Gonsalves Marc - Lejos Del Infierno (prisioneros De Las Farc)
titilinnette19 de Mayo de 2014
12.320 Palabras (50 Páginas)295 Visitas
NOTA DE LOS AUTORES
Esta historia no ha terminado. Ahora mismo, mientras usted lee este libro, existe otro mundo muy adentro de las vastas selvas colombianas. Cientos de cautivos están allí, veintiocho de ellos nuestros compañeros. Encadenados y hambrientos, todo lo que desean es regresar a sus hogares. Que no sean olvidados:
Civiles
* Alan Jara (en cautiverio desde el 15 de julio de 2001)
* Sigifredo López (2 de abril de 2002)
Policías y militares prisioneros
* Pablo Emilio Moncayo Cabrera (20 de diciembre de 1997)
Libio José Martínez Estrada (20 de diciembre de 1997)
Luis Arturo García (3 de marzo de 1998)
Luis Alfonso Beltrán (3 de marzo de 1998)
* William Donato Gómez (3 de marzo de 1998)
Róbinson Salcedo Guarín (3 de marzo de 1998)
Luis Alfredo Moreno (3 de marzo de 1998)
* Arbey Delgado Argote (3 de marzo de 1998)
* Luis Herlindo Mendieta (2 de enero de 1998)
* Enrique Murillo Sánchez (2 de enero de 1998)
César Augusto Lasso Monsalve (2 de enero de 1998)
Jorge Humberto Romero (10 de junio de 1999)
José Librado Forero (10 de junio de 1999)
Jorge Trujillo Solarte (10 de junio de 1999)
Carlos José Duarte (10 de junio de 1999)
Wilson Rojas Medina (10 de junio de 1999)
Alvaro Moreno (9 de diciembre de 1999)
Elkin Hernández Rivas (14 de octubre de 1998)
Édgar Yezid Duarte Valero (14 de octubre de 1998)
Guillermo Javier Solórzano (4 de junio de 2007)
* William Yovani Domínguez Castro (20 de enero de 2007)
Salin Antonio Sanmiguel Valderrama (23 de mayo de 2008)
Juan Fernando Galicio Uribe (9 de junio de 2007)
* José Walter Lozano (9 de junio de 2007)
* Alexis Torres Zapata (9 de junio de 2007)
Luis Alberto Erazo Maya (9 de diciembre de 1999)
* N. del E. Estas personas fueron liberadas y rescatadas en febrero de 2009 y junio de 2010.
GUERRILLEROS DE LAS FARC 2003-2008
Columna móvil Teófilo Forero
Sonia
Farid
Uriel
Johnny
Frente 27
Milton
Ferney (el Francés)
Rogelio
El Mono
El Plomero Eliécer
Cerealito
Dosymedio
Risas
Vanessa
El Cantante
Tatiana
La Mona
Alfonso
El Costeño
Pirinolo
Frente Primero
Enrique
Jair
Moster
Asprilla
LJ
Mario
Tula, el perro
Líderes de las farc 2003-2008
Manuel Marulanda
Raúl Reyes
Mono Jojoy
Fabián Ramírez
Burujo Iván Ríos
Sombra (el Gordo)
Ernesto Alfredo César
Alfonso Cano
Joaquín Gómez
PRÓLOGO
UN LUGAR PARA ESTRELLARSE
KEITH
—Eso, señor, es una falla mecánica.
Por el tono en que lo dijo Tommy Janis, nuestro piloto, no se sabía si se trataba de un daño serio. Tommy había piloteado toda clase de aeronaves alrededor del mundo. Era un tipo de proporciones épicas con más historias para contar que los pelos que tengo en la cabeza —y mi cabellera es tan gruesa y abundante como la de cualquiera—. En su respuesta no había duda del sarcasmo. Era una ironía tan profunda como perdido era el sitio en el que nos encontrábamos.
El "eso" al que se refería no era propiamente una cosa, sino la ausencia de ella: se trataba del pulso estable y vibrante de la única turbohélice de la aeronave, una Pratt and Whitney de 675 caballos de fuerza que hasta unos segundos antes venía impulsando nuestra avioneta Cessna Grand Caravan. No se necesitaba alguien como yo, que había trabajado en aviónica y en mantenimiento de aeronaves durante toda mi vida, para reconocer que el silencio que había en la cabina no era una buena cosa.
Cerré la biografía del Che Guevara que venía leyendo y miré a mi amigo y colega Marc Gonsalves, que parecía muy ocupado con su cámara y su computador. Podría decir que, por estar tan involucrado en lo que hacía, no se había dado cuenta de lo que nos estaba pasando. El pobre había volado con nosotros sólo en unas cuantas misiones y justo le tocaba el día de una maldita falla mecánica. Yo sabía que Tommy Janis y nuestro copiloto Tom Howes intentarían poner el motor de nuevo en marcha para saber de una vez por todas si íbamos a ser capaces de llevar aquel pájaro por encima de las montañas hasta el aeropuerto de Larandia, donde teníamos programado abastecernos de combustible.
En mis veinte y tantos años de vuelo había tenido todo tipo de entrenamiento en diferentes aeronaves, tanto civiles como militares. Ya había estado en aprietos, y no fue difícil mentalizarme para evitar el pánico.
—Marc —le dije—, haz la llamada de auxilio.
—Soy muy nuevo para hacer una llamada así de importante —dijo Marc—. Mejor hazla tú.
No podía culparlo por no querer hacerla. De inmediato tomé la radio SATCOM para transmitirles nuestra ubicación a los de la base. Lo primero que necesitaba era que el puesto de comando conociera nuestras coordenadas.
—Magic Worker, aquí Mutt 01 ¿me copian?
Esperé, pero no hubo respuesta. Ensayé de nuevo. Silencio.
Magic Worker eran los responsables de nuestro comando y control. Normalmente, respondían al instante nuestras llamadas de rutina. La idea de un posible aterrizaje de emergencia sin que nadie se enterara de nuestra situación agravaba cualquier pronóstico. Hice otra llamada al grupo del Departamento de Defensa con base en la Florida, denominado JIATF Este.
—Mutt 01. Aquí JIATF Este. ¿Cuántas almas a bordo?
-JIATF Este, hay cinco—. Hice la lista y deletreé cada nombre: Tom Janis, Tom Howes, Marc Gonsalves, el sargento Luis Alcides Cruz y yo, Keith Stansell.
Les di coordenadas mientras descendíamos desde doce mil pies sobre las escarpadas montañas de la cordillera Oriental en el sur de Colombia. Pocos minutos más tarde logré comunicarme con Ed Trinidad, quien formaba parte de nuestro equipo de análisis táctico en la embajada en Bogotá. Trataba de parecer tranquilo, pero yo podía sentir la preocupación en su voz.
Rompiendo el protocolo usual de las transmisiones de radio dije: —Ed, hermano, estamos buscando un lugar donde estrellarnos. Asegúrate de decirles a todos en nuestras familias que los amamos.
Al pronunciar estas palabras no quise mirar a Marc; así que dirigí la vista a la cabina de mando donde Tommy J. y Tom Howes estaban ocupados buscando la manera de salvar nuestros pellejos o, al menos, de evitar que nuestros cuerpos quedaran dispersos en más de media milla sobre una montaña dejada a la mano de Dios en la selva colombiana.
A través de la ventana pude ver que estábamos alineados para el aterrizaje. Centré mi atención en los dos Tommys. Tommy J. era un hombre bien puesto en su lugar. No mostraba pánico, sólo precisión en cada movimiento. El suelo se nos venía encima. Marc y yo revisamos nuestros cinturones una vez más. Miré brevemente por encima del hombro de Tom y luego tomé de gancho a Marc. Había estado en comunicación con Ed durante los cuatro minutos que duró nuestro descenso, y le dije:
—Ed, voy a tener que colgar. Estamos a punto de estrellarnos.
En ese momento recordé una conversación que había tenido con uno de los supervisores de la compañía. Cuando estuve en el ejército recibí algún entrenamiento básico de supervivencia, pero para volar con Northrop Grumman tenía que tomar el siguiente nivel del curso. Le manifesté al supervisor que no lo haría. Cuando preguntó por qué, todo lo que dije fue: "con este pedazo de mierda de avión en el que me piden que vuele no hay forma de que salga vivo de un choque. Un hombre muerto no necesita saber de supervivencia".
TOM
Cuando oí que el motor dejaba de girar, miré los instrumentos y escruté el terreno en busca de un lugar donde aterrizar. No vi nada que pareciera apropiado, así que tomé el mapa. No me daba cuenta de lo que pasaba en la cabina. Sabía que Keith estaba hablando por la radio, pero el sonido de su voz en mis audífonos y los tres hombres detrás de mí estaban definitivamente en la periferia de mi conciencia. Nuestra altura era un poco más de doce mil pies y necesitaba saber si íbamos a poder planear, pasar las montañas y aterrizar en nuestro lugar de reabastecimiento, Larandia.
Miré los indicadores para averiguar cuál era la velocidad relativa del aire, nuestra altitud y el ritmo de descenso. Deduje, sobre el mapa, cuál era nuestra posición y nuestro destino. Mi instinto me dijo que no íbamos a lograr pasar sobre las crestas para llegar hasta el aeropuerto. Los cálculos que hice simplemente confirmaron mis sospechas.
—Veo un claro —la voz de Tommy apenas cambió de tono.
—También lo veo —respondí.
Caíamos a un valle empinado bordeado por dos filos de montañas. Había un claro menor que el tamaño de un campo de fútbol. No soy una persona espiritual o religiosa,
...