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El Universo De Palabras A Los Intelectuales.


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2013  •  3.184 Palabras (13 Páginas)  •  242 Visitas

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Fernando Rojas

El mundo simbólico de varias generaciones de cubanos, de la mayoría de nosotros, es el que creó la Revolución. Esté en la isla o en el extranjero, cualquier cubano ha sido marcado por el cine de Santiago, de Titón y de Humberto, por la poesía, desde Fayad y Retamar hasta Silvio, por el pensamiento, desde Moreno Fraginals a Fernando Martínez Heredia, por la música de los Van Van, Chucho Valdés, Pablo, Santiaguito e Interactivo; y, sobre todo, por un tipo de sociabilidad nuevo, que nos acompaña ya varias décadas y que, aunque se mencione muy poco, es una de las más claras evidencias del cambio revolucionario. Los proyectos de las escuelas en el campo o de las movilizaciones masivas y las exitosas campañas internacionalistas, junto a la política educacional de pleno acceso y la abundancia de libros conformaron una lógica de las relaciones humanas basadas en la solidaridad, el colectivismo y el culto a la satisfacción espiritual. La idea de la cultura como derecho y como oportunidad para todos está en el fundamento de las relaciones sociales construidas por la Revolución. Aún en las circunstancias actuales, en las que pueden confluir el incremento de las carencias materiales y el empobrecimiento del gusto estético, esa sociabilidad se deja ver, a veces de manera difusa, y a veces escandalosamente. La presencia de la religiosidad popular, esencial expresión de la identidad cubana, conecta significativamente con este tipo de relación entre los seres humanos.

De esto se trata "Palabras a los intelectuales". Suele recordarse solamente la sentencia de Fidel que entró en la historia desde entonces, pero el texto y su contexto son mucho más.

Por supuesto la convocatoria a las reuniones de intelectuales en la primavera y el verano de 1961, obedeció a una coyuntura, por demás bastante fácil de superar, si sólo de eso de hubiera tratado. PM, la película de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, que el ICAIC decidió no exhibir, es un filme intrascendente. Su fama se debe, precisamente, a las reuniones de intelectuales de mediados de 1961.

A Fidel le interesaba sobre todo, contrarrestar la inquietud que el suceso con PM había despertado en intelectuales de mucha más valía que los directores del filme.

A la vez, el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario necesitaba zanjar esa cuestión para adentrarse en algo tan importante para él como la discusión sobre la censura y los límites a la creación; así, el discurso de Fidel tiene dos partes claramente identificables; pero la segunda casi ni se menciona.

De la parte conocida y divulgada se cita hasta la saciedad la célebre frase "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". Se cita mal, confundiéndola a menudo, por distracción o a propósito, con una frase de Trotsky, -que no dice lo mismo- y sacándola del contexto, pues inmediatamente después Fidel se refiere a cuestiones de derecho, en la lógica de la tradición iluminista, en el sentido de la revolución como fuente de derecho, apartándose un tanto de la cuestión de la libertad de creación. Pero sobre todo, se omite todo lo que sigue sobre la relación de la Revolución con la libertad, que va mucho más allá de la creación meramente artística y literaria, y se refiere claramente a la actitud de la Revolución y su gobierno ante el pensamiento y la actividad creadora que le acompaña.

Fidel habla de que hay que garantizar condiciones de trabajo a los escritores no revolucionarios, insiste en que deben poder trabajar en y con la Revolución. Esta perspectiva inclusiva, en otra parte del texto, se extiende a los contrarrevolucionarios: la Revolución solo renuncia a los que sean incorregiblemente reaccionarios, a los que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Es decir, se parte del criterio de que la posición contrarrevolucionaria puede ser coyuntural. Y, si de la creación se trata, ese aserto significa que sólo el proceso creador mismo y la circulación de la obra artística será el escenario en que se ventilen estas complejas cuestiones. La inclusión de todos, entonces, es la clave de las "Palabras." Años más tarde Carlos Rafael Rodríguez dirá que "el que no está contra nosotros, está con nosotros" y afirmará que son preferibles las dificultades por el exceso de libertad que las que provienen de la falta de esta.

En rigor, los asuntos del contenido y la forma de la obra de arte no pueden resolverse esencialmente en el acto de creación. Es absurdo, aún en nombre de la Revolución, pretender no ya normar, sino incluso conocer lo que pasa por la cabeza del creador. La relación de las instituciones con los artistas y escritores arranca del apoyo irrestricto a la búsqueda creativa, a la experimentación y a la complejidad de la forma y el contenido. Cualquier influencia en la obra es posible sólo si las instituciones participan junto al artista y al escritor en el proceso creador, estrictamente en términos de igualdad y en ningún caso inquiriendo sobre la relación personal del creador con ese proceso. Es en el dominio de la promoción, a partir de las reacciones del público y la crítica en el que se vislumbra, por una serie de aproximaciones sucesivas, las perspectivas no sólo y no tanto ideológicas, sino de todo tipo en la naturaleza de la obra exhibida o publicada. Al arribar a este punto, las instituciones de la cultura trabajan con el criterio de que todo lo valioso puede y debe ser promovido. Lo realmente importante es establecer los circuitos de promoción, tan diversos como diversas son las obras artísticas y literarias y su naturaleza, y los públicos que acceden a ellas, a quienes -a los públicos- se les supone capaces de apreciar el arte y directamente participativos más que consumidores estrictos. La exclusión se refiere sólo a "los incorregiblemente reaccionarios" y al mismo tiempo distingue entre la posición política del autor y la obra valiosa que puede y debe circular.

Saldada por el momento la cuestión de la libertad de creación, el líder de la Revolución pasa a explicar en extenso las ideas, discutidas previamente también con los artistas y escritores cubanos, sobre la promoción del arte y la literatura entre las grandes masas de la población. Las versiones manipuladoras de las "Palabras." omiten completamente esta parte del texto.

Ya para entonces, Fidel ha lanzado el conocido apotegma sobre la libertad de pensamiento de todos los cubanos: "No le decimos al pueblo cree; le decimos lee". En junio del 61 amplía ese criterio con la idea de multiplicar las posibilidades de las grandes masas de acceder al arte y la literatura, como complemento de aquella otra de hacer todo lo posible porque esas mismas masas estuvieran en mejores condiciones para comprender

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