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El Voragine

samita99Ensayo15 de Septiembre de 2013

643 Palabras (3 Páginas)302 Visitas

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Esta historia se inicia en la ciudad de Bogotá entre Arturo Cova, poeta aventurero en busca de emociones fuertes, y Alicia, jovencita de la sociedad bogotana, rebelde… pero frágil y tierna. Pero, cómo quienes que parten del cielo al purgatorio* bajan al llano, donde el autor con una pluma magistral nos plasma en su narración unas tierras sin límites donde se respira libertad, y una sensación de camino ancho y sin dificultades que, en el sentido teológico, conduce al infierno que ente caso es la selva y todo su rigor. “Está la selva sádica y virgen procura el ánimo la alucinación del peligro próximo. El vegetal es un ser sensible cuya psicología desconocemos. En estas soledades, cuando nos habla, solo entiende su idioma el presentimiento. Bajo su poder, los nervios del hombre se convierten en haz de cuerda, distendidos hacia el asalto, hacia la traición, hacia la asechanza. Los sentidos húmanos equivocan sus facultades: el ojo siente, la espalda ve, la nariz explora, las piernas calculan y la sangre clama: ¡Huyamos huyamos!” . Un lugar misterioso lleno de riquezas naturales, pero también donde se fermentan las pasiones más bajas de la especie humana. Y se personifican éstas en Barrera, el cayeno, la turca y sus secuaces; seres que parecen sacados de los fondos más intricados de la conducta infernal; y puestos allí por el ingenio de este hombre nacido* como una forma de hacer más comprensible la brutalidad de la naturaleza en la ejecución de su justa venganza. No obstante, José Eustacio Rivera da la palabra a Clemente Silva, para que éste con gran acierto nos narre, desde su oficio de rumbero y hombre adolorido, golpeado por el infortunio desde su juventud, la forma como la selva se vuelve implacable frente aquellos que osan atacarla en el afán de obtener sus beneficios en detrimento de su propia integridad física. “No perdía don Clemente oportunidades de ponderarme los sufrimientos de la vida en las barracas y la contingencia de cualquier fuga, sueño peremne de los caucheros, que lo ven esbozarse y nunca lo realizan porque saben que la muerte cierra todas las salidas de la montaña” . También es cierto, que él cayó allí por la fuerza de uno de los cursos de la historia y su funesto destino: llevado por la búsqueda de su hijo, quien desde muy niño había escapado del hogar, situación que aceleró la muerte de la madre, y ocasionó que él hiciera un juramento: irlo a buscar y volverlo a casa aún después de muerto. Este fue el clímax de su desgracia.

Pero es Clemente Silva la persona quien también logra romper las ataduras, con su mente prodigiosa, y libre de las pesadillas posibilita que todo aquel horror de ese paraíso infernal traspase las fronteras, llevando un s.o.s para intentar rescatar a sus compañeros, pero a éstos la suerte ya no les acompaña. Y es en esta parte donde el autor utilizando la incertidumbre como elemento primordial de la narración deja abierto a la imaginación del lector el verdadero final de Arturo Cova, Alicia, Griselda, Fidel Franco y sus otros acompañantes.

En esta novela, el autor, a través de los narradores que intervienen en la construcción de la historia, con un realismo social, y con la intención de hacer una crítica a un sistema de cosas que acontecen en su país sin que autoridad alguna se de a la tarea de investigar y buscarle solución. Busca denunciar hechos brutales que se cometían contra la dignidad humana ante la “vista gorda” de funcionarios públicos tanto de Colombia, Brasil y Perú, como la comunidad internacional representada por las compañías extrajeras que, en concesión, explotaban tanto al hombre como a la selva misma para obtener grandes beneficios con la venta del “oro blanco”, como se le denominaba al caucho, que se manchaba con la sangre y sudor de los caucheros de los tres países.

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