Guerras Por Petróleo
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Guerras por petróleo
Por: Antonio Pérez Omister | Martes, 10/05/2011 03:46 PM | Versión para imprimir
Después del ataque de la OTAN a Libia, todo parece apuntar a que nos están preparando para vendernos otra guerra por petróleo. Esta vez en Irán. Por muy criticable que pueda parecernos el régimen teocrático de Ahmadineyad, nada justifica una nueva guerra que supondría cientos de miles de víctimas inocentes.
Desde la finalización de la Primera Guerra Mundial en 1918, el petróleo es el factor determinante de la geopolítica estratégica mundial, y en base a la ubicación de los grandes yacimientos se trazan las fronteras, se hacen las guerras y se imponen los gobiernos. Durante la gran crisis del petróleo de 1973 se dijo que las reservas de crudo se habrían agotado antes del año 2000. Ahora sabemos que nos mintieron, que esto no es así, que hay otros yacimientos. Pero el petróleo sigue siendo un bien escaso y hay que ir a buscarlo allí donde se encuentre y los yacimientos más grandes aún por explotar están en Asia Central, en el Cáucaso, y en algunas de las antiguas repúblicas soviéticas como Kazajstán, Uzbekistán, Georgia, Osetia y Azerbaiyán.
Con la desintegración de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos vio la oportunidad de establecer acuerdos con los nuevos países independientes y las compañías petroleras norteamericanas y británicas establecieron ventajosos contratos con los nuevos gobiernos surgidos en estos países tras el colapso de la URSS.
Pero una vez extraído, el petróleo debe ser transportado para su refino y es necesario construir grandes oleoductos que lleven el crudo desde el corazón de Asia hasta el Mediterráneo para embarcarlo en los grandes superpetroleros hasta los puertos de destino. Y para ello hay que asegurar las zonas por las que pasarán dichos oleoductos. Por esta razón, Estados Unidos ya tiene tropas destacadas en lugares como Georgia (ex república soviética) con la manida excusa de controlar a grupos terroristas que se concentran en su frontera con Chechenia (zona de guerra). También hay presencia militar norteamericana a pocos kilómetros de Bakú, la capital petrolera del Cáucaso. Desde allí el crudo llega al mar Mediterráneo a través del oleoducto que atraviesa Turquía, país aliado de Estados Unidos y miembro de la OTAN. Ese oleoducto debía llegar hasta la antigua Yugoslavia, y para facilitar la negociación de los tratados de paso del oleoducto, alguien decidió que sería más fácil hacerlo con unos cuantos países insignificantes, que con un país fuerte. Consecuencia inmediata: las guerras balcánicas que desmembraron Yugoslavia en la década de los años noventa del siglo XX.
La actual situación de despliegue militar norteamericano en sus fronteras, no es una situación aceptable para Rusia, consciente de que esas tropas son una amenaza para su propia seguridad e integridad territorial. Estados Unidos ha llevado la OTAN hasta las mismas puertas de la Federación Rusa, y el programa del escudo antimisiles parece un remake de la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan que presidió los últimos años de Guerra Fría entre las dos superpotencias. El poderío militar norteamericano es grande, pero plantearse una guerra con Rusia no es lo mismo que invadir la isla de Granada o Panamá.
No parece prudente alentar aventuras belicistas de los norteamericanos y británicos contra Rusia, un gigante que forma parte de Europa, y que en caso de entrar en conflicto armado arrastraría al resto del viejo continente. No necesitamos una nueva guerra europea de consecuencias imprevisibles, pero en cualquier caso terrible. Recordemos que el gran conflicto de 1914-1918 empezó a fraguarse con guerras localizadas, entre pequeños estados, entonces también se llamaron guerras balcánicas y recuerdan bastante lo que sucedió en Osetia del Sur recientemente, donde los norteamericanos han animado e instigado a Georgia para provocar una guerra abierta con Rusia. No estamos hablando de Kosovo, Bosnia o Montenegro. Ni de una guerra olvidada en el lejano Chad o en Sudán, ¡estamos hablando de Europa!
Otras ex repúblicas soviéticas como las de Kazajistán y Uzbekistán, ya cuentan también con bases militares norteamericanas en su territorio, esta vez con la excusa de la campaña antiterrorista contra los talibanes de Afganistán (país que también cuenta con bases militares norteamericanas en su territorio). Habiéndose apropiado ya de los pozos de Iraq, tras la breve guerra de 2003, la única “amenaza” para la hegemonía petrolífera absoluta de Estados Unidos en la zona es Irán, país calificado como “delincuente” por la administración Bush y por la del presidente Obama, que también parece estar buscando desesperadamente el rifirrafe que justifique una intervención armada en Irán del estilo de las llevadas a cabo en Afganistán e Iraq.
Pero aquí hemos de hacer una puntualización, ¡Irán podría ser un hueso muy duro de roer!
Estados Unidos no tiene ninguna necesidad de forzar la situación, porque con los nuevos oleoductos que se van a construir, precisamente en Rusia, para unir los yacimientos del interior con el puerto estratégico de Múrmansk, tendrán controlada, sin necesidad de desencadenar ninguna nueva guerra, la práctica totalidad de la producción mundial de petróleo y una posición de ventaja innegable dentro del nuevo sistema económico ultraliberal conocido como globalización, y que no es otra cosa que la aglutinación del todo el poder económico y financiero del planeta en las manos de una selecta oligarquía internacional.
En Estados Unidos el acceso a los recursos energéticos propios es considerado un tema de seguridad nacional. El Gobierno de George W. Bush estaba constituido, en buena parte, por empresarios y accionistas de petroleras tan destacables como Halliburton, que en marzo de 2007 anunciaba el traslado de su sede central de Texas a Dubai. Por lo visto la empresa dirigida hasta el año 2000 por el vicepresidente Cheney pretendía así intensificar su actividad petrolera en Oriente Próximo, ya que en Arabia Saudí cuenta con importantes operaciones.
Tras la invasión de Iraq iniciada en marzo de 2003, a Halliburton le fueron adjudicados contratos multimillonarios que no fueron sometidos a concurso público, algo de lo que se acusó a la administración del presidente Bush (accionista de la propia Halliburton). De hecho, investigadores federales concluyeron a principios de 2007 que Halliburton fue la beneficiaria de la cuarta parte del total de 10.000 millones de dólares procedentes de las arcas públicas de Estados Unidos, destinados a la reconstrucción de Iraq, pero que se perdieron en recargos y gastos no justificados, facturados por Halliburton. Cuando la empresa se sintió acosada, su director general, David Lesar anunció en Bahréin que el edificio de oficinas que la empresa tenía en Houston seguirá funcionando, aunque los cargos principales de la compañía actuarían a partir de entonces desde la nueva sede de la compañía en Dubai. Donde, desde luego, no hay incómodos gobiernos federales actuando como sabuesos y vigilando todas sus actividades.
Lesar explicó, durante una conferencia sobre energía en Bahréin, que él mismo sería el encargado de supervisar, siempre desde Dubai, la cada vez mayor presencia de la compañía en Oriente Próximo y Asia, donde se concentran algunos de los mercados de gas y petróleo más importantes del mundo.
En 2006, Halliburton declaró unos beneficios netos de 2,3 billones de dólares, y su cifra total de ingresos ascendió a 22,6 billones de dólares. Más del 38% de los 13 billones de dólares obtenidos por la empresa en el año 2006 por sus servicios petroleros procedían de su actividad en el hemisferio oriental del planeta, donde trabajan 16.000 de sus 45.000 empleados.
Dubai es, con diferencia, el destino preferido en el mundo para lavar el dinero sucio de los terroristas gracias a sus leyes de secreto bancario y demás regulaciones opacas que también constituyen un poderoso reclamo para las multinacionales del petróleo. En Dubai pueden verificarse operaciones financieras encubiertas entre los gobiernos occidentales y los diferentes grupos terroristas islámicos a los que dicen combatir. Pero también es un paraíso fiscal para los traficantes de armas, los contrabandistas de los diamantes de sangre y, cómo no, para las codiciosas corporaciones multinacionales, como ya hemos apuntado abundando en el caso de Halliburton.
Todos comparten un objetivo común: ganar dinero. Los pretextos son lo de menos: unos en nombre de Alá y otros en nombre del Libre Mercado y el Capitalismo. En Dubai todos negocian con todos, porque como apuntaba el magnate John D. Rockefeller en su día: “Los negocios deben estar por encima de los conflictos entre los Estados”.
El petróleo es un recurso estratégico y ha sido la causa de la mayoría de las guerras del siglo XX y de las que llevamos vistas en el recién estrenado siglo XXI, incluyendo la de Libia.
Portavoces de la propia compañía Halliburton declararon en una nota de prensa que “la verdadera razón por la cual la petrolera había trasladado su centro de operaciones a Dubai fue la laxitud de las leyes fiscales y bancarias de los Emiratos Árabes Unidos a propósito del mantenimiento de la contabilidad y del carácter opaco de las transacciones financieras, lo que evitaría a la firma tener que comparecer ante el Congreso de los Estados Unidos para dar cuenta de sus escandalosas operaciones en Iraq, Afganistán y otros lugares”.
El petróleo y el gas natural son las principales fuentes
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