El teatro de la Postvanguardia
guadamrojaspEnsayo18 de Julio de 2017
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Historia del Teatro Universal
Apunte correspondiente al Teórico XIII
Dr. Jorge Dubatti
Lecturas obligatorias: Samuel Beckett, “Esperando a Godot”; Eugene Ionesco, “La
cantante calva”; Laura Cerrato, “La postmodernidad y una estética del fracaso” y “¿Es
Beckett todavía nuestro contemporáneo?”, en su Beckett: el primer siglo (Buenos Aires,
Colihue, 2007, pp. 17-26 y pp. 153-168); Lucas Margarit, “Algunos motivos de una
representación”, “Espacio/Escenario”, “El tiempo”, “El cuerpo” y “El lenguaje”, en su
Samuel Beckett. Las huellas en el vacío (Buenos Aires, Atuel, 2003, pp. 37-99);
Wladimir Krysinski, “El lenguaje teatral de Ionesco” (en Itinerarios, n. 2, 1999, pp.
11-16); Marco De Marinis, “Algo que debe suceder: un happening”, en su El nuevo
teatro 1940-1970, Barcelona, Paidós, 1988, pp. 63-88.
En el caso del libro de Lucas Margarit, Samuel Beckett. Las huellas en el vacío, se
recomienda su lectura completa, ya que incluye una cronología sobre vida y obra de
Beckett que puede resultar útil para una introducción al autor, así como una bibliografía
básica.
EL TEATRO DE LA POSTVANGUARDIA (1940-1970)
Entramos en la Unidad 6, relativa a los fenómenos de la Postvanguardia. Llamamos
así al devenir de las experiencias de las vanguardias históricas hacia un nuevo
fundamento de valor en los años de la II Guerra Mundial (1939-1945) y de la Posguerra
(1945-1970). Ya no se luchará radicalmente contra la institución arte ni se buscará la
fusión del arte con la vida, pero sí se retomarán las experiencias de experimentación e
investigación formal y semántica a través de una reformulación del venero de
procedimientos de las vanguardias históricas. Marco De Marinis, en su El nuevo teatro
1940-1970, observa que lo nuevo se define en este período como “experimentación
profunda, de contraposición, en el campo de las convenciones del lenguaje teatral”. Sin
duda esa experimentación es continuación, con cambios, de los caminos abiertos por las
vanguardias históricas.
A diferencia de las vanguardias históricas, la Postvanguardia deviene un fenómeno
inmanente a la institución y en consecuencia constituye una nueva instancia histórica
de la modernización. Según lo sostenido en los teóricos sobre vanguardias históricas,
éstas fueron acontecimientos irrepetibles en su ruptura. Se trató del período de la
historia del arte en el que la institución se cuestionó a sí misma, de acuerdo con P.
Bürger; el triunfo de las vanguardias históricas es simultáneo a su fracaso en el intento
de acabar con la institución arte. Por todo esto, no corresponde hablar de
“neovanguardia” (término que sugiere una especie de segunda oportunidad o segunda
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experiencia de las vanguardias históricas) sino de Postvanguardia: el uso del “post-“ se
justifica por el hecho de que terminadas las vanguardias históricas como experiencia
radical, éstas han dejado un legado y se trata de estudiar qué se hace con ese legado
(verdaderamente incalculable y fundamental) en el teatro mundial de los años de
posguerra.
Hemos visto en el Teórico XII, relativo a los vínculos entre poética teatral y
materialismo histórico, que una misma base espistemológica puede vincularse con
sistemas de procedimientos diferentes (la base marxista y su relación con los
procedimientos del realismo socialista y del realismo crítico dialéctico). La base
epistemológica de la Postvanguardia favorece una primera emergencia de la
multiplicidad, en tanto las reelaboraciones son muy variadas y constituyen un campo
de poéticas muy amplio. Esa multiplicidad se advierte en los dos autores que
estudiaremos: Samuel Beckett y Eugene Ionesco en su producción de la década del
cincuenta, que si bien comparten la misma base epistemológica de Postvanguardia,
deben ser comprendidos, tanto en sus procedimientos como en su semántica, en su
diferencia y especificidad.
La multiplicidad está ligada a la asunción de la experiencia histórica de la II Guerra
Mundial (1939-1945), especialmente el horror de los campos de concentración y de las
bombas atómicas. Los postvanguardistas coinciden con las vanguardias históricas
(Artaud, por ejemplo) en un diagnóstico negativo del presente histórico, pero acentuado
por la toma de conciencia del horror de la experiencia de la II Guerra Mundial. Esta es
la gran diferencia semántica con las vanguardias históricas: se acentúa una actitud de
pesimismo, en tanto se pone en evidencia un mundo en disolución, la caída de las
expectativas de futuro respecto del advenimiento de un Hombre Nuevo (véase también
este tópico en el teatro expresionista). Se reduce, en consecuencia, la idea de
futuridad tan fuerte en las vanguardias históricas: ya no se confía tanto en un futuro
prometedor, sino en una cada vez mayor desintegración. Los procedimientos que la
vanguardia veía como un gesto de liberación cargados de futuridad y de proyecciones
benéficas hacia el mañana, ahora se transforman en un gesto de revelación de una
realidad profunda de soledad, dolor, violencia, destrucción. La Postvanguardia vacía el
legado de las vanguardias de su confianza en el futuro.
La Posguerra marca para muchos artistas la caída de grandes discursos de
representación (véanse los estudios de Laura Cerrato sobre Beckett o el de Krysinski
sobre Ionesco). La primera caída de las representaciones macropolíticas da lugar a la
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emergencia de micropolíticas o territorios de subjetividad alternativa, de allí el
fenómeno de diversidad que acompaña a la Postvanguardia y que se acentuará con la
llamada Postmodernidad, para muchos teóricos a partir de la dácada del 70 (véase
Teórico XIV).
Es importante advertir que paralelamente a este teatro de la disolución característico
de la década del cincuenta, de baja expectativa en el futuro, se genera una literatura
de afirmación de la modernidad y llena de optimismo (si se ha logrado vencer a
Hitler, ya nada es imposible), especialmente vinculada al pensamiento de la izquierda.
Por ello la Postvanguardia incluye también una zona de experimentación relacionada a
las prácticas políticas de izquierda (en la que aquí no nos detendremos), que expresa un
optimismo lejano a Beckett y Ionesco. Un caso relevante puede encontrarse en las
primeras experiencias del Living Theatre en Estados Unidos, que retoma explícitamente
a Antonin Artaud.
Base epistemológica de la Postvanguardia teatral
Sistematicemos la base epistemológica de la Postvanguardia (recordemos que se trata de
una base epistemológica que deriva históricamente de la reformulación de la
experiencia de las vanguarias históricas) en sus cinco aspectos metodológicos más
relevantes:
1. concepción de mundo: en tanto heredera del legado de la vanguardia histórica,
la postvanguardia concibe el mundo como heterogeneidad, y de diversas
maneras da cuenta del mundo a la vez como acontecimiento material-profano y
metafísico-sagrado según cada caso, a la vez dominable por la acción del
hombre e intuible en su dimensión de misterio. Debido al horror de la II Guerra
Mundial y al comienzo de la caída de los grandes discursos de representación, la
Postvanguardia empieza a dar cabida a lo que llamaremos más tarde el canon
de la multiplicidad, la destotalización y las micropolíticas. Se acentúa la
visión pesimista respecto del protagonismo del hombre y su futuro (relaciónese
esta visión con el concepto de absurdo, que veremos enseguida). Se van
asentando las bases que conducen a la crisis instaurada por la Posmodernidad
(véase Cap. V de Cartografía teatral), al punto que para muchos teóricos un
autor como Beckett es ya un posmoderno “adelantado”. Después de Auschwitz e
Hiroshima, el mundo se ha instalado en lo que Jean Duvignaud llama “el grado
cero de la humanidad” y la opacidad, la dificultad de comprender si el hombre
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ha dejado definitivamente de serlo. Desintegración, angustia, imposibilidad de
construir sentido, horror y dolor, desconfianza en el hombre y en los valores de
la Modernidad, incertidumbre son algunas de las obsesiones y preocupaciones
heredadas de la II Guerra. Dice Edward McNall Burns en Civilizaciones de
Occidente: “En vez de un ser creado por Dios ‘apenas inferior a los ángeles’, el
hombre parecía ahora apenas superior a los simios”.
2. concepción del arte: ya no se pretende que el arte se fusione con la vida ni la
lucha contra la institución, pero se rescata la capacidad del arte como espacio de
investigación y experimentación radical, como vía de conocimiento específico y
fundación de territorios de subjetividad alternativa en los que se revela la
realidad profunda de un mundo en desintegración, de escasa expectativa de
futuridad y esperanza. El arte manifiesta la entidad profunda de una realidad
degradada y desconfiable, a su manera constituye el registro,
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