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Freud Y La Sociedad

finroddx18 de Junio de 2013

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Nombre:

Sebastián Valdés

Asignatura:

Teoría Social I

Profesor:

Enrique Cañas

Introducción

En este trabajo se toman aquellos planteamientos teóricos de Freud que resultan particularmente relevantes para la sociología. Desde la perspectiva de este autor, en el origen del orden social, que nos remite al principio de la realidad, debería situarse el deseo de ser feliz, fuerza que nos mueve a construir las instituciones. Sin embargo, estas son la fuente de los sufrimientos más importantes.

Precisamente el objetivo de este trabajo de investigación es el de realizar una lectura sociológica de Freud, para el que se tomará como punto de referencia dos de sus obras, Psicología de las masas y análisis del yo1 y el malestar en la cultura2 pese a que también se considerarán otros textos3.

El pensamiento social de Freud

A Freud más de alguna vez le plantearon si su psicología era social, a lo que el afirmaba que necesariamente lo era4.

Para Freud las características psíquicas del individuo son el resultado de procesos que tienen dos orígenes: el físico y el social. En lo físico esta lo que él denomina pulsiones, es un proceso que se inicia en lo corporal y se traduce en un malestar persistente que exige tajantemente al psiquismo la búsqueda de objetos que lo hagan desaparecer. Las pulsiones son dadas por deseos reprimidos. Los deseos no son intrínsecamente psíquicos o físicos, sino sociales, dado que las experiencias de satisfacción han tenido lugar en relación con otras personas, en la mayor parte de los casos. Al mismo tiempo no se puede negar que son dependientes de las características psicofísicas del individuo, el cual elabora lo social de un modo propio.

En cuanto a las restricciones que impiden la realización de los deseos, aunque procedentes de la propia persona, del súper-yo, tienen un origen anterior, las relaciones del sujeto con el exterior, concretamente con una figura de autoridad. El súper-yo, no es otra cosa que la internalización de esa relación, o para ser mis precisos, la internalización de las vivencias experimentadas, de lo que se sintió y percibió, al margen de que coincida o no con lo que los restantes sujetos involucrados sintieron o percibieron. Por eso afirmamos que el mismo tiene un carácter social, y como el deseo, es inconsciente.

El sujeto experimenta deseos contradictorios cuando le desbordan, se desencadena la represión, proceso psíquico mediante el cual retira de su conciencia el conflicto, sin darse conscientemente cuenta de que lo está haciendo. Sin embargo hay indicadores, hechos externos que señalan la existencia del conflicto. Actos fallidos, lapsos, sueños, son las señales que nos ayudan a seguirles la pista. El procedimiento de Freud recuerda al de Durkheim, el cual, para localizar el hecho interno, en su caso la solidaridad, busca indicios exteriores como son las leyes. El nexo entre tipos de leyes y tipos de solidaridad es directo.

En cambio, entre los actos fallidos, los lapsos y los sueños, por una parte, y los deseos, por la otra, se ha producido un proceso de elaboración, no en vano la teoría psicoanalítica es una teoría del sujeto. La elaboración psíquica hace inconscientes los deseos, y por ello impide que se puedan identificar directamente. En virtud de ese proceso de elaboración inconsciente, lo social se manifiesta en cada sujeto de un modo propio, hasta el punto de hacerlo contraviniendo las normas socialmente aceptadas, la trasgresión de las normas es una respuesta tan social como lo es el respeto a las mismas. Tanto los deseos, como las normas, pueden transformarse hasta tal punto que no solo resultan irreconocibles, sino incluso monstruosos. La internalización de las normas sociales, en virtud de los mecanismos psíquicos inconscientes, no garantiza la conformidad social, ya que cada cual obedece, asiente o acepta las normas y los valores sociales a su modo.

Posición Weberiana de Freud

Freud mantiene una posición frente a lo social extraordinariamente cercana a la de Weber, ya que el proceder social se refiere a la incorporación anímica de “el otro”. Ahora bien, en Weber, lo social radica en que “el sentido mentado” de las propias acciones está relacionado con el sentido o que -se supone- los otros imprimen a sus acciones, sean pasadas, presentes o esperadas. El vínculo que es objeto de atención para Weber es de naturaleza intencional y consciente, es un enlace con el otro donde lo social está presente aunque carezca de reciprocidad. Caben errores en la percepción que orienta el comportamiento o interferencias debidas a procesos inconscientes distintos de los mentados por el sujeto de la acción. En cambio, en Freud los procesos subyacentes de naturaleza inconsciente son los que se sitúan en el centro del escenario, los mismos pueden provocar un sentir o un razonar “equivocado” como motor de las acciones. Los “para qué” de la acción, el sentido de las acciones sociales, tienen un fundamento causal, un “porque” en cuya búsqueda Freud introduce una hipótesis de trabajo sistemática, la existencia de procesos inconscientes. La aparente desconexión entre causa e intención procede de la censura superyoica. Dado el principio de la conservación de lo psíquico, esa censura implica que la acción social no esta orientada por el comportamiento que se supone o se recuerda de un “otro” igualitario. Los procesos inconscientes quiebran las barreras del tiempo, y el punto de referencia para orientar nuestras acciones son los fantasmas, las trazas inconscientes que dejan acontecimientos pasados. El comportamiento social tiene que ver con lo que los otros son para uno mismo, pero sobre todo con lo que los otros re-presentan, porque “el otro” es siempre, en alguna medida, el representante de un otro anterior. Las posiciones que se le pueden atribuir al otro son cuatro. Esas posiciones, conocidas las líneas básicas del pensamiento freudiano, se entiende que pueden ser sostenidas simultáneamente o sucesivamente por una misma persona, según sean las circunstancias externas y los procesos internos del actor.

En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio pero plenamente justificado [...] la oposición entre actos anímicos sociales y narcisistas- Bleuler diría quizás autísticos- cae dentro de los dominios de la psicología individual y no justifica una diferenciación entre esta y la psicología social o colectiva (Psicología de las masas y análisis del yo: 2.563).

Por seguir con el paralelismo, diríamos que la “vida anímica” a la que hace referencia Freud, es el equivalente de las acciones, conductas dotadas de sentido que menciona Weber. Ambos coinciden al considerar que no todas las acciones son sociales, según Weber solo lo son aquellas que se orientan por las acciones de los otros. Freud se sitúa en la misma línea al considerar que no son sociales, los “actos anímicos narcisistas”, en que uno se tomaría a si mismo como objeto de la acción conforme a lo que “es” lo que “fue”, lo que “quisiera ser” o se tomaría a “la persona que fue una parte de uno mismo”. En cuanto a las acciones sociales, toman como punto de referencia a un “otro” que puede ser, como hemos visto, el modelo identificatorio y el objeto de amor, que son encarnados por primera vez en los padres, cada uno de los cuales, si el complejo de Edipo es completo -forma en que se presenta con mayor frecuencia- constituye a la vez modelo identificatorio y objeto de amor. El modelo identificatorio lo adoptamos para convertirnos en objeto de amor y la elección de nuestro objeto de amor esta encadenada a los modelos identificatorios que adoptamos. Queremos ser como X para obtener un amor como el de X, queremos a Y porque es como el objeto de amor de X. Las fuerzas del amor circulan en ese par del amor objetal y la identificación, en sentidos inversos.

En la raíz de nuestras identificaciones y objetos actuales se hallan nuestras primeras experiencias, de ahí procede el sentimiento de familiaridad que experimentamos cuando nos enamoramos, porque el enamoramiento tiene su raíz en experiencias familiares. La presencia del otro, considerado como auxiliar y como adversario, manifiesta la existencia de un enlace entre el principio del placer, Eros, y el principio de la realidad, Ananké5. Esas dos caras del otro, aún cuando están presentes en primera instancia, en los padres, tal vez sea más adecuado referirlas a los hermanos. Estos, pueden constituir una ayuda o un obstáculo en la consecución de los propios objetivos. Al mismo tiempo, la relación padre/hijo está impregnada de lo fraterno, ya que la ley del tabú del incesto que el primero transmite a su descendencia no es el resultado de la imposición de sus deseos sobre los deseos de los hijos, sino el reconocimiento de los otros, los hermanos, y sus deseos de satisfacción. El padre transmite la prohibición del incesto en virtud de un mandato, que a su vez recibió de su padre. Mandato que carecería de sentido sin el reconocimiento de los hermanos, como auxiliares en la destrucción del padre y como rivales para la satisfacción libidinal, y por lo tanto, asesinos en potencia.

El principio de la realidad impone a los seres humanos la necesidad de trabajar, de tal modo que no solo se hallan unidos por lazos eróticos, sino que también les une la cooperación en el trabajo. Ahora bien, el vínculo en el trabajo, suponiendo que tenga carácter utilitario para el sujeto y funcional para la sociedad, según Freud, también constituye

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