se me ofrecían dulcemente, poniéndome la yugular al alcance de los colmillos. Me introducía siempre en la aristocracia y en la clase política, que entonces eran muy cultos y de familias nobilísimas. ¡Qué sangres más espesas y sanas! ¡Qué cantidad de oligoelementos tenían! ¡Qué días de profundo sueño me esperaban en las tinieblas reparadoras de mi sepultura! ¡Aquellos eran descansos tranquilos, sin ruidos de rock and roll!
Ahora cualquier petardo puede ser políticamente importante; pero la sangre azul, que es la que me gusta, ya casi no existe. Sólo existe la sangre roja, vulgar, llena de conservantes, colorantes, anilinas y dioxinas, así que me han dejado enfermo para el resto de mis noches.
Me he tirado y he chupado la sangre a todas las mujeres de la familia de los Médicis y de los Borgia. Por cierto que la sangre de la Lucrecia tenía unas vitaminas y unas proteínas que alimentaba con solo verla. Además era una maestra en el arte de asesinar y vengarse. Era un verdadero placer escuchar la sabiduría que irradiaban sus amenazas. Si se enteran que formo parte de la aristocracia europea, me sacarían todos los días en la revista JÁLO y me perseguirían los fotógrafos como locos, para fotografiar el sitio donde descansa mi alma atormentada durante el día. Nadie sabe que tengo mi cama con el ordenador en el panteón que está a los pies de este frondoso árbol. Ya no hay un contacto directo con la víctima. Ahora todo se hace por ordenador y él te da las señas y características de las víctimas de todo el municipio: sexo, peso, calidad y cantidad de su sangre y alimentación diaria. Además te indican las direcciones más próximas de los bancos de sangre, aunque puedes coger todas las enfermedades: la varicela, la escarlatina, el sarampión, las hepatitis, todas las enfermedades reumáticas, la tuberculosis, el cáncer, incluso la lepra. Puedes acabar con los riñones, el hígado y el corazón destrozados. Todo se ha convertido en una simple tramitación ordinaria. Ya no sirven para nada las románticas fases lunares y la belleza siniestra de su atracción magnética.
(Entre relámpagos y truenos bebe otro trago de la botella y enseña otra vez los dos horribles colmillos)
Ahora como hay tantos puticlubs, lo más fácil es chupar allí la sangre de las víctimas; pero la sangre que allí se estila está llena de alcohol y acabo piripi.
Así que me encuentro cada vez más débil y enfermo hasta el extremo de estar perdiendo mis grandes poderes. Ya no puedo convertirme en un lobo, ni en un vampiro.
(Tira despectivamente la botella al suelo. Se oyen relámpagos y truenos e intenta volar como un vampiro borracho, extendiendo la capa, pero no lo consigue y cae por el escenario cómicamente. Lo vuelve a intentar y vuelve a caer) ¡Necesito urgentemente beber sangre humana pura, no contaminada! ¡Satanás me castigará si no sigo matando, como lo he hecho siempre!
Me gusta estar en España porque es un país donde hay muchas monjas inocentes y puras que me enamoran. Además al ser lugar de encuentro de diferentes culturas,
tienen sangres apetitosas de todo tipo desde la delicada sangre fenicia de tinte
rosado, refrigerio de vampiros, pasando por la robusta sangre romana, amoratada
y sensual, la deliciosa sangre visigoda que es alivio del caminante, la griega
de toque suave y perfumado hasta la multirracial sangre árabe que, al entrar por
la garganta, produce una sensación variopinta que excita sexualmente a las
almas. En las venas de las monjas españolas he encontrado hasta sangre esquimal,
probablemente restos de un turismo antiguo. Además aquí en España, como hay
mucho chupón, mis chupadas pasan completamente desapercibidas.
¡Sólo me he enamorado profundamente una vez en el siglo doce de una monjita
preciosa, que tenía unos ojos grandes y juguetones y que miraba con una
inocencia que te abría en seguida el apetito! En aquel siglo todo conducía al
enamoramiento, desde la música gregoriana, tan reposada y delicada hasta la
tranquilidad de la vida en los conventos. Mi monjita adorada se llamaba Sor
Esclava de las Llagas. La enamoré de tal forma que esperaba ansiosamente mi
llegada en la noche estrellada, diciendo: "Soy el solomillo del Conde, mi
caudillo.
Me acuerdo que le abrí una llaga tan grande en la garganta que en aquel tiempo
lo consideraron como un auténtico milagro. Cómo recuerdo a mi adorada monjita,
tan pálida, perdiendo diariamente gotitas de sangre, porque yo procuraba
bebérsela poco a poco para que
durase con vida mucho tiempo a mi lado. ¡Pasé tantas noches de auténtico amor
chupón y juguetón!
No he vuelvo a encontrar otra monjita tan adorable y caprichosa, tan inocente y
entregada. Me acuerdo que siempre aprovechaba la ocasión para pedirme dinero
para la orden y me solía agarrar de los colmillos porque le hacían mucha gracia,
al verlos tan retorcidos.
No tenía sangre azul, pero tenía un delicioso bouquet a sangre bosquimana,
mezclada con sangre japonesa y todo sin alcohol, ni conservantes ni colorantes
ni anilinas ni dioxinas.
Eran unas noches maravillosas en un claustro gótico florido, donde la luz de la
luna se extasiaba de brillos plateados entre las hojas de los cipreses. Allí
relucía toda la siniestrabilidad de mi figura poderosa y allí me estaba
esperando, escondida en un rinconcito del claustro mi adorada Sor Esclava de las
Llagas, mientras las demás monjas dormían a pierna suelta en la estrechez de sus
celdas.
Ella me miraba a los ojos hechizada. Luego los entornaba y yo le quitaba la
toca, dejando al descubierto su níveo cuello, mientras decía insinuantemente:
"Oh, dulce degüello, quítame pronto el alzacuello".
Yo la sostenía entre mis pálidos brazos y allí ante mí tenía la yugular más
bella que jamás se haya encontrado en un ser humano. Entonces aprovechaba para
desnudarla por completo y tendida entre las rosas me besaba con gran pasión y
dulzura.
La envolvía en las palabras más bellas del vocabulario poético español y ella me
respondía siempre en verso, porque me acuerdo que estábamos los dos tan
inspirados que solíamos improvisar espontáneamente las rimas más deliciosas.
Yo le decía: ¡Oh, mi esclava que te pillo y te cepillo con el brillo de mi
cuchillo! Y ella respondía: ¡Oh mi Conde pillo, húndeme tu colmillo!
Una noche entre lirios y azucenas expiró dulcemente sin una gota de sangre la
monjita más bella de todos los tiempos.
La humanidad está perdiendo el gusto por el refinamiento y están convirtiendo el
planeta en el paradigma de la vulgaridad. ¡Oh, aquel siglo quince que ya no
volverá, cuando las cortesanas, todas elegantísimas, más putas que las gallinas,
se me ofrecían en fila india, para que hiciese con ellas lo que me diera la
gana!
Me era tan fácil enamorarlas, que no necesitaba ni alcohol ni drogas. Me bastaba
con mirarlas a los ojos y ya las tenían tumbándose en donde podían, sobre
piedras, sobre camas, sobre sofás, sobre barandillas o, si era necesario, en la
misma tierra, sin temor a mancharse las faldas
...