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Fealdad


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  Informes  •  450 Palabras (2 Páginas)  •  283 Visitas

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FEALDAD

Elianeth Rodríguez Jardón

Mi madre no quiso tenerme.

Hizo cuanto estuvo a su alcance para abortarme, pero nunca reunió la fuerza para hacer que un doctor interviniera en mi no-existencia, entonces se daba sentones en las escaleras de la casa, se golpeaba el vientre con los puños, dormía bocabajo, se vendaba la barriga, usaba tacones altísimos, iba en bicicleta a todos lados aún de nueve meses. Todo eso lo sé porque ella misma me lo viene diciendo desde siempre.

Es que eras tan aborrecible que cuando naciste me asusté; pensé que había dado a luz una rata gigante, estabas tan peluda y flaca que metías miedo. No te quería cerca, el doctor dijo que me dio depresión postparto, hasta hoy no lo creo, lo mío era pavor puro. Estabas fea. Fuiste creciendo y detestaba presentarte con mis amistades, imagínate, los hijos de ellos tan güeritos, tan tiernitos, tan dulces y tú, la niña-rata con esos pelos que no se te aplacaban ni para atrás ni para adelante. Había que hacerte coletas, y yo no sé peinar, soy brusca con las manos, me sirven para dar chingadazos, para eso sí soy buena. No te gustaban las coletas, te quitabas las ligas porque decías que te dolían los ojos de lo restirados que te quedaban, yo me enojaba. Despeinada parecías un tlacuache. Había que soportar tu fealdad las veinticuatro horas del día, eso era un castigo para mí. Ya ni lloraba, mejor hacía como que no te veía, pero eso sí, te llevaba a Liverpool y te compraba la ropa más cara y exclusiva del departamento de importados. Eras tan fea, hijita, que debía vestirte bien, así podían elogiar algo en ti, aunque fueran tus vestidos. Por eso en lugar de fiesta de quince años voy a pagarte una cirugía plástica, ya vas para los catorce, el próximo año va a ser el más emocionante de tu vida. Vas a dejar de esconderte, ya verás. Por primera vez sabrás qué es ser una princesa.

Todos le decían que estaba loca, que yo era una niña preciosa. Hoy salí al cine con mi madre. Mientras ella compraba los boletos, a sus espaldas yo me saqué el hermoso y carísimo vestido por la cabeza, no traía nada por debajo, quedé como las muchachas esas tan bonitas del “Jardín de las delicias” (no es un bar, es un cuadro). Todos me miraban y podían ver mi pubis tempranero, mis nalgas vivas y mis pechos incipientes. Por primera vez me sentí real. Las miradas me inyectaban una energía tan vibrante, pero alguien gritó señorita, vístase. Mi madre me miró y yo le arrojé el vestido. No sé por qué de pronto la vi tan minúscula. Tan desnuda…

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