El sentido de mi trabajo

Propósito y trabajo

La revisión de nuestras actuales “agendas pandémicas” de trabajo y el re-acomodo de las tareas habituales nos han permitido hacernos algunas preguntas que, pareciendo ser insulsas, conllevan una problemática mayor: ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿para qué?, ¿por qué hacerlo de esta manera y no de otra?

Hay muchas organizaciones que, en este contexto, han sido objeto de reclamos respecto de sus actuales dinámicas de gestión, donde no se respetan las horas de desconexión o se sostienen innumerables reuniones semanales sin un sentido aparente^[1]. Habría que agregar la caída en la motivación y el alza de otros indicadores de riesgo en salud mental.

La rigurosa planificación de actividades administrativas (burocracia, digamos) comienza entonces a mostrar su inercia, vacía de un sentido relevante para quienes las ejecutan, y empezamos a preguntarnos, con simple sabiduría, ¿para qué tantas reuniones? ¿por qué en las reuniones se tratan los mismos temas o por qué hablan los mismos de siempre? ¿es necesario mostrar esta híper disponibilidad para con mi jefatura? ¿por qué?, entre otros cuestionamientos.

La búsqueda de sentido o del propósito por el cual se hace lo que se hace, es una práctica de escasa frecuencia en las personas, en las parejas y también en las organizaciones. Evadimos esta responsabilidad, disfrazándola de tedio o de máxima obviedad, para esconder el temor a la no respuesta, al vacío o, lo que es lo mismo, a reconocer la ausencia de sentido en lo que hago.

Este sentido o propósito abundan cuando iniciamos un proyecto personal o laboral y el entusiasmo nos permite realizar hasta lo impensado en condiciones hostiles. Pero también, en otras ocasiones escasea y, en esos momentos, es cuando ejecutar cada acción, por simple que sea, nos resulta agotador y con el tiempo, estresante.

En las organizaciones más resilientes los (las) directores(as) y gerentes son guardianes celosos de un trabajo con propósito, que se observa, por una parte, en subordinar los procedimientos al objetivo final de la organización y, por otra, en ponderar con un mayor valor  las necesidades de las personas que la labor productiva que llevan a cabo.

Si bien cada uno de nosotros debemos ser observadores atentos de tener una vida con propósito, las organizaciones aportan (y reciben!!) muchísimo más cuando, por ejemplo, promueven conversaciones relevantes, se abren a los disensos y permiten cuestionar el status quo (procedimientos incluidos), todas ellas prácticas que permiten la construcción y el cuidado de un trabajo con sentido.

Cuando lo principal sigue siendo la lista de chequeo por las acciones realizadas, el número que alcanza un determinado “kpi”, la realización de reuniones por defecto o el logro de consensos de dudosa calidad, nos damos cuenta de que hemos puesto “la carreta delante de los bueyes”.

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