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Freud


Enviado por   •  18 de Marzo de 2013  •  Informes  •  6.115 Palabras (25 Páginas)  •  409 Visitas

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Freud

...ese terrible deseo egoísta que había surgido en ella...

Hilde Moller Knag se levantó de la cama de un salto, con la pesada carpeta de anillas en los brazos. Dejó la carpeta so bre el escritorio, cogió su ropa volando y se la llevó al baño, donde se metió unos minutos debajo de la ducha. Finalmen¬te se vistió en un abrir y cerrar de ojos, y bajó corriendo a la cocina.

-Ya está el desayuno, Hilde.

-Antes tengo que salir a remar un poco.

-¡Pero Hilde!

Salió de la casa y bajó a toda prisa por el jardín. Soltó la barca y se metió en ella de un salto. Empezó a remar. Dio una vuelta por toda la bahía a remo; al principio, estaba muy exci¬tada, luego se fue calmando.

«¡Nosotros somos el planeta vivo, Sofia! Somos el gran barco que navega alrededor de un sol ardiente en el universo. Pero cada uno de nosotros también es un barco que navega por la vida cargado de genes. Si logramos llevar esta carga al pró¬ximo puerto, entonces no habremos vivido en vano...» Sabía esa frase de memoria. Se había escrito para ella; no para Sofia, sino para ella. Todo lo que había en la carpeta de anillas era una carta de papá a Hilde.

Soltó los remos de las horquillas y los puso dentro. De esta manera la barca quedó balanceándose sobre el agua. So¬naban suaves chasquidos contra el fondo.

La barca flotaba en la superficie de una pequeña bahía en Lillesand, y ella misma no era más que una cáscara de nuez en la superficie de la vida.

;¡Dónde encajaban Sofia y Alberto en todo esto? Bueno, dónde estaban Alberto v Sofia?

No le pegaba que sólo fueran unos «impulsos electromag-néncos» del cerebro del padre. No le cuadraba que sólo fuesen papel y tinta de una cinta impresora de la máquina de escribir portátil de su padre. Entúpices igual podría decir que ella misma era simplemente una acumulación de compuestos pro¬teínicos que en algún momento se habían unido en una «pe¬queña charca chárca». Pero ella era algo mas. Era Hilde Moller Knag.

Claro que la gran carpeta de anillas era un regalo de cumpleaños fantástico. Y claro que su padre había dado en un núcleo eterno dentro de ella con este regalo. Pero lo que no le gustaba del todo era ese tono un poco descarado que utilizaba cuando hablaba de Sofia y Alberto.

Pero Hilde le daría qué pensar ya en el viaje de vuelta a casa. Se lo debía a esos dos personajes. Hilde se imaginaba a su padre en el aeropuerto de Copenhague. Tal vez se quedara por allí vagando como un tonto.

Pronto Hilde se había serenado del todo. Volvió remando hasta el muelle y amarró la barca. Luego se quedó mucho tiempo sentada junto a la mesa del desayuno con su madre.

Muv tarde aquella noche volvió por fin a sacar la carpeta de anillas. Ya no quedaban muchas páginas.

De nuevo sonaron golpes en la puerta.

-Podríamos taparnos los oídos, ¿no? -dijo Alberto. Y así tal vez dejen de golpear.

-No, quiero ver quién es.

Alberto la siguió.

Fuera había un hombre desnudo. Se había colocado en una postura muy solemne, pero lo único que llevaba puesto era una corona en la cabeza.

-¿Bien? -preguntó-. ¿Qué opinan los señores del nuevo traje del emperador?

Alberto y Sofía estaban atónitos, lo cual desconcertó un poco al hombre desnudo.

-¡No me hacen ustedes reverencias! -exclamó.

Alberto hizo de tripas corazón y dijo:

-Es verdad, pero el emperador está totalmente desnudo.

El hombre desnudo se quedó en la misma postura so¬lemne. Alberto se inclinó sobre Sofía y le susurró al oído:

-Cree que es una persona decente.

El rostro del hombre desnudo adquirió una expresión de enfado.

-¿Acaso se practica en esta casa algún tipo de cen¬sura?

-preguntó.

-Lo siento -dijo Alberto-. En esta casa estamos completamente despiertos y en nuestro sano juicio en todos los sentidos. No podemos permitir al emperador que entre en esta casa en el estado tan vergonzoso en que se encuentra.

A Sofía ese hombre desnudo y a la vez tan solemne le resultaba tan cómico que se echó a reír. Como si esto hu¬biera sido una contraseña secreta, el hombre de la corona en la cabeza descubrió finalmente que no llevaba ninguna ropa puesta. Se tapó con las dos manos, se fue corriendo hacia el bosque y desapareció. Tal vez se encontrara allí con Adán y Eva, Noé, Caperucita Roja y Winnie Pooh.

Alberto y Sofía se quedaron delante de la puerta muertos de risa. Al final, Alberto dijo:

-Ya podemos sentarnos dentro otra vez. Te hablaré de Freud y de su doctrina sobre el subconsciente.

Volvieron a sentarse delante de la ventana. Sofía miró el reloj y dijo:

-Son ya las dos y media, y yo tengo un montón de cosas que hacer para la fiesta en el jardín.

-Yo también. Sólo diremos unas pocas palabras so¬bre Sigmund Freud.

-¿Era filósofo?

-Al menos podemos llamarlo «filósofo cultural».

Freud nació en 1856 y estudió medicina en la universidad de Viena, ciudad en la que vivió gran parte de su vida. Esta época coincidió con un período de gran florecimiento en la vida cultural de Viena. Freud se especializó pronto en la rama de la medicina que llamamos neurología. Hacia fina¬les del siglo pasado, y muy entrado nuestro siglo, elaboró su «psicología profunda», o «psicoanálisis».

-Supongo que lo vas a explicar más detalladamente.

-Por «psicoánalisis» se entiende tanto una descrip¬ción de la mente humana en sí, como un método de trata¬miento de enfermedades nerviosas y psíquicas. No presen¬taré una imagen completa ni del propio Freud ni de sus actividades. Pero su teoría sobre el subconsciente es total¬mente imprescindible si uno quiere entender lo que es el ser humano.

-Ya has despertado mi interés. ¡Venga!

-Freud

...

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