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Ensayo_diario-José junior


Enviado por   •  12 de Julio de 2018  •  Apuntes  •  6.644 Palabras (27 Páginas)  •  65 Visitas

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Prólogo



No tengo nada fresco que contar, sin embargo escribo con la certidumbre de que cada palabra será el amparo circunstancial, para liberar el alma, taponar el socavón que tengo, desde hace tiempo en el pecho, por esos amores perdidos, por las perturbaciones de niño, infundidas por terceros, por lo que soy  y por lo que me gustaría ser, por todo, que es más de lo mismo…por nada, por mi escepticismo incierto, porque me regales esa mirada que tanto ansío, por desechar mis sueños rancios, por llorarle a sufrimientos contemporáneos, y no a penas que me fundieron con su olvido.

Escribo… para aniquilar lo que expongo en los siguientes párrafos.

Escribo…con el pretexto, únicamente, de dejar de hacerlo.

Escribo… y no sé cuando dimitiré de este nefasto vicio…

José Machacuay Jara


I

Cuantas experiencias llevan a un individuo a aprender y aprehender los conocimientos conseguidos, como si se fuera la vida en ello?, no desangrase las cientos de veces que se hace un pequeño rasguño, sino soslayar el daño, viéndolo venir a kilómetros; sin embargo no es así, que fácil fuera si se toman las precauciones básicas para no abandonarse al efluvio de emociones urgidas por ilusiones, amores furtivos, desvaríos de alguien que dice quererte por un momento y, que en el instante luego solo te ve como a su mejor amigo.

¿Cuál es la artimaña que ellas usan para salir ilesas de situaciones amorosas? ¿De qué tipo de magia negra se valen? ¿Cómo logran desarraigar de su pecho, de su cuerpo, de su ser, el amor que juraban inmenso?, en resumidas cuentas, es evidente que no soy ducho en instrucciones que la vida y la maldita saeta de cupido imponen, las heridas sangrantes de mi alma ponen en evidencia lo neófito que soy, y es que ha sido mi hostil historia desde tiempos que todavía puedo remembrar.

En este embelesamiento del cosmos, en el silencio de mi estancia, como ya es hábito, discurro y vislumbro la posible salida íntegra de una relación en pareja.

Me obligo a darles lo que sospecho, es la receta; los días que dure la maldita farsa, ser al extremo conspiradores, fríos, expresar sentimientos que tú sabes no son ciertos, decir “te amo” las veces necesarias para que la tonta se lo crea, y estar en busca de meneos con otras a sus espaldas, pedir perdón antes que permiso… y, si fenece la vida en dualidad a ti ya no te lesionará las entrañas.

Mientras teorizaba, sosteniendo el lapicero con sudor, acaeció en mi pensamiento, que sería ridículo incluso injusto generalizar, que hay muchas “ellas” dispuestas a entregarlo todo por amor, pero no abundan, y debo ratificar que una de esas “ellas” todavía no llama a mi puerta, y yo… no piso su vereda pues, no sé donde queda.  

II

Cada mañana, cada nuevo día, cada gota de lluvia que se precipita por mi mejilla y termina suicidándose en el abismo que esboza mi chiva; todos los días hasta el acto más exiguo, inclusive el trinar de un pajarillo, o el repiquete que hace el segundero mientras avanza lento al minuto, todas esas cosas reducidas, para algunos simplicidad de la vida, pero para mí son formas de perpetuarla en la memoria, que se mantenga intacta, como si de una efigie sagrada se tratara, conservarla sobre el atril de los buenos recuerdos; esos aniversarios celebrados con intensidad, desbordantes de júbilo caminar de la mano por aceras, supermercados, parodiar alguna canción de moda, siendo cómplices de todo, que soltase su perfume diseminándolo en mis vestiduras, aquellos días cuando por vez primera se pintaba en mi rostro la sonrisa más sincera que antes nunca; todavía me resuenan sus palabras, cuando venía a mí con sollozos sordos después de una áspera escaramuza con su familia, me decía: “Únicamente sigo en pie por ti”, y yo la abrazaba, calmaba su llanto o me ponía a llorar con ella, compartiendo su dolor, porque éramos uno, porque no había nada más que me conmoviera a tal punto, sólo estaba para ella; sus ojos cerrados, su cabeza recostada de lado sobre mi pecho, sus manos apretando mis dedos, mientras caían lagrimas corriéndole el delineador negro.

¿Cómo la adoré?... fue tan fácil responderme tal pregunta al poco tiempo de que el destino la pusiera en mi camino; con ella le encontré sentido a muchas cosas, también le encontré explicación a lo inexplicable, valgan redundancias; mis emociones, cada una, fueron nuevas, las viví al extremo, me dejé llevar, me dejé seducir, me enamoré… ¡que estúpido!, ¿pero como no enamorarme?, tal vez mi envoltura trasmitía lo que fui en aquella época, ese inexperto en territorios encantados del amor, el chico de alma pura, ingenuo…quizás todo fue un buen sueño, y nunca experimentó mi piel dicho paraíso, pero como me quemó el alma, ese infierno que afloró al instante posterior de su adiós.

III

He tenido razones varias para sucumbir y seguramente tendré muchas más a corto plazo, sin embargo, la importancia de llamarme hombre, de sentirme como tal, está en la fuerza que le dedico a cada uno de mis pasos, trastabillar pero no caer, mirar siempre hacia el horizonte aparente, como queriendo coger la estrella que delimita el colofón que no ambiciono, para demolerlo y crear otro con mis propias manos, porque el panorama que conjeturo está… ¿Dónde está? … a ciencia cierta no lo sé, y es algo que arde mis profundidades.

Estar apesadumbrado no es suceso que pasme a mis allegados; el bucólico bullicio, la risa fértil de un mocillo, la sonora carcajada de un tipo ebrio, en la calle más de ti, alma perdida, más de lo que no pudiste soportar, más  suspiros de una ilusión exigua; ¿qué me llevará más distante de lo inexorable? torturándome en sus tortuosas sendas, ¿acaso seré yo mismo?, ¿en la eventualidad del día a día, seré yo, mi propio verdugo?

Aun a sabiendas de que el mundo va más rápido que ayer y, que el hoy se esfuma como aquel bramido lejano, no le encuentro repuesto al ánimo que perdí, aquella noche en la que mi alma y corazón se marchitaron; entonces ya no debo llamarme hombre, porque no le proporciono la suficiente fuerza a mis pasos, solo me afanan las cosas que me apasionan, y lo que me apasiona no da de comer, incluso no sé si puedo colgarme el rotulo de vate.

He añorado nostálgico, ¿por qué no decirlo? Asimismo frenético, los vapuleos recibidos por el vigor que exhibía al devorarme libros, escritos ilegibles en los recreos escolares.

Hoy soy un adulto adormecido por la estela que va dejando a su marcha los años, me siento parte del vetusto colectivo, encerrado en el cuerpo de un muchacho, no obstante debo demostrar lo que mi aspecto dice, ser en mi vida mi compromiso, y esta vez redibujar mi horizonte, vivir a mi manera, porque ya no soy un niño, dejar ya de distar con las exigencias morales, ser yo, aunque cause aversiones y muera en el intento.

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