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En busca de la riqueza... y ¿del amor?

prometheusxzTrabajo29 de Marzo de 2016

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Diamantes de amor

Teresa Hill

5º Mult. Los Foley & los McCord

[pic 1]

Diamantes de amor (2010)

Título original: The Texan's diamond bride (2009)

Serie multiautor: 5º Los Foley & los McCord

Editorial: Harlequín Ibérica

Sello / Colección: Julia Miniserie 47

Género: Contemporáneo

Protagonistas: Travis Foley y Paige McCord

Argumento:

En busca de la riqueza… y ¿del amor?

Paige McCord estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de salvar el negocio de la familia, hasta meterse en territorio enemigo para encontrar un diamante, perdido hacía mucho tiempo. Pero no podía imaginarse que un cowboy la descubriría y ella se sentiría absurdamente atraída, por él. Ni mucho menos que, el misterioso hombre, fuera Travis Foley, uno de los miembros de esa familia, a la que los McCord odiaban tanto.

El odio que sentía Travis por los McCord sólo podía compararse, con el amor que sentía por la tierra donde vivía. Sin embargo, cuando un huracán hizo que conociera a Paige, su corazón empezó a tambalearse, como si estuviera siendo agitado por el viento.


Capítulo 1

Paige McCord estaba tumbada en lo alto de una colina, a casi dos kilómetros del rancho de Travis Foley, mirando a través de unos prismáticos de gran alcance. Llevaba tres días, en aquella misión de vigilancia.

Hacía calor para estar a principios de noviembre, pero no era agobiante. El otoño estaba, en su máximo esplendor.

Pero ella no había ido allí a ver las vistas, ni a disfrutar del buen tiempo.

Aunque tenía que admitir, que había algo que sí llamaba su atención. Allí estaba, él.

Paige miró su reloj. Eran casi, las tres y media.

«Hoy te has retrasado un poco, ¿eh?», se dijo para sí, ajustando los prismáticos para enfocar mejor la imagen del hombre que se dirigía por una senda, hacia la entrada de la vieja mina abandonada.

Paige tenía veintiséis años. Había nacido y se había criado en Texas. No era de ese tipo de chicas que se dejaban deslumbrar, fácilmente, por un cowboy; pero sabía valorar a un hombre apuesto, delgado y musculoso y con la piel tostada, por el sol.

Los cowboys acostumbraban a llevar unos pantalones vaqueros muy ajustados y se pavoneaban al andar, contoneando las caderas y los hombros.

Aquel hombre llevaba además unas buenas botas, algo desgastadas ya por el duro trabajo a lo largo de los años, y un sombrero texano. Tenía una barba incipiente; seguramente, se habría levantado temprano.

Pero nada de eso, era nuevo para ella.

Y tenía otras cosas que hacer mucho más importantes, que admirar a un hombre, por atractivo que fuera.

Su vida estaba cambiando demasiado, y muy deprisa. Sus dos hermanos mayores, acababan de comprometerse en matrimonio. Esperaba que supieran, lo que estaban haciendo. Todo había sucedido tan rápido…

Tate, el segundo de sus hermanos, había regresado a casa tras dos años de servicio, como cirujano del Ejército en Irak. Había vuelto muy cambiado, ya no era el mismo. Durante un tiempo, había estado muy preocupada por él. Sorprendentemente, al poco de llegar, había dejado a Katie, su novia de toda la vida, con la que ella se llevaba muy bien, y se había enamorado de Tanya, la hija del ama de llaves, que llevaba trabajando más de veinte años para su familia. Tanya también le gustaba, a pesar de que siempre había pensado, que Tate acabaría casándose con Katie.

¡Y, entonces, Blake, su hermano mayor, había decidido de pronto que, Katie, era la mujer de su vida y ella había aceptado casarse, con él!

Paige no sabía, cómo podía haber sucedido todo aquello; sólo deseaba que sus hermanos fueran felices. No quería entrometerse en sus decisiones, bastantes quebraderos de cabeza había ya en la familia.

Su prima Gabby, que era modelo, y por cuyas venas corría sangre de la realeza italiana, se acababa de casar con su guardaespaldas. Ella era la imagen, de las joyerías McCord.

Era, como para volverse loca.

Y luego estaba Penny, su hermana gemela, que se había comportado de una manera muy extraña durante todo el verano, siempre alejada de todos, como tratando de ocultar algo, a pesar de que nunca habían tenido secretos entre ellas. La última vez que había hablado con Gabby, su prima le había hecho un montón de preguntas sobre Penny, que ella no había sabido responder. Gabby estaba convencida, de que algo andaba mal.

Todos los McCord, se estaban comportando de una manera diferente de la habitual y la causa no eran sólo sus nuevos romances amorosos. Era su madre.

Y su hermano menor.

Y su padre, que hacía ya cinco años que había muerto.

Ninguno de ellos eran lo que parecían ser, ni lo que habían sido hasta entonces.

Paige se sentía tan desconcertada, que apenas podía pensar en otra cosa que en su madre, Eleanor. Ese verano había confesado a toda la familia que, mucho tiempo atrás, había tenido una relación con Rex Foley, el patriarca de la familia con la que los McCord mantenían una eterna disputa, desde los tiempos de la Guerra de Secesión.

Según les había contado, había tenido un romance con él antes de casarse. Después, cuando Paige era pequeña, durante un breve período en que Eleanor había estado separada de su marido, ella y Rex habían retomado la historia, fruto de la cual había nacido su adorable hermano menor Charlie. Charlie era hijo, de Rex Foley.

Paige recordaba vagamente las desavenencias y tensiones de su familia, en la mansión de Dallas de aquella época. Ella y su hermana, Penny, de pequeñas, se escondían por los rincones de la casa, tapándose los oídos para no escuchar los gritos de sus padres, las lágrimas de su madre y la noticia, de que su padre se había ido de casa, supuestamente, para un largo viaje de negocios.

Nunca, hasta ese mismo verano, había visto a su familia con tanta tensión.

Su padre acabó regresando a casa. Y a los pocos meses, nació Charlie. El encantador, condescendiente y feliz Charlie.

Paige y su hermana gemela tenían cinco años, cuando él nació, y tomaron el nacimiento de su hermano como el mejor regalo, que pudieran haberles hecho; jugando con él a todas horas como si fuera un muñeco, al que alguien le hubiera dotado de vida.

Ella había pensado que, a partir de entonces, todo empezaría a marchar bien y que sería así, para siempre.

Pero, no había sido así.

Los secretos y las mentiras que habían salido a la luz recientemente, estaban siendo muy difíciles de asimilar. Ella trataba de no pensar en ello, por eso quería mantenerse ocupada el mayor tiempo posible. Afortunadamente, había encontrado un trabajo con el que podía ayudar a su familia.

Un trabajo, muy importante.

Se sentía feliz de tener un motivo, para estar fuera de Dallas; alejada de las tensiones reinantes en la mansión de los McCord, tumbada en la hierba mirando a través de sus prismáticos, a un hombre tan atractivo.

El cowboy se bajó de su caballo alazán y dejó que el animal abrevase tranquilamente, en las aguas de un arroyo cercano, mientras él se desabrochaba la camisa.

«¡El día promete!», se dijo Paige para sí.

El hombre se arrodilló en la orilla del arroyo, sacó un pañuelo del bolsillo de atrás y lo metió en el agua, poniéndose entonces de cara a ella.

Paige apartó bruscamente los prismáticos, como si temiera que él pudiera verla, desde tan lejos. Le había causado una gran impresión verle la cara, aunque hubiera sido a tanta distancia.

Parecía haber advertido en la cara de aquel hombre, una cierta mueca de dolor.

Miró de nuevo por los prismáticos y lo vio refrescándose; quitándose el polvo acumulado, a lo largo de la jornada.

El cowboy levantó la cara al sol y dejó que el agua del pañuelo le escurriera, por la cara y el cuello y le cayera por el pecho musculoso y el abdomen, duro como una roca.

«¡Madre mía!».

El agua debía estar fría, pensó ella. Durante el día hacía mucho calor, en aquellas tierras montañosas; pero aquellas últimas noches, la temperatura no había subido de cuatro o cinco grados.

Lo sabía, porque estaba acampada en el parque nacional que, afortunadamente para ella, estaba a sólo a unos kilómetros al oeste del rancho de Travis Foley. No había ninguna ciudad cerca de allí, por lo que, de haberse quedado en el pueblecito más cercano, Llano, habría llamado demasiado la atención.

Y no quería que nadie, y mucho menos Travis Foley, supiera que ella andaba por allí.

Volvió a contemplar al cowboy, como había hecho los dos últimos días. Debía ser el encargado de hacer el trabajo duro del rancho, de cuidar el estado de la alambrada de espino, de comprobar las cercas y las vallas, y de vigilar para que no entrasen los intrusos. Mientras, su jefe, Travis Foley, estaría sentado cómodamente en algún lugar apartado del rancho, con aire acondicionado, contando el dinero del petróleo de la familia, o supervisando sus inversiones en los bancos.

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