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El Movimiento Campesino

imarap9 de Noviembre de 2011

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XI. El movimiento campesino y la reforma agraria

Nos apartamos de los sentimientos que nos llamaban a la entrega de títulos de propiedad individual a los campesinos sin tierra (...) La revolución, al violar la más sagrada de sus promesas, producía el primero de sus grandes desencantos.

Sergio Ramírez, vicepresidente del Gobierno sandinista entre 1979 y 1990.

Siglos de infamia Prácticamente desde la época de la independencia, el campo nicaragüense, como el de toda América Latina, se había caracterizado por una distribución de la tierra extremadamente injusta. Una pequeña minoría de terratenientes concentraba la mayor parte de las tierras, que además solían ser las más aptas y productivas. Por el contrario, la gran masa de campesinos se repartía un porcentaje mínimo de tierra y buena parte de ellos incluso carecía de cualquier propiedad. Las tierras en manos de los campesinos solían ser, además, las de peor calidad.

Los campesinos nicaragüenses nunca aceptaron pasiva y sumisamente su suerte. Fueron los protagonistas de los sucesivos levantamientos liberales que salpicaron los primeros 100 años de historia del país. Sin embargo, también fueron los primeros en ser traicionados por cada gobierno que solicitaba su apoyo. Acostumbrados a poner siempre los muertos para no conseguir nada, el grito revolucionario de Sandino contra la oligarquía y el imperialismo galvanizó el alma herida de los campesinos y les puso en pie de guerra durante casi ocho años. Esta vez no fueron traicionados por su líder, pero los errores ya comentados de Sandino se saldaron con la derrota de la insurrección. El péndulo de la sociedad nicaragüense giró a la derecha por todo un período.

La noche del somocismo fue especialmente negra en el campo. La expansión del algodón arrebató a muchos pequeños propietarios las mejores tierras y empujó a muchos de ellos, arruinados, hacia las ciudades. Los que se quedaron fueron condenados a sobrevivir entre el saqueo de la mafia somocista y la expoliación de la gran burguesía agraria. Ante cualquier protesta, los gánsteres de la Guardia Nacional y la policía actuaban como brazo armado del capitalismo en expansión.

La estructura de explotación capitalista en el campo

Nicaragua no era una economía de plantación, como sí lo era su hermana Guatemala; basada en grandes haciendas productoras de banano u otros productos bajo la propiedad directa de multinacionales yanquis como la United Fruit y otras. En el caso nicaragüense predomina la propiedad agraria en manos de propietarios nacionales y ésta se halla más repartida que en los países vecinos. "Nicaragua es, junto con Costa Rica, el país donde las fincas multifamiliares grandes (la gran burguesía agraria) concentran mayor proporción de tierra. Pero al mismo tiempo es el país donde las unidades familiares y multifamiliares medianas (la pequeña y mediana burguesía rural) tienen mayor peso en la estructura de tenencia: casi la mitad del total de unidades, con más de la mitad de la tierra" (Carlos M. Vilas, Perfiles de la revolución sandinista).

Sin embargo, respecto a la distribución de la producción agropecuaria el campesinado aportaba una cuarta parte del total y la burguesía mediana casi la mitad. La gran burguesía sólo representaba un tercio de la producción pero concentraba la mayor parte de las tierras, lo que da cuenta de su ociosidad. El 65% de los terratenientes ni siquiera habitaban sus fincas y haciendas. Además, esta gran burguesía parásita tendía a controlar las redes exportadoras, que era la parte más rentable del negocio. El 70% de la producción de café destinada al comercio mundial estaba controlada por un puñado de grandes propietarios.

La expansión del algodón, además de despojar a una parte de los campesinos más humildes de sus tierras, también tiende a supeditar al pequeño productor agrario a los grandes propietarios. Entre el 50 y 60% de la producción algodonera se realizaba en tierras arrendadas a los terratenientes. Además, miles de pequeños y medianos campesinos se veían sometidos a los designios de 28 empresas desmontadoras, 11 exportadoras y tres bancos que en la práctica eran quienes decidían cuánto se producía, a qué precios, etc. El 75% de las ventas de algodón en rama eran controladas por las desmontadoras y el 95% de las ventas de algodón oro estaba en manos de intermediarios.

En el resto de sectores la situación no era muy diferente: el 50% del mercado de café lo controlaba una sola firma. Un puñado de grandes compañías imponía sus condiciones a la masa de campesinos productores. Lo mismo ocurría en la ganadería, donde unos 30.000 productores se encontraban a merced de cuatro grandes mataderos.

El mecanismo básico de dominación por parte del imperialismo y la gran burguesía nacional sobre la economía nicaragüense, además de este control de las empresas transformadoras y comercializadoras, eran los infinitos y sutiles tentáculos del capital financiero. "Los productores pequeños no tenían acceso al crédito bancario y dependían del financiamiento de los comerciantes o del capital agroindustrial, quedando endeudados por adelantado, entrampados en un sistema de ventas forzosamente anticipadas de las cosechas, sin capacidad de injerencia en el precio de las mismas". (Carlos M. Vilas, Op. cit.).

La sed de tierra de los campesinos

En los años 70 del siglo veinte, cuando el fantasma de la revolución vuelva a recorrer las ciudades y pueblos de la patria de Sandino, el campesino nicaragüense, que ha ganado nada o muy poco bajo Somoza y sufre duramente las consecuencias de la industrialización capitalista, le recibirá con los brazos abiertos.

Los pequeños y medianos propietarios agrarios, que durante los primeros años del régimen somocista habían servido a éste, hasta cierto punto, como base para estabilizar el sistema, se ven aplastados a mediados de los años 70 por una montaña de deudas. Sobre este deterioro de sus condiciones de vida, las crecientes denuncias acerca de la corrupción y el lujo insultantes en que vive la camarilla palaciega somocista producirán una creciente efervescencia entre estos estratos del campesinado que contribuirá a erosionar la base social del régimen, empujarles hacia la izquierda y arropar la lucha de las masas más explotadas.

A finales de la década de los 70 el campesinado nicaragüense representaba el 51% de la PEA rural, agrupando a unas 200.000 personas. De ellos, un 20% podían ser considerados campesinos medios y el resto minifundistas en proceso de proletarización. La gran mayoría de ellos combinan incluso el trabajo en su pequeño pedazo de tierra con el trabajo asalariado estacional como jornaleros agrícolas, obreros de la construcción, etc. Estos sectores más explotados, sin tierras o con un pequeño pedazo que no les da ni para malvivir, serán los que se sumen con más entusiasmo y devoción a la marea revolucionaria. Para ellos la revolución es la única esperanza de salir de la existencia infrahumana a que les condena el capitalismo y conquistar una vida digna de ser vivida.

La sed de tierra y de un futuro digno para ellos y sus hijos será el motor que desate la movilización de estos miles de campesinos y les empuje a hacer los más conmovedores sacrificios. Se trata de una sed de siglos que sólo la revolución mediante una reforma agraria audaz que, como planteaba Carlos Fonseca en el Programa Histórico del FSLN, dé la tierra "a quien la trabaja" puede aplacar. Sin embargo, las mismas limitaciones y contradicciones que hicieron que el proceso de nacionalizaciones de fábricas se quedase a la mitad provocarán un fenómeno similar en el campo, aunque si cabe con efectos más inmediatos y traumáticos para la revolución.

¿Erradicar el latifundio o limitarlo?

Uno de los primeros efectos de la política de la dirigencia sandinista de buscar una alianza con la supuesta burguesía patriótica anti somocista será cambiar su programa agrario: de la erradicación de todos los latifundios, su expropiación y reparto a los campesinos, propugnada en el Programa Histórico, se pasa a la limitación del latifundio.

"En el programa histórico del FSLN, la reforma agraria está ideada para liquidar el latifundio, fuera éste de tipo capitalista o feudal. Con este programa el FSLN invitó al campesinado desde la década del 60 a integrarse a la lucha armada contra la dictadura somocista. Diez años más tarde, en 1979, en la primera proclama del Gobierno de Reconstrucción Nacional, desaparece la promesa de destruir todo latifundio, y la afectación se limita a las propiedades de la familia Somoza, el mundo de corrupción que la rodeaba, así como las tierras ociosas y en abandono. En esta oportunidad el programa pretende ampliar la base anti somocista con todas las fuerzas susceptibles de enfrentarse a la dictadura, incluyendo a terratenientes capitalistas y de tipo feudal. En este sentido, las diferencias entre estas dos concepciones, (...) van a marcar los ritmos de avance de la reforma agraria, pues el fondo de tierras a distribuirse se ve limitado por la alianza de clases, al mismo tiempo que permite sobrevivir a la gran propiedad terrateniente" (M. Ortega, La reforma agraria sandinista, revista Nueva Sociedad, 1986).

Las últimas semanas de lucha contra Somoza y los primeros meses tras la caída del tirano habían estado marcadas por las ocupaciones e invasiones masivas de tierras. El FSLN anuncia que las propiedades de los somocistas y sus colaboradores serán confiscadas. Los campesinos toman las tierras de los somocistas pero también las de todos aquellos que les oprimen o que las mantienen ociosas, que son la inmensa mayoría de los terratenientes.

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